Opinión

Democracia 5G

photo_camera Donald Trump

La democracia corre el riesgo de derivar en demagogia. Fueron los griegos los que advirtieron sobre ese destino implícito escondido bajo la esencia de aquella forma de organización política que se había puesto en marcha en algunas polis de la antigua Grecia (Quíos, Atenas). La perversión del proceso es conocida desde hace más de 25 siglos, y quizá por ello la revista The Economist se pregunta en la portada de su último número de noviembre de 2020 sobre cómo es de resiliente la democracia en este momento en el cual el presidente de Estados Unidos no termina de ser elegido ante la contumaz estrategia de Donald Trump de presentar como fraudulento el proceso electoral que según todos los resultados y las instituciones norteamericanas da la victoria al candidato demócrata, Joe Biden. Lo inverosímil convertido en verdadero, lo falso en creíble, la verdad en mentira y la democracia finalmente en demagogia. 

Subvertir la esencia y el fundamento del sistema para mantener el poder a cualquier precio en el marco de un mercado de recuentos cada vez más negro donde la política americana nunca debería de haber entrado. Terminar con las virtudes y las libertades democráticas en el nuevo milenio, utilizando los mecanismos del propio sistema es quizá también la voluntad paralela y el horizonte de los promotores del caos, que planean vender a precio de saldo la democracia liberal, reconvertida en religión oficial después del comunismo, del integrismo religioso y el nacionalismo radicalizado. El caos democrático conducido para provocar una crisis de fe. 

La conspiración global y caótica que nadie asume. Una estrategia elaborada desde una profunda y desconocida cocina del infierno, por quienes quieren transformar la democracia en otra cosa, sin partidos tradicionales, sin procedimientos convencionales, sin reconocimiento de las mayorías, sin respeto a las leyes. Con capacidad de alterar las constituciones por vías alternativas para debilitar las leyes y perpetuar a los perpetradores de la revolución, taimada pero real. Con voluntad de convertir la verdad de una victoria electoral en una falsedad con modernos ingenios digitales e inventos. 

Se diría que la deconstrucción del orden liberal es una estrategia multifactorial, no establecida por ningún consenso, y que, por tanto, desprende una imagen y una sensación de pérdida de rumbo en las relaciones internacionales y de desconcierto. Algo semejante a lo que sucediera hace dos décadas con el paradigma de la globalización, que fue asumida por los principales actores y grupos de interés, pero con sus respectivos criterios de interpretación del fenómeno y sus objetivos propios y no coincidentes. Pero que entonces tuvo diferencias fundamentales con respecto a la perversa dinámica de la actualidad. Una, que el liderazgo de Estados Unidos y algunos de sus valores fundamentales (fomento de las relaciones económicas y del comercio global; pluralismo político; instituciones multilaterales; derechos humanos, diversidad y cooperación internacional) impulsaron el proceso globalizador. Otra, que las herramientas legales lo regularizaban y las tecnologías digitales lo expandían. Una más, que la globalización resultó un paradigma socialmente inspirador, políticamente democratizador y en buena medida estabilizador del orden internacional durante 25 años. 

Ahora, sin embargo, distintas fuerzas ultraprogresistas, rupturistas y radicales conviven con autoritarismos y se retroalimentan haciendo común la idea de que ante la ausencia de un orden definido y de un proyecto global que está aún por consensuar y, que será difícilmente consensuable, la estrategia consiste primero en la deconstrucción de lo existente. Y, más adelante, en la creación de un orden nuevo aún indefinido, pero seguramente secesionista, anticapitalista, federalista si conviniese y, si no, armonizador en el aumento de cargas fiscales y naturalmente saludable para las clases medias empobrecidas, relativista en lo que conviniera para poder implantar las mentiras en la sociedad, pero firme en la legislación que proteja la única verdad absoluta, la del nuevo sistema, nacional progresista o identitario, es decir, la verdad del paraíso populista. O en otro caso, el mantenimiento de un permanente desorden, en cuyo seno avance la minoría insignificante, hasta convertirse en mayoría suficiente, para persistir en el empeño de deconstruir. 

La democracia es un régimen de opinión, y, por tanto, se ampara en la verosimilitud no en la verdad absoluta. Pero lo verosímil tiene que estar fundamentado a su vez en lo verdadero, en lo creíble, en una búsqueda del bien común. No en los debates estériles y demagógicos que se presentan en los parlamentos, en los discursos y en los medios actuales como en una atracción de feria. Palabras vacías, insulsas, provocadoras. Mentiras sin riesgo ninguno. ‘Fake news’. He aquí uno de los fundamentos de esta generación democrática del 5G. No distingue ni los mensajes, ni los canales, ni entre lo verdadero y lo falso. Madrid nos roba; ha habido fraude en las elecciones; el ‘establishment’ miente y nos manipula; la casta, son ellos; Biden y el Rey; yo soy la verdad. 

La democracia tiene que luchar dentro de sus fronteras constitucionales y fuera de sus territorios, cada vez más permeables, cibernéticos e indefinidos. Se desarrolla en el marco de un Estado de derecho y unas instituciones cuya dinámica es garante del sistema que decide políticamente por mayoría, pero que actúa individual y colectivamente de manera racional y no caótica; equilibrada y libremente y no determinada por los mensajes inaceptables que hacen creer que Bildu es una fuerza democratizadora y que líderes inconsistentes y pintorescos son apóstoles de una nueva verdad, que es completa y absolutamente mentira. 

La demagogia de la nueva política y el populismo financiado para promover el caos han puesto las cartas sobre la mesa para jugar una partida que nos conduce a una lucha política sin cuartel. No es una cuestión de Pensilvania ni de Georgia. Es un asunto americano, español y global. The Economist dice que la propia democracia esconde las semillas para su regeneración. Pero la generación 5G de demócratas libres e iguales ante la ley nos enfrentamos hoy a los tiranos de la antigua Grecia, a los enemigos de la Ilustración, a los totalitarismos de la Guerra Mundial, a la segunda edición de la Guerra Fría. Y, ahora, al populismo decadente que han sufragado los autoritarismos, que propagan los falsarios y que está sostenido por demagogos insustanciales. Según decía Platón, los más incompetentes.