Opinión

Democracia a la medida

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Tras la muerte de Franco en noviembre de 1975 y un largo periodo constituyente conocido públicamente como la “Transición”, a finales de 1978, los españoles, procedimos a formalizar los trámites legales para instaurar nuestra actual Constitución. 

Tramites, para la aprobación del documento -previamente pulido, amoldado y consensuado por parte de representantes de las diferentes fuerzas políticas- por las Cortes Generales y el Senado en sesiones plenarias celebradas el 31 de octubre de 1978, ratificado por el pueblo español en referéndum el 6 de diciembre y sancionado posteriormente por S.M. el Rey el 27 de diciembre del mismo año ante las Cortes generales.

Desde entonces, todos creímos y entendimos, incluso en muchos países de nuestro entorno y algo más lejanos, que España y los españoles habíamos conseguido transformar nuestra nación en un país plenamente democrático, moderno y que además lo hicimos de forma ejemplar. Logramos un cambio radical, rápido e incruento que algunos otros países ansiaban, ya que aún se debatían ante los últimos coletazos de regímenes dictatoriales, comunistas o en manos de dinastías hereditarias o de sátrapas y ansiaban romper tales lazos de forma similar. 

A decir verdad, España, en los últimos años de la dictadura de Franco ya había iniciado, a diferencia de otros países en situación similar, una cierta aproximación y apertura a las políticas, relaciones exteriores y a organismos internacionales donde, principalmente tras la muerte del “dictador”,  paulatinamente se nos acogió con todo cariño y voluntad de ayudarnos para que nuestra adaptación fuera rápida, evitar recaídas y que fuera sin grandes traumas para las partes. Cosa a la que contribuyó mucho el grado de adaptación y de cesión de todas las fuerzas políticas y sobre todo, por parte del entonces S.M. el Rey D. Juan Carlos I, tan denostado hoy en día.

Los jóvenes de aquellos años, entendimos que había que arrimar el hombro, adaptarnos lo más rápidamente posible a las necesidades; abrirnos a las modas, modos y modismos que imperaban  fuera; hacer lo posible por entendernos con ellos y, lograr que al mismo tiempo, comprendieran, que aunque veníamos de una larga dictadura, no éramos unos bichos raros, ni unos perversos o malvados que desconfiábamos de todo y todos al estilo albanés. 

Al contrario, fuimos honrados, humildes pero diestros en mostrar nuestras habilidades y pronto empezamos a codearnos, de tú a  tú con las democracias más rancias o arraigadas, pregonando que no existían diferencias con ellos porque compartíamos una buena y fuerte democracia que nos hacía a todos iguales y pronto, copropietarios de una Unión Europea que en breve estaría destinada a ser uno de los pilares más eficaces de dicho movimiento en el mundo.

Tanto fue así, que algunos no entendíamos ciertos cuchicheos y alguna que otra sonrisa que aparecían en los foros internacionales cuando se hablaba de España, en nuestra propia cara o de espaldas. Debo decir, que en más de una ocasión me he visto enzarzado en discusiones ante tales situaciones, si los comentarios e insinuaciones eran mayores o se empezaba a escuchar que nuestra democracia no era tan pura ni clara como la veníamos vendiendo. 

Existe un dicho que inicia con algo así como “en todas las casas cuecen habas” de lo que se desprende que no hay ninguna democracia perfecta, todas han precisado determinadas enmiendas, revisiones o adaptaciones porque la maquinaria no era perfecta; en España, haciendo gala de la parte final del anterior dicho “y en la mía a calderadas” pronto vimos que los chirridos no eran algún tipo de excepción a la regla, sino algo bastante habitual.

Los pactos políticos y las traiciones internas en y entre ellos son frecuentes en todo el mundo; nosotros no dejamos pasar mucho tiempo y al puro estilo británico, pronto defenestramos a quien, aunque no nos había hecho ganar una guerra como le paso allí a Churchill, si lo hicimos con quien llevó el timón y marcó el rumbo durante aquella compleja singladura, Adolfo Suarez.

