Cuba pertenecerá a un club que no debería admitirle como socio

Cuba

El mundo no va a olvidar fácilmente este 2020. Y la ONU tampoco. Como la organización supranacional por excelencia que es, no lo olvidará por la amenaza que ha supuesto para todos los países del mundo el coronavirus; como matriz de la Organización Mundial de la Salud, lo recordará siempre por las dificultades que está suponiendo su erradicación y por las críticas recibidas por la errática gestión que este organismo ha hecho desde el mes de enero. Sólo le faltaba al bueno de António Guterres, el noveno secretario general de Naciones Unidas, acabar el año fatídico con un escándalo como será el ingreso de Cuba en su Consejo de Derechos Humanos. La posibilidad es real, por la gracia de esa burocracia cósmica y buenismo ancestral que representa la institución y que va a ser ratificada en las próximas horas. 

Señalar estas fallas en la organización que más ha canalizado el sentir de los pueblos desde su creación es triste, y mucho más en la semana en que se celebra el Día Mundial de la Alimentación, creado por la FAO hace ya 40 años para poner el acento en la necesidad de hacer llegar los alimentos de forma igualitaria todos los países para hacer desaparecer o mitigar al menos el hambre en el mundo. Pero sus buenos propósitos no le dan a la ONU carta blanca. Mucho menos a aquellos que se amparan en ella para sus teorías, como aquella de que Naciones Unidas representa “la legalidad internacional” teniendo en su seno mismo, en su Consejo de Seguridad, miembros permanentes como Rusia y China. Seguro que ambos estarán hoy aplaudiendo la entrada en el Consejo de Derechos Humanos de Cuba y su dictadura comunista que se prolonga por más de seis décadas y que ha dejado a sus habitantes anclados en el siglo pasado. 

El Consejo de Derechos Humanos de la ONU se creó en marzo de 2006 “con el objetivo principal de considerar las situaciones de violaciones de los derechos humanos y hacer recomendaciones al respecto”, según la web de este organismo. Como todo buen resorte administrativo mandatado por la organización, tiene un Comité Asesor que delimita todas las cuestiones que afectan a los derechos humanos en el mundo, y que suponemos habrá tenido bastante trabajo durante todos estos años en relación con la vulneración de los derechos humanos en la isla caribeña. El Consejo se reúne periódicamente en Ginebra y está compuesto por casi medio centenar de países que son elegidos por la Asamblea General de Naciones Unidas. Asia y África tienen trece representantes cada uno, Latinoamérica ocho, Europa occidental y oriental seis cada uno, según una distribución geográfica que pretende ser equitativa. Para aceptar la entrada de un país, la mayoría de los miembros de la Asamblea votan de forma directa y secreta, y los mandatos son de tres años improrrogables después de seis.  La ONU presume de que se tiene en cuenta para elegir a los miembros del Consejo “la contribución de los Estados candidatos a la promoción y protección de los derechos humanos, así como las promesas y compromisos en este sentido voluntarias”. La contribución de Cuba y sus promesas en este sentido brillan por su ausencia. 

Ya resulta sonrojante que el Consejo acoja actualmente en su seno a la República Bolivariana de Venezuela, el país latinoamericano donde con mayor ahínco se persigue a los opositores al régimen y se les castiga con violencia física y prisión. Una misión de la ONU hacía público hace pocas semanas el informe que relata crímenes de lesa humanidad en un miembro de su propio Consejo de Derechos Humanos. Pero ahora estará también Cuba, que ya ha sido miembro de este en cuatro períodos anteriormente.

Cuba no representa las aspiraciones democráticas del continente latinoamericano. Cuba no está comprometida con los derechos humanos, ni permite la consagración de la democracia legalizando los partidos políticos, ni autoriza elecciones libres, y cercena sistemáticamente la libertad de asociación, de reunión, de prensa, de expresión y de participación política. El régimen cubano, como el venezolano, detiene a las personas que se expresan contrarias a sus respectivos Gobiernos, y les mantiene privados de libertad durante horas, días, meses o años. Tampoco ratifica los tratados internacionales de defensa de los derechos humanos, contra la tortura o contra la discriminación de la mujer. Pero es una dictadura que goza de muy buena imagen entre la izquierda mundial, que glorifica sus presuntos éxitos en educación y sanidad públicas.  

Los cubanos que puedan estar informados de este ingreso de su país en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU sentirán lo mismo que los ciudadanos vascos cuando se enteraron de que el terrorista Josu Ternera presidiría la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco. Como sentenció el clásico marxista, Cuba ingresa en un club que no debería admitir socios como ella. 

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