Ceuta y Melilla, la recurrente queja marroquí

Saad Eddine El Othmani

Las declaraciones del jefe del Gobierno de Marruecos respecto a las ciudades españolas de Ceuta y Melilla no son una reivindicación territorial, pero puede entenderse que lo sean. Saad Eddine El Othmani no ha elegido cualquier momento para hacerlas, sino los días posteriores a la toma de posición de Estados Unidos respecto al Sáhara Occidental, reconociendo la soberanía de Marruecos y propiciando el acuerdo de este país con Israel en el contexto de un plan mucho más ambicioso que deja hilvanado el despreciado presidente Donald Trump, que algo bueno debía tener y miren por donde eso ha sido la política exterior en Oriente Próximo. El Othmani anuncia que llegará algún momento en el que el asunto de las dos ciudades autónomas tenga que ser debatido, por más que el Gobierno español actual, además de convocar a la embajadora de nuestros vecinos para pedir más aclaraciones, haya expresado públicamente que “no hay tema” (Carmen Calvo, vicepresidenta primera). Al mismo tiempo, la ministra de Asuntos Exteriores subrayaba que en estas declaraciones del Gobierno marroquí no hay nada nuevo sobre su posición histórica de reclamar la soberanía sobre las dos plazas. La respuesta oficial convocando a la representante diplomática sí que se entiende a la perfección: es una queja formal de un Gobierno hacia otro, y puede ser el principio de un incidente si no hay aclaración satisfactoria. 

Pero ¿de qué quiere hablar Marruecos respecto a Ceuta y Melilla? De historia a buen seguro que no. Ceuta y Melilla son españolas desde antes de que lograra su independencia y desde antes que los antecedentes de Mohamed VI se hicieran con el dominio. De Derecho Internacional es probable que tampoco quiera hablar el primer ministro El Othmani, porque este es un asunto que nunca ha estado en la agenda de las Naciones Unidas porque no se ajusta a los términos de las colonias tal y como esta organización las reconoce. Mejor hablar de buena vecindad y de los lazos fraternales que unen a los dos países, con cientos de miles de marroquíes viviendo y trabajando en España y muchos negocios e inversiones españolas floreciendo en Marruecos. 

A España no le interesa soliviantar al vecino del sur, porque sus equilibrios y su occidentalidad son para nosotros una garantía de moderación, e incluso de ayuda imprescindible en temas clave como la inmigración y el terrorismo yihadista. Y debe templar gaitas con él, aunque no puede mostrar tampoco flexibilidad alguna ante esa reclamación, por razones de enorme peso, jurídicas, históricas, y de sentimiento. El presidente de Ceuta decía en televisión estos días que “no se puede querer a Ceuta sin querer a España ni se puede querer a España sin querer a Ceuta”. Y lo más importante: la integridad territorial y la soberanía española sobre todos los territorios son incontestables. 

¿Por qué ahora vuelve a poner sobre la mesa el Gobierno marroquí esta cuestión? Ocurre siempre que sus intereses lo aconsejan, y cuando hay atisbo de flaqueza en su vecino del norte. Marruecos ve una debilidad en España y corre a intentar aprovecharla. Esa debilidad ahora mismo está propiciada por la presencia en el Gobierno de dos socios que, aunque gradualmente y de forma muy distinta, es cierto, cuestionan esa integridad territorial. Los podemitas lo hacen sin tapujos ni caretas. Los socialistas lo hacen implícitamente con sus propuestas federalistas, su deseo de cambiar la Constitución, y su política en regiones como Cataluña o Baleares, rayana en el nacionalismo separatista. Y Marruecos lo hace ahora también como respuesta a las salidas de tono del vicepresidente español que ha patinado gravemente al reclamar un referéndum de autodeterminación pocos días antes de que la primera potencia mundial se manifestase en sentido totalmente opuesto.

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