Opinión

China abre otro frente con India

photo_camera China e India

La meteórica ascensión de China hacia la cumbre de ser considerada como la gran superpotencia mundial, en disputa con Estados Unidos, añade un nuevo frente a los que ya tiene en curso. Las hostilidades se han vuelto a abrir, esta vez con otra gran potencia, India, con quien había mantenido hasta ahora un difícil statu quo desde la guerra que ambos sostuvieron en 1962. Aquel conflicto, de apenas un mes de enfrentamientos armados, se saldó con más de mil muertos por cada bando y la ocupación china de la meseta de Aksai Chin, al nordeste de Cachemira. Pero aquel armisticio siempre fue considerado como una humillación por India, que no ha cesado de reivindicar su soberanía sobre aquella zona del Himalaya, además de reclamar la posterior ocupación por parte de China de 38.000 kilómetros cuadrados del estado de Sikkim, y de rechazar las pretensiones de Pekín sobre otra franja de 90.000 kilómetros cuadrados del estado nororiental indio de Arunachal Pradesh. 

El pretexto para las nuevas escaramuzas entre soldados de uno y otro país ha sido la pretensión india de convertir en carretera de gran capacidad una senda situada en el valle de Galwan, fronterizo justamente con la “ocupada” meseta de Aksai Chin. Los enfrentamientos comenzaron a palos y pedradas el pasado mes de mayo, pero los choques han pasado a mayores a mediados de junio, al reconocer India una veintena de muertos entre sus tropas, mientras que China admite también un número no precisado de bajas. 

Hablamos de las dos grandes potencias de Asia, tanto demográficas como nucleares, que no han cejado en el último medio siglo de alimentar sus respectivos nacionalismos y sus correspondientes ambiciones hegemónicas. Esas descomunales dimensiones son las que provocan la inquietud de las cancillerías, y los correspondientes movimientos diplomáticos tendentes a sostener a una u otra potencia. 

La creciente pugna chino-norteamericana ha llevado al presidente norteamericano, Donald Trump, a acercar posiciones y estrechar lazos con el primer ministro indio, Narendra Modi, quién a su vez también ha acentuado su enfrentamiento con Pakistán so pretexto de la supresión de la autonomía de la región de Cachemira. A su vez, el presidente chino, Xi Jinping, avala las reivindicaciones de Islamabad, a quién ya cedió una amplia franja de terreno fronterizo con Cachemira. El líder chino ha reforzado su comercio petrolero con Rusia e Irán, a modo de desafío hacia Estados Unidos. 

Peleado con todos sus vecinos

Este recrudecimiento de las disputas fronterizas con India se une a las que China sostiene prácticamente con toda su vecindad al este y sur del país, desde Japón a Vietnam, además claro está de los últimos gestos y amenazas contra Hong Kong y la isla de Taiwán, que Pekín no ceja en reivindicar como partes del país y que deben ser plenamente asimiladas, de grado o por la fuerza. 

La política china de diplomacia dulce parece ir dejando paso hacia un ostensible endurecimiento, algo inevitable por otra parte para quién intenta erigirse primero como la indiscutible superpotencia hegemónica de Asia. Redes de conexión y de poder como la Nueva Ruta de la Seda no empecen los empeños anexionistas. El formidable rearme militar de China en los últimos años, que no parece haber detenido la mortífera pandemia del coronavirus, se contempla como uno de los peldaños fundamentales de su expansionismo, negado una y otra vez por los portavoces de la diplomacia de Pekín, pero que la realidad, por ejemplo, de la construcción y consolidación de las islas artificiales en el mar meridional, dotadas de acantonamientos militares, bases navales y aeródromos parecen desmentir. 

La pandemia, originada en la populosa ciudad de Wuhan, no ha detenido la estrategia china encaminada a su indiscutible dominio continental, rampa de lanzamiento de una hegemonía más amplia. No son pocos los análisis que predicen que el próximo gran conflicto de la humanidad estallará en Asia. El continente, en efecto, alberga a dos megapaíses, que a ellos dos solos les corresponde casi el 40% de la población mundial. Ambos, desde ópticas, sistemas y culturas muy distintas, aspiran a un destino histórico que tiene muchas posibilidades de encontrarse con un enfrentamiento mucho más amplio y brutal que el de unas sangrientas escaramuzas fronterizas.