Cuando la religión se cruza en el camino de la salud

A Jewish ultraorthodox

A 21 de abril, la pandemia global del coronavirus ha quitado la vida de más de 170.000 personas en todo el mundo. Las medidas sanitarias de distanciamiento social y estricto confinamiento llevadas a cabo por los gobiernos de todo el mundo han conllevado la paralización de la economía mundial, un dramático incremento del desempleo y la ruina de varios sectores, como el turismo o la restauración. El coronavirus y la enfermedad que provoca, la COVID-19, han copado las portadas de todo el mundo. Los efectos de esta pandemia han sido tan trascendentales que cuando en el futuro nos refiramos al año 2020 será inevitable recordarlo como el año del coronavirus, del mismo modo que el imaginario colectivo recuerda 1989 como el de la caída del Muro de Berlín o 2001 como el del 11-S.

Sin embargo, existen amplios sectores de la población mundial que todavía hoy hacen caso omiso a las advertencias de expertos, médicos y gobiernos de todo el planeta sobre el letal virus. Se trata de ciertas agrupaciones religiosas que, alentadas por líderes espirituales irresponsables más centrados en mantener las tradiciones que en proteger a los miembros de su comunidad, ignoraron las restricciones sanitarias impuestas por sus propios gobiernos.

En Israel, por ejemplo, la tasa de infección dentro de la ciudad de Bnei Brak, donde un 95% de la población es ultraortodoxa, es mucho mayor que la media nacional. Lo mismo sucede con el barrio de Mea Shearim, en el centro de Jerusalén, habitado también por judíos ultraortodoxos. A inicios de abril un tercio de los contagiados en Israel eran habitantes de Bnei Brak o Jerusalén, y otras ciudades con gran presencia ultraortodoxa tienen también índices muy altos de contagio según el Ministerio de Salud israelí. Pero los altísimos niveles de infección en estas comunidades no se explican solamente por la falta de precaución de sus líderes religiosos, sino también por la inacción del gobierno israelí. 

Paradójicamente, Israel fue uno de los países que actuó con más rapidez y contundencia para contener la pandemia, restringiendo el tráfico aéreo el 4 de marzo, cuando en el país apenas había 15 casos confirmados. Sin embargo, el Ejecutivo de Netanyahu no se atrevió a limitar la actividad religiosa como el rezo en las sinagogas o las celebraciones multitudinarias hasta que fue demasiado tarde. Las escuelas seculares cerraron el 13 de marzo, pero las yeshivás (centros de estudio de los textos religiosos del judaísmo) permanecieron abiertas hasta mediados de abril, y algunas siguen abiertas con restricciones. El rabino Haim Kanievsky, uno de los más influyentes en el país, llegó a declarar que era más peligroso dejar de estudiar la Torá que arriesgarse a contraer el virus. A pesar de que los expertos alertaron que las sinagogas podían convertirse en el principal lugar de transmisión del coronavirus, el Ministerio de Sanidad, encabezado por el ultraortodoxo Yaakov Litzman, decidió que la actividad religiosa continuara con menos restricciones que las impuestas a la población secular.

Muchos rabinos y el propio Gobierno han acabado rectificando durante las últimas semanas, pero su tardanza y renuencia a intervenir en los asuntos religiosos puede haber condenado a muchos en las comunidades ultraortodoxas.

También en el mundo musulmán las autoridades han vacilado a la hora de actuar contra la transmisión del coronavirus. Irán, uno de los países afectados de forma más temprana, detectó sus primeros casos en la ciudad sagrada de Qom, donde también fallecieron las dos primeras víctimas por la enfermedad. Qom, que por su importancia religiosa recibe a fieles de todo el país, ha sido en efecto el epicentro de la pandemia en Irán. El Gobierno de los ayatolás no estimó conveniente llevar a cabo las medidas de distanciamiento social que exigía la situación. El 29 de marzo un centenar de académicos iranís señalaron al Ayatolá Jamenei, Líder Supremo de Irán, como el “culpable número 1”. La covid-19 se ha cobrado más de 5.000 vidas en el país según los disputados datos oficiales.

Existe preocupación respecto a la inminente celebración del Ramadán, periodo en el que tradicionalmente se reúnen multitudes de feligreses para realizar oraciones en comunidad. En Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos se anunció recientemente que las oraciones durante el Ramadán deberán hacerse desde casa, decisión apoyada por los propios muftíes. Las siguientes semanas dirán si las medidas de distanciamiento social son obedecidas, aunque el apoyo de los líderes religiosos a dichas medidas es una buena señal.

También en los países occidentales las creencias religiosas se han interpuesto en el camino de los hechos y de la ciencia. Mucho se ha escrito sobre la secta Shincheonji de Corea del Sur. En marzo, esta secta surcoreana se convirtió en el epicentro de la epidemia en el país, que afortunadamente ha aplanado la curva de infecciones con más éxito que la mayoría de estados. A principios de marzo se estimaba que el 60% de los infectados en Corea del Sur eran miembros de esta secta, cuyo líder Lee Man-hee exhortó a sus seguidores a seguir reuniéndose a pesar de la epidemia.

En Estados Unidos, el país más afectado por la COVID-19, varios pastores evangélicos declaraban en marzo y abril, mientras los contagios y fallecimientos por coronavirus aumentaban en picado en Estados Unidos, que la fe en Dios bastaría para salvar a los creyentes. Algunos pastores, con evidente influencia sobre su comunidad de creyentes, siguieron celebrando misas multitudinarias, desafiando las restricciones estatales y federales. No pocos pastores evangélicos con gran influencia describieron la pandemia como una “farsa”, entre ellos Roy Moore, quien fuera candidato del Partido Republicano al puesto de gobernador de Alabama y ex Juez del Tribunal Supremo en dicho estado. Moore también alentó a los fieles a asistir a eventos religiosos en marzo y abril, desoyendo las advertencias sanitarias al respecto.

Ni que decir tiene que tal postura denota una ausencia total de responsabilidad y de solidaridad para con quienes al fin y al cabo son miembros de sus comunidades religiosas. La incapacidad y la falta de voluntad de muchos líderes religiosos de enfrentarse al coronavirus de acuerdo con los consejos de gobiernos y expertos ha arrastrado al contagio a miles de personas de todas las confesiones y sectas en todos los rincones del mundo. Muchas comunidades depositan su confianza en estos líderes religiosos, por encima incluso de sus representantes políticos o de sus instituciones de gobierno. A cambio, buena parte de estos líderes religiosos han respondido con irresponsabilidad, e ignorancia, aferrándose como un clavo ardiendo a las propias tradiciones en detrimento de la seguridad, la salud e incluso las vidas de sus seguidores.

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