Opinión

Cronología de un breve encuentro

photo_camera Pedro Sánchez Joe Biden

Veinte segundos pueden ser eternos. En ellos puede dar tiempo a tratar una crisis diplomática, la reafirmación del compromiso de un país que alberga bases militares de otro, el refuerzo de la vinculación transatlántica, el necesario multilateralismo, el problema migratorio y hasta la conveniencia de reactivar el turismo entre dos países amigos. Todo eso debería haber ocurrido en el fugaz paseíllo que Joe Biden le ha concedido hoy a Pedro Sánchez en los corredores fríos y gigantes de la sede de la OTAN en Bruselas. De todo esto, en teoría, iban a conversar en su publicitado encuentro. 

Si nos atenemos a la información que el pasado jueves diez de junio se filtró a los medios de comunicación desde la oficina de prensa del Palacio de la Moncloa, ambos se reunirían aprovechando la asistencia de los dos a la cumbre de la Alianza. Pero una reunión nunca puede ser una breve charla de veinte segundos mientras los dos dirigentes pasean hacia el plenario. Los respectivos jefes de gabinete, Ron Klain e Iván Redondo, habían sellado los detalles de la reunión en una conversación telefónica horas antes, pero la Casa Blanca nunca había refrendado los detalles de la información monclovita, lo que despertaba todos los recelos en analistas y periodistas. Al final, las sospechas se han confirmado, y la única conversación que los presidentes norteamericano y español han mantenido en Bruselas ha sido el efímero caminar acompasado mientras ambos intercambiaban no más de tres frases cada uno, hasta que Sánchez se ha adelantado unos pasos como perfecto conocedor de que lo pactado era un mero saludo caminante sin más importancia que la que Moncloa le ha dado, registrando con su fotógrafo y su cámara tamaña bilateral para la historia. 

Lo único que Biden le ha concedido a Sánchez es el “privilegio” de acompañar sus pasos durante unos cincuenta metros, mientras los demás se adelantaban un poco respecto a la extraña pareja, y poder comentarle de forma muy poco privada que aquí está España y que seremos un socio fiel, mucho más fiel de lo que la ideología sanchista es capaz de garantizar hacia los que se salen de su credo populista. El inquilino de la Casa Blanca sólo ha mirado a su interlocutor al final, invitándole con su brazo izquierdo apoyado levemente en la espalda a caminar delante de él, porque los segundos acordados ya habían terminado. La utilización de mascarillas nos impide averiguar cuál de los dos ha hablado más, da la impresión por las imágenes de que el español ha sido más proactivo y el político de Pensilvania más reactivo, el movimiento de sus ojos sugiere que le ha contestado con monosílabos antes de la despedida. Como mucho, habrán podido comentar un asunto de los que ambos países comparten, probablemente la celebración de la próxima cumbre OTAN en España. O tal vez la promesa de recibirle en despacho oval cuando el número de jefes de Estado y de Gobierno que pasan por allí con Biden como anfitrión haya llegado a los tres dígitos. 

Sánchez llegaba a la sede de la Alianza Atlántica con necesidad de una imagen. Sólo la victoria rotunda de su candidato oficial en las primarias andaluzas le ha alegrado un poco en una época de constantes revolcones que comenzó con las mociones de censura frustradas y se acrecentó con la sonora derrota electoral en Madrid. Por eso era una temeridad anunciar lo que hoy ha ocurrido como una reunión de trabajo. Los fontaneros de Presidencia se han metido ellos solos en el lío, por hacer creer que iba a ocurrir algo que la otra parte nunca confirmó. Por eso este paseíllo inanimado forma ya parte de los momentos sublimes de un mandato, y no precisamente del de Joe Biden.