Depuración radical en el Ejército francés

François Lecointre Emmanuel Macron

Es un desafío en toda regla al poder ejecutivo. La carta que el pasado 14 de abril, coincidiendo con el 60º aniversario de la sublevación de cuatro generales en Argel contra el presidente Charles De Gaulle, publicaron 18 militares en activo franceses, y respaldada en principio por 1.500 firmas, que a día de hoy sobrepasan las 5.000, entre ellos 25 generales en la reserva, ha provocado la consiguiente reacción del Gobierno del presidente Emmanuel Macron. Su actual jefe de Estado Mayor, el general François Lecointre, exige la radiación definitiva de varios generales, y la comparecencia ante un tribunal superior militar de los oficiales restantes. 

Los generales en cuestión pertenecen a la denominada Segunda Sección, una peculiaridad exclusiva de las Fuerzas Armadas francesas, creada bajo el reinado de Luis Felipe en 1839. Se trata de un paso intermedio entre el servicio activo y el pase a la reserva, y quienes se encuentran en tal situación pueden ser reincorporados en cualquier momento al mando de unidades de combate por razones de guerra, sanidad o medidas disciplinarias. 

Aunque inicialmente se quiso poner sordina a la misiva publicada en la revista tradicionalista Valeurs Actuelles, el evento no ha hecho sino amplificarse hasta un fuerte nivel de enfrentamiento interno dentro del Ejército, al tiempo que las fuerzas políticas, lejos de mostrar una posición unánime, utilizan el creciente ruido de sables en un intento descarado de ponerse el frente de la manifestación. 

La ministra de Defensa, Florence Parly, calificó la carta de “insulto a la cara de miles de militares”. Pero, enseguida, la lideresa del Reagrupamiento Nacional (RN), Marine Le Pen, intentó canalizar el malestar hacia su partido, pidiendo descaradamente el voto a su partido “por encarnar las inquietudes no solo de los militares sino de una gran parte del pueblo francés”. 

“El gran mudo”, como se conoce popularmente a las Fuerzas Armadas en la República Francesa, parece querer hablar y hacer oír su voz, pero es evidente que ésta no es ahora mismo unánime en el seno de los uniformados. Según revela el politólogo Jerôme Fouquet en el digital L´Opinion, la carta publicada por los militares descontentos “revela la exasperación de una parte del Ejército”. Él mismo señala que el 40% de los militares que ya votaron por Le Pen en las últimas elecciones, o sea el doble del electorado global (21,3%), no tiene razones anímicas para cambiar su voto, antes bien puede estarse acentuando su deriva hacia la extrema derecha.  

El trueno que inició la tormenta

El malestar en los cuarteles empezó a subir de tono a partir de julio de 2017, fecha en que el entonces jefe del Estado Mayor, el general De Villiers, se vio obligado a dimitir al no compartir con el presidente Macron sus puntos de vista sobre la supuestamente acelerada desmembración de Francia. El militar, con gran prestigio entre sus pares, lanzó un mensaje que los  “rebeldes” no han hecho sino respaldar: “[el presidente Macron] no ha medido bien la amplitud de la amenaza de derrumbe de Francia”. 

El desafío ha crecido hasta desembocar en la situación actual, donde la carta de los militares en cuestión habla directamente de “derrumbamiento de la patria” frente al “islamismo” y de las “hordas de delincuentes de los suburbios”, deslizando entre líneas la posibilidad de un golpe de Estado y una guerra civil. El texto se reviste de un carácter perentorio: “Estamos en un momento grave. Estamos dispuestos a sostener las políticas que salvaguarden la nación… y si nadie actúa, el laxismo continuará apoderándose de nuestra nación provocando en última instancia la intervención de nuestros camaradas en activo, en una misión decisiva y peligrosa para la protección de los valores de nuestra civilización”. 

La solución a este desafío, a juicio del general François Lecointre, no puede ser otra que “la radiación, o sea el paso forzoso a la reserva de los generales firmantes”.  Le respalda el primer ministro, Jean Castex, que juzga sin ambages la actitud de los militares díscolos en su escrito como “contraria a todos los principios republicanos”, al tiempo que tilda de “inaceptable” el intento de aprovechamiento político por parte de Marine Le Pen.  Lecointre recuerda a todos que ya fue expulsado del Ejército el general Piquemal, que encabezó en 2016 manifestaciones contra la inmigración, dejando claro que esta medida dura será la que pasará a la firma del presidente Macron para los ahora encausados. 

No es la primera gran depuración que afrontaría el Ejército francés desde la II Guerra Mundial. Hubo tres muy amplias entre 1940 y 1966. La primera, a consecuencia de la instauración del Gobierno colaboracionista de Vichy; la segunda, entre 1943 y los días posteriores a la Liberación, y la tercera, desde el fin de la guerra de Argelia en 1962 hasta las vísperas de la incruenta revolución de mayo de 1968. El problema principal para acometer la actual es que no está al frente un líder del prestigio y envergadura de De Gaulle, tanto entre las propias Fuerzas Armadas como en el seno de la sociedad civil. 

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