El 23 de febrero de 1981, aprovechando el acto de su renuncia a continuar en el cargo, se produjo un golpe de Estado, también conocido como 23-F, que fue un intento fallido -gracias a la habilidad e intervención de Juan Carlos I- perpetrado por algunos mandos militares en España. Golpe, que se encuentra estrechamente relacionado con ciertos acontecimientos vividos durante la mencionada transición. Eran principalmente cuatro los elementos que generaron un ambiente de tensión permanente en España y que el gobierno no logró disipar: la prolongada crisis económica y sus consecuencias, la articulación de una nueva organización territorial del Estado sin que se perdiera la cohesión sostenida por Franco, la multiplicación de las acciones terroristas de ETA y la resistencia de ciertos sectores del Ejército a aceptar un sistema democrático, principalmente tras la legalización del partido Comunista en abril de 1977.

Primera china gorda en el zapato de una democracia incipiente  que levantó todo tipo de alarmas y que además, en pocos meses, tal y como estaba previsto, en 1982 propició el cambio de gobierno bajo la egida del PSOE por primera vez tras la guerra civil; cambio que originó no pocas suspicacias, gran malestar y que a pesar de las muchas mejoras bajo su mandato, derivó en una gran crisis económica en los últimos años de Felipe González (1995-96). 

Entre 1983 y 1987 aparecieron en España los llamados Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL); organización parapolicial que practicó terrorismo de Estado o «guerra sucia» contra ETA y su entorno a la orden de los dos primeros gobiernos de Felipe González. Situación negra y oscura de nuestra historia reciente que despertó muchas sospechas internas y externas; pero que por diversos motivos y tras una buena coordinación de encubrimiento política, policial y judicial, nunca se llegó a esclarecer del todo. Aunque durante el proceso judicial contra los considerados “responsables y ejecutores” de dicha organización sí fue probado que estaba financiada por el Ministerio del Interior. Caso que, para algunos partidos, se considera cerrado, pero no para todos y hasta recientemente se ha tratado de reavivar en el Parlamento.

Durante aquellos años y los siguientes intentamos integrarnos en organizaciones y alianzas que dieran el marchamo democrático a España como un país más entre los pares o iguales que nos rodeaban.

El proceso de adhesión y posterior integración de España a la OTAN fue muy largo, laborioso y lleno de contradicciones e incluso, increíbles anécdotas (Javier Solana). El proceso se inició con el discurso de investidura del entonces presidente del Gobierno, Calvo Sotelo, el 25 de febrero de 1981. El 2 de diciembre España comunicó a la Alianza su intención de adherirse y el 30 de mayo de 1982 recibió la invitación para iniciar dicho proceso.

Con el cambio de Gobierno a manos socialistas en octubre de 1982, se produjo un “periodo de reflexión” sobre la entrada de España en la Alianza, que condujo a la suspensión de las conversaciones sobre la integración militar española.  Posteriormente, en octubre de 1984, pasamos del “NO a la OTAN, bases fuera” a establecer ciertas limitaciones para la entrada y que además, los españoles deberían ratificarla por referéndum. Referéndum, que se celebró el 12 de marzo de 1986.

Tras años de una participación ciertamente sui generis y a medias en la Alianza, en noviembre de 1996 se aprobó la integración en la Estructura de Mandos y finalmente, España culminó su incorporación plena a la estructura militar el 1 de enero de 1999 y, al poco tiempo, quien encabezaba aquellas manifestaciones en contra, fue nombrado su Secretario General.  

Por lo que respecta a la incorporación a la Unión Europea (UE), el 12 de junio de 1985 se procedió a la firma del Acta de Adhesión de España a las Comunidades Europeas. Acta, que supuso el tratado de ingreso en la entonces Comunidad Económica Europea y que entró en vigor el 1 de enero de 1986. Ingreso, que durante muchos años sirvió a España para lograr muchas ayudas que permitieron su transformación económica, industrial y sobre todo de infraestructuras que de otra forma hubiera sido imposible de lograr; pero que, por el contrario supuso un montón de problemas para la Unión por el carácter protestón, escurridizo y pedigüeño de España y los españoles en un club tan selecto como el mencionado. Problemas que se arrastran y llegan hasta nuestros días, como bien sabemos.

