Cumbre de la OTAN en Madrid: realismo sin adornos

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La agresión rusa de Ucrania del pasado 24 de febrero ha despertado a la Alianza Atlántica de una muerte cerebral – en palabras del propio presidente de la República de Francia, Emmanuel Macron – en la que estaba sumida desde que el anterior inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, le diera el golpe de gracia tras años de indefinición, errores y divergencias en la visión estratégica de los aliados.

Toda guerra es un fracaso, y aunque queda ya lejos de nuestra memoria la crueldad de la desintegración de la antigua Yugoslavia y los Balcanes en los años 90 del siglo XX, ésta es particularmente dolorosa para los europeos, que creíamos tener un Sistema de Seguridad en el continente que ha fallado. Acostumbrados a décadas de paz y a los réditos de un modo de vida y un estado del bienestar insólito fuera de nuestras fronteras, los europeos nos damos de bruces con una realidad que nos recuerda que nada en materia de seguridad y de libertad es gratuito y que tenemos el derecho y el deber de protegernos frente a una conflictividad global en aumento y cuyos frentes abarcan desde la economía a la geopolítica, pasando por los desafíos tecnológicos y éticos, los dominios del ciberespacio, las comunicaciones y las emociones, la carrera armamentística – incluida la nuclear –, los cambios sociales y demográficos, el cambio climático y sus implicaciones en los movimientos migratorios, el terrorismo y la criminalidad organizada, la seguridad alimentaria y energética o las distintas formas de gobernanza y de legitimación del poder.

Un mundo de posibilidades infinitas en una nueva era geopolítica en el que el orden internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial parece que llega a su fin de ciclo con la aparición de nuevos actores con vocación de liderazgo internacional, como China o Rusia, que lo cuestionan.otan

La era de la competición entre potencias y el desafío a las reglas del Derecho Internacional basado en normas se abre paso ante el cuestionamiento y desplazamiento de Estados Unidos como líder global, la pérdida de atributos de las soberanías nacionales en un mundo cada vez más globalizado, pero muy mal gestionado, la dificultad de Europa para reinventarse y definirse – la autonomía estratégica es sólo un ejemplo – y la aparición de nuevos actores que ofrecen modelos alternativos de gobierno en donde la democracia no es que pierda empuje, es que ni siquiera se plantea como un modelo a valorar porque se pone en duda su legitimidad y capacidad para responder con eficacia a los desafíos demográficos, tecnológicos, climáticos, energéticos, de comunicación, de la información y genéticos, que son los verdaderos problemas globales que trascienden la seguridad nacional. Y es, en este momento fundamental para la seguridad trasnacional y colectiva en el que ha tenido lugar la Cumbre de la OTAN en Madrid los pasados 28, 29 y 30 de junio de 2022.

Debatir sobre el hoy y el mañana del futuro del espacio del Atlántico Norte, afirmar que la Alianza es la única plataforma de cooperación en materia de seguridad y defensa, acordar la Estrategia para 2022 – base de los próximos años -, promover la cooperación entre los socios, dar la bienvenida a los nuevos – Suecia y Finlandia -, aumentar la resiliencia de la Organización y la sofisticación tecnológica, garantizar los fondos y las inversiones necesarias para hacerla más eficaz y capacitarla en la disuasión, pero también para la defensa proactiva si fuera necesario, es el resultado de una Cumbre calificada de histórica – y no sólo por la adopción del Nuevo Concepto Estratégico – por el compromiso con Ucrania, la atención al impacto de la seguridad en nuestros valores, la mención al cambio climático como multiplicador de crisis y generador de inestabilidad, la adopción de la visión 360º con la mención del Flanco Sur y el Sahel para dar respuesta a las percepciones de seguridad de los países del sur, no siempre coincidentes con los nórdicos o los de Europa del Este y la ampliación del foco de actuación al Indo Pacífico, una zona considerada como el patio trasero de China y donde las alianzas entre las potencias emergentes hay que tenerlas en cuenta. Compromiso con la libertad y los valores democráticos en un difícil equilibrio con una Turquía que tiene un ojo en Europa, pero es parte de ese mundo que aboga por la tradición junto a otras potencias revisionistas que están lanzando un órdago a Occidente, que prioriza sus intereses nacionales frente a los colectivos y que, como un pariente díscolo, cuestiona el liderazgo de Estados Unidos con unas alianzas propias de una geopolítica realista y alejada del idealismo que nos caracteriza a los europeos.

Si la retirada de Afganistán puso en evidencia la fragilidad de la OTAN y la credibilidad de Estados Unidos, la invasión de Ucrania ha acentuado la dependencia de Europa de Estados Unidos con la aprobación de un Concepto Estratégico hecho a medida de los intereses de Estados Unidos – Rusia aparece como la mayor amenaza para la Alianza y a China se la califica de rival sistémico, un desafío y un competidor estratégico - y que vacía de contenido la Brújula Estratégica de la UE, un documento que arrancó hace dos años bajo el liderazgo alemán y que ha culminado, casi de puntillas, este semestre bajo la presidencia francesa del Consejo. Y eso a pesar de que en Madrid se ha destacado la cohesión de todos los socios europeos con la Alianza y de la Alianza con los europeos.otan

En geopolítica, el equilibrio entre valores y realismo es una apuesta complicada que se ha puesto de manifiesto en el conflicto ucraniano con la gestión de la capacidad de Occidente de asegurar consensos, incluso entre los propios socios europeos.

Escribía Tucídides en su obra “Las guerras del Peloponeso” que las naciones van a la guerra por interés, por honor o por miedo. La interpretación de las amenazas es una percepción muchas veces irracional. Confrontar modelos políticos en una especie de Cruzada ideológica y plasmarlos en un Concepto Estratégico en un mundo multipolar puede que no sea buena idea. Porque con los valores no se negocia y la dicotomía de amigo/enemigo, cuando más del 60% de la población mundial no apoya a Occidente y los valores que representa – y tampoco la narrativa sobre Rusia -, y la energía sigue siendo un elemento de tensión, reduce las posibilidades de cooperación y aumenta la inseguridad y la inestabilidad. Restablecer la confianza es muy difícil, y hoy la frontera más débil es Ucrania, cuya lógica no permite aventurar una salida que no sea de suma cero o una cronificación de la guerra.

Llevar la idea de confrontación con China, cuando la bomba de relojería está en Oriente, podría tener también repercusiones en cadena. Realismo sin adornos que indica que, en algún momento, Europa va a tener que dialogar con Rusia y que las dinámicas con China necesitan buena sintonía. Una ocasión para que los Aliados revisen sus políticas de asociación y también una oportunidad para convertirlos a ambos en un socio de cooperación si de verdad lo desean todos.

Marta González Isidoro es miembro de IDAPS. Instituto para el Debate y Análisis de Políticas de Seguridad y Defensa, IDAPS.

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