Opinión

Diluvio arrasador sobre el Sahel

photo_camera Floods in the Sahel

Lo tenemos a las mismas puertas. Es refugio de yihadistas, escenario de muchas y viejas luchas tribales, y plataforma de lanzamiento de la emigración masiva e ilegal hacia Europa. Es el Sahel, la anchísima franja sahariana que une el Atlántico y el Índico, desde Senegal a Etiopía. Pero, acostumbrados a que de tan extensa región solo se hable para dar cuenta de sus golpes de Estado, guerras intestinas y sangrientos atentados, está pasando desapercibida su nueva y más actual tragedia, la que supone el diluvio que desde el mes de junio anega vastísimas extensiones, y que añade a su desgracia y miserias la que supone pérdidas gigantescas de cultivos, decenas de miles de hogares arrasados y cientos de miles de desplazados, que en su desesperación también barajarán entre sus posibles salidas la de intentar alcanzar el Mediterráneo. 

Es el mayor diluvio monzónico que se registra desde 1929, causante de graves inundaciones hasta en las mismas capitales de los países afectados. Dakar, Abiyán, Nuakchot, Uagadugú, Accra, Cotonou, Niamey, Duala o Jartum son presas de las aguas desde que en el mes de junio comenzaran lluvias de una intensidad desconocida. El río Níger y todos sus afluentes están desbordados; el Nilo ha alcanzado su máxima profundidad en 100 años: 17,57 metros; el lago Chad ha invadido sus riberas adentrándose decenas de kilómetros en las tierras cultivables, dejando todo ello un saldo aterrador  de muerte y destrucción. 

En el occidente del Sahel cuentan con que este largo y devastador episodio climático concluya al finalizar septiembre. No será así en la parte oriental, donde Etiopía, Eritrea, Yibuti y Somalia, sometidos al monzón índico, lo padecerán hasta noviembre. Toda la región tendrá en cambio el denominador común de una brutal crisis alimentaria, motivada por la considerable pérdida de sus campos de cultivo. 

Por supuesto, el fenómeno vendría a confirmar la certeza de un drástico cambio climático a consecuencia del calentamiento global. Pero, en aras de la ponderación en el análisis cabría tener en cuenta muchos otros factores, causantes de la tragedia presente y de las que se presagian vendrán en el próximo futuro. 

Crecimiento anárquico; urbanismo caótico

Desde las grandes sequías que esta zona de África sufriera entre 1970 y 1990, que acentuaron el retraso del continente, la franja saheliana pareció recuperarse con la reaparición de lluvias periódicas antes de que concluyera el siglo XX. No obstante, diversos estudios científicos advertían a los dirigentes políticos de que no bastaría solo con dejar obrar a la madre Naturaleza. Las sequías habían aumentado la aridez de los suelos mientras que la sobreexplotación obligaba a la tierra a un sobreesfuerzo en pos de mantener el nivel deseado de las cosechas. Junto a ello, la anarquía en las construcciones, el éxodo masivo de las poblaciones rurales hacia las grandes ciudades y el pésimo nivel de mantenimiento de las infraestructuras, han pillado totalmente desarmados a los países que están sufriendo estas lluvias torrenciales: en general, por periodos de corta duración, pero de una intensidad desconocida. 

Los análisis que realizan tanto las agencias internacionales de cooperación como las de carácter científico coinciden en que el “caótico” crecimiento de estos países de África contribuye enormemente a acelerar e intensificar la magnitud de estas catástrofes, cuya capacidad destructiva tenderá a multiplicarse si no se adoptan medidas drásticas. No será tampoco, según estos organismos, porque no existan suficientes estudios científicos previsores de la fenomenología, pero que, por falta de dinero, la correspondiente y generalizada corrupción, además de la inseguridad y las guerras locales, casi nunca se llevan a cabo, o si lo hacen, muy parcialmente. 

Europa en general, y los países de la ribera norte del Mediterráneo en particular, ha de implicarse aún más en esta extensísima región africana, vital para su propia seguridad. Quizá haya de actuar con mayor energía para ayudar a los respectivos gobiernos a reconducir esos comportamientos anárquicos y caóticos en la gestión del territorio. Si no se logra incentivar a la población para que permanezca y cuide de la tierra, todos habremos de pagar las consecuencias. De momento, en estos tiempos de general empobrecimiento por el coronavirus, habrá que contribuir a paliar la gigantesca crisis alimentaria africana. También a curar y que no se extienda la epidemia de paludismo ya en curso, y la que se anuncia de cólera en cuanto bajen y se remansen las aguas. Ya se sabe que las tragedias y las catástrofes nunca vienen solas.