Opinión

China irrumpe en el nuevo orden mundial

Por mucho que Estados Unidos haya querido minimizarlo por boca de John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, el acuerdo entre Irán y Arabia Saudí, propiciado por la decisiva mediación de China, constituye un incuestionable triunfo de ésta, que demuestra así que ha concluido el viejo orden liberal y está naciendo el nuevo.

Que el anuncio del acuerdo se produjera simultáneamente a la definitiva consagración de Xi Jinping prácticamente como líder absoluto y eterno de China, remarca la emergencia de Pekín como la gran superpotencia que ambicionaba ser. Lo que la define precisamente no es sólo la inmensa fuerza superior con respecto a los demás países competidores, sino también su indiscutida autoridad para mediar, favorecer acuerdos e incluso imponer treguas entre encarnizados rivales. En definitiva, actuar como un líder global, con intereses prácticamente en todos los rincones y regiones del mundo.

Cierto es que Estados Unidos sigue siendo de momento la superpotencia hegemónica, pero también lo es que China lleva ya tiempo aspirando a disputarle ese liderazgo universal, una riña que viene produciéndose desde los albores mismos del mundo, codificada finalmente como la Trampa de Tucídides, según la cual la guerra es inevitable cuando emerge una potencia convencida de derrotar y reemplazar a la dominante hasta entonces. Así se han ido sucediendo los imperios a lo largo de la historia, especialmente en los últimos treinta siglos, con la única excepción evidente del Tratado de Tordesillas (1494), por el que españoles y portugueses decidieron repartirse el mundo en vez de disputárselo por la fuerza de las armas.

También, al igual que en otros momentos parecidos de la historia, antes de llegar al choque directo las potencias en disputa por la hegemonía, sobre todo la emergente, proceden a una intensa labor de conformación de alianzas. China lleva muchos años tejiendo la red denominada Nueva Ruta de la Seda, un conjunto de acuerdos, tratados y alianzas con países de Asia, África y América Latina especialmente, con los que quiere formar un gran bloque unido por intereses económicos, pero también por una línea ideológica identificada con el autoritarismo frente al orden liberal y democrático.

Su mediación para el acuerdo entre Irán y Arabia Saudí tiene como traducción inmediata el desplazamiento de Estados Unidos como el país más influyente en la explosiva región del Próximo Oriente. Washington niega que se esté marchando de la zona, pero no es esa la percepción que tienen en el Golfo Arábigo ó Pérsico. China quiere hacer oír su voz, lo que es tanto como decir que también se apresta a jugar un papel esencial. Tanto Teherán como Riad aspiran al liderazgo absoluto sobre el mundo musulmán, con el Corán como única e indiscutida fuente de derecho y, aunque con distintas maneras de aplicarlo, es la constitución o el libro-guía de las conductas y comportamientos individuales y colectivos.

Rediseño de alianzas y cambio de equilibrios

El acuerdo cambia sustancialmente los equilibrios. Irán y Arabia Saudí también estaban disputando su propia Guerra Fría, al menos desde 2016 cuando Riad rompió las relaciones diplomáticas con Teherán tras el asalto a su embajada, saqueada e incendiada por manifestantes claramente identificados con los Guardianes de la Revolución, que reaccionaban así a la ejecución en Arabia del clérigo chií Nimr Baqr al Nimr, uno de los principales agitadores contra la monarquía saudí.

En esa Guerra Fría, ambos han medido sus fuerzas en otros territorios de la zona, especialmente en Yemen, en donde desde 2015 Irán respalda, arma y teledirige acciones de los rebeldes hutíes, mientras Arabia lidera una coalición de nueve naciones árabes, que apoyan al presidente Abdrabbuh Mansur Hadi. Se supone que el restablecimiento de los lazos diplomáticos entre el Irán del guía supremo Alí Jamenei y la Arabia dirigida con mano de hierro por el príncipe heredero Mohamed Bin Salman, permitirá desbloquear el sangriento statu quo de Yemen. Es lo que subyace en gran parte en el mensaje de felicitación de Naciones Unidas a China por el éxito de su mediación diplomática.

Hay, además, muchas más cuestiones pendientes, la primera la situación de Israel. Este siente su existencia amenazada permanentemente por Irán y no se cansa de advertir que no permitirá que Teherán disponga finalmente del armamento nuclear, que cada vez parece más cerca de conseguir. A su vez, Israel aspira a que Arabia Saudí se una a los países árabes con los que ya ha establecido relaciones diplomáticas y con los que está desarrollando los numerosos proyectos enmarcados en los Acuerdos de Abraham.

El príncipe Bin Salman, según una filtración a The Wall Street Journal, exige a cambio de ese futuro tratado de paz que se le permita desarrollar su propio programa nuclear para uso civil. Como compensación adicional de tal exigencia, Riad renunciaría a seguir respaldando las reivindicaciones palestinas, lo que implicaría un giro histórico de su diplomacia, lo que pudiera ser aprovechado por Irán para intensificar su respaldo y abastecimiento de drones y misiles a las milicias palestinas.

Todo ello se ventilaba hasta ahora entre los actores en presencia, con la mediación imprescindible, para bien o para mal, de Estados Unidos, mientras  la Unión Europea operaba como mediador secundario y gran proveedor, o pagano, de fondos para el desarrollo y la reconstrucción. De ahora en adelante, a lo que parece, habrá que contar, y mucho con China, que a la hora actual cuenta con un aliado subordinado no menor y agresivo: la Rusia de Vladímir Putin, cuya mayor aspiración es precisamente enterrar el orden internacional hasta ahora imperante.