Conflicto del Sáhara. ¿Dónde está España? 

Sáhara Occidental

Parafraseando al Shakespeare de Ricardo II, en política internacional, malgastando el tiempo sólo se logra que el tiempo te acabe desgastando. Habiendo dejado pasar algunos días para ver la situación en el Sáhara Occidental después de los hechos de Guerguerat con algo de perspectiva, y observando la banalidad del sector miope de los creadores de opinión españoles, no podemos por menos que alabar la sabiduría del bardo inglés, constatando la levedad de las reacciones de la clase política española, que persiste en hacer lecturas en clave de política nacional de asuntos con tanta repercusión internacional como el que nos ocupa.  Y esto, aún cuando España sigue siendo “de iure”, según estipuló la ONU, y ratificó la Audiencia Nacional, la potencia administradora del Sáhara Occidental, responsabilidad esta que ejercemos cansinamente y sin convicción, como si lo que sucede a 55 millas náuticas de Fuerteventura no fuese con nosotros. 

Y, sin embargo, la importancia de lo que pase en el Sáhara no ha pasado desapercibida para los actores internacionales que mantienen la voluntad de ser decisivos en la escena mundial. Tal es el caso de EEUU, país que ‘mutatis mutandis’, ha pivotado el foco de la política norteamericana de los países del norte de África, a la zona del Sahel, pero manteniendo una constante desde los tiempos de la Doctrina Reagan:  la estabilidad de la monarquía alauita es una prioridad geoestratégica para los EEUU, por encima de otras consideraciones, entre las que se cuentan las aspiraciones de autodeterminación del pueblo saharaui. La reciente apertura de misiones diplomáticas en el Sáhara Occidental por parte de los Emiratos y de Jordania en el área controlada por Marruecos deja pocas dudas acerca del alcance del compromiso del Departamento de Estado con el rey Mohamed VI, al tiempo que explican en parte el “timing” de la aparente sobrerreacción del Frente Polisario ante el movimiento de tropas marroquíes en el “buffer” de Guergarat, sito entre la frontera marroquí y la mauritana, para desbloquear el paso fronterizo y restablecer el orden público.  

Es esperable que Rabat se sume más pronto que tarde a Ammán y a Abu Dabi en el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel, posiblemente a cambio del reconocimiento por parte de EEUU de su soberanía íntegra sobre los territorios del Sáhara Occidental. Esta sintonía no es nueva, ya que Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos secundaron públicamente a Rabat cuando Marruecos cesó en 2018 las relaciones diplomáticas con Irán, acusando al país de los ayatolás de facilitar la entrega de armas y dar apoyo logístico y técnico al Polisario a través de la embajada de Irán en Argel a través de Hizbulá. Estos movimientos diplomáticos, que persiguen dar carta de naturaleza al ‘status quo’ en el Sáhara Occidental, chocan frontalmente con el interés de algunos sectores en Argelia por obtener una salida al Atlántico, creando una franja que separe a Marruecos de Mauritania. El proyectado gaseoducto Nigeria-Marruecos, que debe atravesar el Sáhara Occidental para llegar a Marruecos antes de alcanzar Europa, un incentivo para que Rusia medre en los asuntos saharianos y subsaharianos, mediante la interposición argelina, una opción atractiva para proteger los intereses de las exportaciones argelinas y rusas de gas a la UE, y para las aspiraciones iraníes de incrementar sustancialmente la venta de petróleo a Europa una vez que se resucite el  acuerdo internacional sobre el programa nuclear de Irán con Biden en la Casa Blanca.  

PHOTO/AFP: Refugiada saharaui en el campamento de refugiados de Samara, al oeste de la ciudad argelina de Tinduf

En la práctica, la coyuntura es poco favorable para que el gambito Polisario tenga éxito en su huida hacia adelante, por más que las relaciones entre Argelia y Marruecos continúen marcadas por la fricción en un futuro previsible. Sobre el papel, el ejército argelino podría participar directamente en apoyo del Frente Polisario, gracias a la reciente reforma constitucional que permite intervenciones militares en otros países, algo que plausiblemente, entró en los cálculos del Frente Polisario tratando de forzar la situación finiquitando el alto al fuego y declarando el estado de guerra contra Marruecos.  