Llegamos al punto más negro de nuestra democracia, el 11 de marzo de 2004. Día en el que se produjeron los atentados conocidos por el numerónimo 11-M, y que fueron una serie de ataques terroristas en cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid, llevados a cabo por una célula terrorista de tipo yihadista, tal como “oficialmente“ lo asumió la posterior investigación policial, sentenció la Audiencia Nacional y reiteró el Tribunal Supremo, aunque muchos sostenemos algunas dudas al respecto por los beneficios del acto, las pruebas encontradas y la inusitada rapidez para la desaparición de los trenes. Fallecieron 193 personas y alrededor de dos mil resultaron heridas. Unos atentados que se produjeron tres días antes de las elecciones generales de 2004. 

La verdad fue que el uso torticero de aquella situación y determinado tipo de declaraciones poco democráticas por parte del PSOE cambiaron el más que asegurado sentido del voto de los españoles y el futuro de España en muchos sentidos, ya que tales cambios trajeron graves complicaciones internas y externas y acabaron con una España en absoluta y forzada quiebra azuzada por la crisis de 2008 que el gobierno de Zapatero no quiso o no supo ver y nos llevó a situaciones de paro, solo superadas por las derivadas de la actual pandemia de la COVID-19. 

Las regiones con mayor tendencia a la independencia durante toda la democracia han sido Cataluña y el País Vasco;  si bien es la primera la que más problemas viene dando últimamente, fueron los vascos y la ETA los que llenaron nuestra historia reciente con casi un millar de muertos y miles de heridos y afectados. Aunque no todos los casos han sido resueltos, la justicia y los sucesivos gobiernos han actuado con mano dura sobre los terroristas a la hora de juzgar sus actos, hasta que llegó el ínclito Zapatero y se empeñó en los denominados procesos de paz y el cese definitivo de la actividad armada de ETA. Cese, que se anunció el 20 de octubre de 2011 tras algunos hechos y cesiones encubiertas nada claras y poco democráticas (el chivatazo del caso Faisán el 4 de mayo de 2006 y los atentados de la T-4 de Barajas en pleno proceso de negociación el 30 de diciembre del mismo año). Situaciones ambas vergonzosas y por las que no se ha exigido responsabilidad alguna a nadie. 

De todos es conocido el largo proceso de rebelión llevado a cabo en Cataluña por su Gobierno, algunos partidos políticos y los dirigentes de ciertas organizaciones cívico-culturales con la connivencia de los Mossos de escuadra, sus Mandos y los llamados Comités Democráticos de la Republica (CDR). Proceso revolucionario y juico televisado en vivo y en directo diariamente; que ha acabado en la mayor vergüenza jurídica y política para España en democracia; ha puesto en tela de juicio repetidas veces y por varios países la validez democrática de nuestro sistema judicial y ha sido el hazmerreír en nuestro entorno y lo seguirá siendo por los pasos que lleva el final de aquella botifarrada popular definida judicialmente como “ensoñación” y convertida posteriormente en una sedición súper light o de andar por casa en pijama y zapatillas que se salda con unos pocos meses en prisión o un posible indulto gubernamental.      

Siguiendo en el relato de hitos importantes, llegamos a la situación actual que atravesamos en manos de un gobierno social-comunista que proviene de un largo y falsario proceso electoral tras una moción de censura, legal pero inédita por irracional, a la que solo podía atreverse un hombre que, apelando a la inventada y alegalmente traída a colación falta de honestidad del anterior presidente, Mariano Rajoy; Sánchez no tuvo reparo ni recato en aliarse con todas las fuerzas menos democráticas y más anti españolas que existen en el elenco parlamentario, integradas por comunistas bolivarianos, separatistas, independentistas, nacionalistas y filoterroristas. 

