Brexit: el triunfo de la nación frente a la polis

Brexit

El estado de la cosa: la nación, Inglaterra ha vencido a la polis (a Londres, se entiende). Desde el día 1 de febrero los británicos son independientes de la Unión Europea, ese “Leviatán burocrático bruselense” (a ojos de su primer ministro) manejado de forma cada vez más indisimulada desde la Cancillería de Berlín, aquel país al que derrotaron dos veces el siglo pasado. 

La arrolladora victoria del Partido Conservador en las recientes elecciones generales, supone, no sólo la confirmación de que los ingleses están determinados a mantener viva su vieja nación (incluso a costa de poner en riesgo la unidad del Reino Unido), sino también un aviso sobre el serio problema que, hoy por hoy, tiene el Laborismo. 

A pesar de su deriva hacia la extrema izquierda, pocos podían creer hace apenas unas semanas que fuera posible algo más que una estrecha victoria de los Tories. La rocosa hegemonía del Partido Laborista en el norte postindustrial de Inglaterra, parecía culturalmente tan profunda como sus clausuradas minas. 

De hecho, los principales distritos urbanos del norte (Manchester, Liverpool, Newcastle, Sheffield y Leeds) no han enviado diputados conservadores a Westminster.
Sin embargo, muchas otras ciudades pequeñas, que hasta el momento siempre enviaban diputado laborista han cambiado por primera vez en décadas a manos de los conservadores, sin que haya existido un descenso significativo en la participación. La gente cambió su voto. ¿ Cómo es posible que no se predijera una erosión tan grande del Laborismo entre la clase industrial inglesa? 

Durante cuarenta años, el Partido Laborista había explotado los agravios de quienes fueron sacrificados por el thatcherismo en pos de una reconstrucción económica que cerró buena parte de las industrias no competitivas (generalmente estatales) y su práctica totalidad en el caso del carbón. 

Además, las televisiones, que cuentan en su mayoría con directores y consejos editoriales próximos a la izquierda metropolitana, enfocaron la campaña electoral en la resistencia al Partido Conservador en el poder y no las debilidades de los aspirantes laboristas.
Sin embargo, la mentalidad cultural metropolitana, desconectada de la realidad del país fue nuevamente (como en el referéndum del Brexit) un factor determinante en la incapacidad de prevenir el desastre. 

Los medios de comunicación no encontraron nada excepcional en la visión anticapitalista y anti británica de Jeremy Corbyn, el líder laborista. Parece claro que su determinación, a menudo irreflexiva, de representar a la élite urbana “despierta” y obsesionada con las minorías, no era lo que buena parte de los votantes tradicionales de su partido demandaban. Es más, parece claro que vistos los resultados la mayoría de los ingleses encuentran estas propuestas irrelevantes e incluso ofensivas. Corbyn y su camarilla se marginaron de la corriente principal de la sociedad, y la diferencia entre las expectativas y la realidad quedó meridianamente clara el día de la abrumadora victoria de Boris Johnson. 
 
Ya es patente (y peligroso) que, como en muchos otros lugares del hemisferio occidental, la izquierda tradicional se ha separado de los intereses de la gente para la que fue fundada. Florece ahora en Londres, cuyos habitantes bohemios, idealistas y de clase media pueden permitirse el lujo de aspirar a un gobierno próximo al neocomunismo “sesentayochista” mucho más que la mayoría de sus desconocidos conciudadanos de la genuina clase trabajadora. 

Y es que, cuando dejas un espacio vacío en el tablero electoral (en este caso, un enorme boquete) alguien aprovechará para ocuparlo. 
Durante la campa ñ a electoral esta “burbuja metropolitana” en la que vivía la indiscreta tribu de partidarios del Labour, demostró que sus principales obsesiones políticas no estaban en plantear una alternativa para el Brexit (recordemos que su derrotado líder siempre se puso de perfil en este tema), sino en las reivindicaciones del movimiento “woke”, entre las que destacan los derechos de las minorías. El progresismo de salón, vaya. 
Los distritos que abandonaron a los laboristas están poblados por aquellos que piensan que 'woke' (despertado) no es más que un participio de 'to wake' (despertar). Sus grandes preocupaciones son las deficiencias del Servicio Nacional de Salud, la delincuencia y el bajo rendimiento de los alumnos en las escuelas públicas. Y cuando los laboristas hablaron de medicina, la gente se dió cuenta de que no les preocupaba tanto la calidad de los enfermos sino la defensa clientelar del millón y pico de trabajadores sindicados del servicio de salud, dando por hecho que el Brexit era la única opción y denunciando una supuesta privatización posterior de la salud si los conservadores firmaban un acuerdo comercial con Estados Unidos. 

Será interesante ver si el Brexit supondrá efectivamente un suicidio económico y político al proyecto británico o no. Por el momento el futuro se antoja complicado en relación a las otras naciones británicas. Además, si Escocia llegase a independizarse, (algo bastante remoto por el momento) es posible que las correlaciones de fuerzas entre campo y ciudad, tras el triunfo 'nacional' inglés contra sus ciudades, aumente aún más la tragedia londinense. Por un lado aumentaría la proporción electoral del campo en Westminster. Y por otro, en caso de ver disminuida su economía por efecto de la salida de la UE y de sentirse atada en corto por unas políticas nacionalistas que ataquen sus valores cosmopolitas y progresistas, éstas serían razones suficientes para exacerbar aún más las tensiones con la Inglaterra rural. Tensiones que sólo conducirán a un aumento general del autoritarismo. 

Por el momento, ese electorado post industrial del norte identificó al Partido Laborista con el partido al que apoyan aquellas clases urbanas acomodadas que, resentidas tras el referéndum del Brexit, les insultan por incultos borrachos e imperialistas. Estas críticas han puesto en tela de juicio unos valores nacionales muy arraigados también entre esa clase industrial, que sigue siendo orgullosamente inglesa y muy celosa de una soberanía que consideran (por experiencia histórica) la principal garantía de sus libertades. 

La paradoja de este asunto es que el tiempo está demostrando (tanto en Europa como en América) que son aquellos que dicen defender a los que están en los bordes del sistema (y que en muchos casos no votan) los que tienden a perjudicar en última instancia a sus defendidos. Y es que pareciera que la mejor forma de defender a las minorías no es despreciando los símbolos comunes de la nación (ese marco que todavía hoy es el garante de la soberanía y los derechos igualitarios de sus habitantes), ni insultando a quienes no viven en el caleidoscopio metropolitano, sino hablando de los problemas de las mayorías, sobre todo si lo que se intenta evitar es precisamente la dictadura de esa mayoría. 

A diferencia de sus pares europeos, los dirigentes del Partido Conservador británico han entendido que el despiste general de los “despertados” laboristas sólo beneficia a personajes como Nigel Farage. Y en muchos países de Occidente los movimientos nacional populistas son ya una alternativa real gracias al voto de la clase trabajadora, a la que (en buena medida) hoy representan, o (como explica Steve Banon) aspiran a representar. El Partido Conservador, con buena presencia tanto en los entornos rurales como urbanos y en su defensa de la nación frente a la deriva 'woke' londinense, bien podría convertirse (una vez más) en la principal garantía de la democracia liberal británica. 
 

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