No obstante, en la práctica, y a pesar de la cuestión sahariana, los canales de comunicación entre Rabat y Argel siguen abiertos, y las dependencias mutuas en materia de suministro energético, junto al peso de los lazos socioculturales, hacen improbable que se llegue a una abierta militarización de la crisis, a corto plazo. Así, es dudoso que la rivalidad entre ambas naciones, focalizada en el Sáhara, tenga otras consecuencias que agotar los recursos de Marruecos, impedir la unidad geopolítica de los países del Magreb, y hacer crónica la crisis humanitaria en los campos de refugiados de Tinduf, en Argelia.  

PHOTO/REUTERS:Campamento de refugiados de Boudjdour Tinduf, al sur de Argelia 

El equilibrio de fuerzas entre Argelia y Marruecos hace que Mauritania, a caballo entre el Magreb y África Occidental, cobre una notable importancia en el encaje de las piezas del puzzle del Sahel, un espacio que Argelia ve como su “chasse gardée”. La relevancia que tanto el corredor comercial de Guerguerat,  como la protección del tramo marítimo del gaseoducto Nigeria-Marruecos tienen para el desarrollo económico de la región subsahariana, sugiere que los intereses de fondo de quienes,  con mayor o menor transparencia, dan su apoyo al Frente Polisario, tratarán de obtener una ventaja estratégica mediante la desestabilización de  Mauritania, un país con el que España tiene unos lazos históricos mucho más profundos de lo que se admite de ordinario, pero que la toponimia se encarga de recordarnos, y que ofrece a la diplomacia española una oportunidad para llevar a cabo iniciativas diplomáticas diferenciales,  en relación al problema del Sáhara.  

Las relaciones de Mauritania con sus vecinos del Magreb, Marruecos y Argelia no han sido fáciles. Cuando España abandonó el Sáhara en 1975, Mauritania aceptó la oferta de Marruecos para ocupar el tercio sur del Sahara Occidental, con el que tiene una larga frontera. Sin embargo, la hostilidad del Frente Polisario obligó a Mauritania a firmar un acuerdo de paz con el grupo armado, y retirar su ocupación en 1979, para acabar reconociendo en 1981 a la República Árabe Saharaui Democrática del Frente Polisario. Este reconocimiento fue inefectivo, ya que Marruecos procedió a ocupar inmediatamente la zona que Mauritania había desocupado, impidiendo la materialización de las expectativas argelinas. 

PHOTO/MAP:El rey de Marruecos Mohammed VI 

Posiblemente como consecuencia del relativamente menor peso específico del país en el conjunto del Magreb, Mauritania es percibida como un actor secundario; casi marginal. Sin embargo, la de Mauritania es una historia de (frágil) éxito frente a la creciente y compleja amenaza de los grupos militantes islamistas que operan en el Sahel, desde que el salafismo argelino del GSPC hiciera su bautismo en Mauritania en 2005. Es dudoso, no obstante,  que el país pueda contener a largo plazo las presiones derivadas de los intereses interrelacionados y transversales a nivel local, nacional e internacional en el Sahel,  sin apoyo exterior, a pesar de los frutos de las reformas militares que tuvieron lugar  después de la masacre que al-Qaeda del Magreb Islámico, “spin-off” del GSPC, perpetró en  Tourine en 2009, y de la acertada estrategia de mejorar la seguridad y las condiciones de vida de las poblaciones en áreas remotas del desierto para generar lealtad al gobierno liderada por el coronel mauritano El Khalil.  

Este es precisamente uno de los ámbitos en los que una cooperación exterior española reforzada, junto a una política vigorosa de inversiones directas en infraestructuras, acompasada por la iniciativa privada, puede jugar un papel distintivo dentro de la multilateralidad; proyectando poder blando, a la vez que ofreciendo entrenamiento en materia antiterrorista y asesoramiento en cuestiones de gobernanza política y económica. Garantizar que Mauritania no pierda el control de su territorio a causa de las injerencias externas, debería convertirse en un objetivo prioritario de nuestra política exterior. España tiene la obligación histórica de encontrar una voz propia en una cuestión sobre la que tiene asignada una responsabilidad directa, y cuya respuesta  no está sólo en El Aaiún.  

 

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