En manos de esta recua de anti españoles y personajes escasa o nulamente preparados por muchos ministros y asesores que se hayan nombrado; hemos tenido la desgracia de sufrir la peor pandemia de los últimos tiempos y, como era de esperar, los resultados han sido nefastos por su falta de previsión, ocultación de información y datos reales, permisividad con ciertos eventos que se debieron prohibir, no acumulación de los medios necesarios, improvisación, falta de recursos y una pésima gestión de compras y de los medios puestos a disposición. Gracias a ello, tenemos el privilegio de ser el país con más muertos por millón de habitantes, con el mayor número de sanitarios afectados, el que se ha visto obligado a una cuarentena de confinamiento más larga y dura en el mundo y que, como consecuencia de todo ello y del obligado apagón económico, también hemos conseguido ser de los más afectados (el segundo tras Italia o el primero) económicamente en relación al PIB, deuda y déficit.

Situaciones estas que no solo han pasado sin pena ni gloria, con la excusa de que ya habrá tiempo para pedir responsabilidades, que el gobierno ya no solo se apresura a negar, sino que las transforma en éxitos y galardones por su “buena gestión”, con un responsable sanitario que debiendo estar hace mucho tiempo cesado y enjuiciado, es aplaudido y alzado a los altares; con un gobierno que ha aprovechado el largo y forzado Estado de Alarma para realizar o tomar medidas antidemocráticas y de difícil justificación, que declara secreta toda actuación cuya pregunta le incomode; una Guardia Civil descabezada, desprestigiada y desnortada por un ministro, ex juez a la sazón, que no admite sus injerencias ni prevaricación; con una fiscalía al servicio del gobierno (Sánchez dixit); una Abogacía del Estado sin prestigio, amoldada y actuado contra toda razón de ser y unos tribunales que miran para otro lado, cierran casos contra los políticos de la cuerda del gobierno por sometimiento, identificación política, salir en la foto o buscar el camino para seguir luciendo su toga en puestos de gala en su estamento aunque sea a base de pasar un sofocón.

Un jefe del Estado, ninguneado, pisoteado y vilipendiado por muchos y principalmente por los dos máximos responsables del gobierno en razón a ejercer su derecho de libertad de expresión, pero que sin embargo no dudan en denunciar a quien pone en tela de juicio su actuar, aunque sea feo de verdad y con una piel tan fina que es muy difícil conservar intacta.

Comenzamos una nueva etapa de adoctrinamiento cultural con una ley de educación sin parangón por su sesgo inquisitorio, clasista, sexista, anticristiano y totalmente perjudicial para la libertad de la enseñanza contemplada en la Constitución.

La crisis sanitaria fue dura y de pésimos resultados; pero la consiguiente crisis económica será aun peor de lo esperado y también debido al mismo culpable por sus ideas y caprichos de corte comunista y contrarios al libre mercado. Estamos en manos de ineptos, en mala situación económica, con escasos medios de reacción y a expensas de la limosna que nos llegue de Europa con o sin condición. En pocos meses se ha convertido a España en un país lleno de personas pobres que viven de la limosna y la subvención.

Está claro que de aquellos polvos y remilgos iniciales vienen estos lodos. La degradación de todos los pilares del Estado; de la oposición empeñada casi exclusivamente en su supervivencia personal; unas cámaras prostituidas por la dadiva y la poca o mucha renta por su apoyo a sacar; con unas fuerzas armadas distraídas, acomodadas y hasta manejadas por empresas civiles en cuanto a su sistema de ascenso y mandadas por cargos cuyo principal valor está en el grado de confianza que inspiran en el gobierno y con una sociedad aborregada, acomodada, comprada por las subvenciones o prebendas estatales y determinados mamoneos del gratis total. 

Por mucho que queramos decirnos a nosotros mismos, distamos mucho de ser un país plenamente democrático. Cada vez, temo más que hayamos convertido lo que era nuestra España en algo que no quiero ni nombrar y empiezo a pensar que el momento de ser transformada en una república bananera -de las que tanto le gustan a Iglesias-, llegará a poco tardar.