China ante la invasión de Rusia

xi-jinping

China y Rusia tienen una relación complicada. Les une su concepción autoritaria del mundo y su oposición a los Estados Unidos, pero también son rivales en Siberia y Asía Central. En relación con la crisis de Ucrania, al principio cabría suponer que los dos paises se alinearían y así parecieron confirmarlo Xi y Putin en Beijing durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno. Allí hicieron una declaración conjunta en la que se oponían “a más ampliaciones de la OTAN”, a la que pedían que abandonara “mentalidad de guerra fría”, y de declararon contra “la formación de bloques cerrados” que describían como “intentos de fuerzas externas de socavar la seguridad y la estabilidad en sus regiones adyacentes comunes” (léase Ucrania y el Mar del Sur de China). Eso le hizo exclamar algo después al secretario general de la OTAN que “lo que estamos viendo es que dos potencias autoritarias ... operan juntas”. Pero en aquellos momentos Rusia no había invadido Ucrania. La incógnita es si entonces Putin desveló a Xi unas intenciones que ocultó al resto del mundo hasta el último momento.

Estoy convencido de que, se diga lo que se diga, China se debe encontrar muy incómoda con la invasión rusa de Ucrania porque la coloca en la difícil tesitura de no poder dar la espalda a su “socio estratégico”, que no aliado, como puntualizó el ministro de Exteriores Wang Yi para evitar confusiones, pero sin querer tampoco parecer cómplice de una atrocidad desde el punto de vista humanitario y del Derecho Internacional, una atrocidad que además viola de una tacada tres principios tan caros a la diplomacia china como son el respeto de la soberanía estatal, la no injerencia en los asuntos internos, y la integridad territorial de los estados.

Con Tíbet, Hong-Kong y Xinjiang, no cabe duda de que tiene buenas razones para ello. Hace sólo unos días que Wang Yi reiteró el respaldo chino a “la soberanía, independencia e integridad territorial de cualquier país”, añadiendo que “Ucrania no es una excepción”. De manera que Rusia es por un lado el país con el que China comparte una misma visión de gobernanza global pero, por otro lado, el país que lleva a cabo una guerra que va en contra de sus principios e intereses. Por si eso fuera poco, el comercio de China con Europa (830.000 millones de dólares anuales) y con EEUU (750.000 millones) es diez veces mayor que el que tiene con Rusia (150.000 millones) y no le conviene ponerlo en peligro (los americanos les han advertido que ayudar ahora a Rusia “tendría consecuencias”), igual que tampoco le interesa aparecer ante los ojos del mundo respaldando a un agresor que mata a civiles en un país vecino. Ganar a Rusia (que ya la tiene) a cambio de perder a Europa es mal negocio. Además la crisis ha producido subidas en los precio del gas y del petróleo que China consume en grandes cantidades, y también incertidumbre en los mercados bursátiles, algo que no es bueno para nadie y tampoco para China. Si Ucrania no exporta trigo será otra noticia mala. Está claro que China hubiera preferido que Rusia no invadiera Ucrania y ahora se encuentra con una patata caliente.

Apenas iniciada la invasión y sin dejar de culpar a la OTAN por no tener en cuenta los intereses de seguridad de Rusia, Xi le dijo a Macron que Rusia y Ucrania “deberían buscar un acuerdo político y una solución ... por la vía del diálogo”, y lo mismo repitió unos días más tarde su ministro de Exteriores, que consideraba que esa solución debería basarse en los acuerdos de Minsk de 2015. Lo que pasa es que aunque Kiev tuvo siete años para hacerlo nunca cumplió esos acuerdos que preveían una amplía autonomía para las regiones de Donetsk y Lugansk y ahora, tras el reconocimiento ruso de su independencia y el posterior ataque militar a Ucrania, esos acuerdos están muertos.

A ambos, China y Rusia, les une su común oposición a los Estados Unidos porque consideran que les impiden ocupar el lugar que les corresponde en el mundo, a pesar de que también creen que Washington carece de voluntad de lucha y que está en irremediable decadencia. Les une también su carácter autoritario y por eso es posible que Xi Jinping sea el único líder que conoce las intenciones reales de Putin y lo que de verdad pretende al invadir Ucrania, así como sus líneas rojas. Por eso y porque le compra gas y petróleo es también posible que sea el único líder en condiciones reales de influir sobre Putin, una vez que ya han fracasado todos los demás que han visitado Moscú en procesión, desde Scholz a Macron pasando por Johnson, Blinken, Erdogan y Bennet, intentando evitar la guerra.

No se puede decir, como dicen algunos, que no ha habido esfuerzos diplomáticos para frenar la invasión. Lo que pasa es que no han tenido éxito y eso exige redoblar los esfuerzos, algo para lo que en mi opinión China está mejor situada que nadie a los ojos del Kremlin. En primer lugar porque hay buena química entre Putin y Xi, en segundo lugar porque no es sospechosa a los ojos de Moscú, y en tercer lugar porque China es el único país capaz en este momento de aliviar las duras sanciones que el mundo ha impuesto a Rusia. Y puede hacerlo de varias formas, desde comprarle más gas y petróleo (con la seguridad de que le apretará en el precio) a permitirle usar su sistema de pagos internacionales (una especie de Swift menos potente) y a proporcionarle aquéllo que ahora más necesita como armas, aunque tanto Moscú como Beijing han negado con firmeza rumores de que China le estaría enviando armamento a Rusia.

A fin de cuentas China se encuentra en una situación en la que no puede dar la espalda a ”socio estratégico”, el país con el que comparte una misma visión de gobernanza global, pero sin poder tampoco sancionar una invasión que va contra sus principios e intereses. China hubiera preferido que Rusia no invadiera Ucrania.

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