Dinámicas neocoloniales en el África del siglo XXI

Desfile durante la ceremonia de clausura del ejercicio militar conjunto de tres semanas entre tropas africanas, estadounidenses y europeas, conocido como Flintlock.

Hoy sería impensable la celebración de una conferencia internacional para el reparto de África, como la que tuvo lugar en Berlín bajo la batuta de Otto von Bismarck entre noviembre de 1884 y febrero de 1885, a instancias de Francia y el Reino Unido, y con la participación de España, ​cuyo rápidamente menguante imperio aún tenía intereses coloniales en Marruecos, el Sáhara Occidental y Guinea Ecuatorial. Pero que no se celebre tal conferencia no conlleva el que no se esté llevando a cabo un reparto implícito del continente africano entre Rusia, China y EEUU, con la Unión Europea como figurante paralizado por las presiones migratorias procedentes de sus antiguos dominios coloniales en África.

A falta de saber si las muestras de interés de Trump por adquirir Groenlandia forman parte de una nueva política exterior del Departamento de Estado basada en el pretérito expansionismo norteamericano de compra de territorios que permitió la anexión de Alaska, Luisiana,  Arizona, California, Colorado, Nevada, Nuevo México y Tejas, la materialización contemporánea del expansionismo africano estadounidense es primordialmente de naturaleza militar, que coordina AFRICOM, el Comando de África de los EEUU desde su sede Stuttgart, Alemania.

Este enfoque marcial está resultando a todas luces contraproducente, desde el punto de vista de la seguridad y el bienestar de los africanos. Desde que AFRICOM empezó a operar en 2008, el número de efectivos estadounidenses en África ha ido aumentando escalonadamente hasta llegar a unos 8.000. Sin embrago, los indicadores clave de seguridad y estabilidad en el continente apuntan a un aumento sensible de la violencia llevada a cabo por grupos armados, en al menos trece países africanos, en los que los 10 grupos islamistas activos cuando AFRICOM inició sus operaciones, han pasado a ser 25.  

En contraste con el enfoque norteamericano, China y Rusia están expandiendo su influencia en África habilitando lazos económicos y potenciando sus respectivas esferas de influencia diplomática. En el caso de China, el comercio con los países africanos se ha incrementado progresivamente hasta  alcanzar unos 160 millardos de euros, gracias a que el 75% de las naciones africanas están participando en la iniciativa “Cinturón y Ruta” y en el “Foro para la Cooperación entre China y África”, que están propiciando la implementación de infraestructuras de integración continental impulsando obras financiadas con capital chino, que van desde la expansión del Canal de Suez, la construcción de una base naval en Yibuti, el desarrollo de infraestructuras portuarias en Túnez, a la construcción de un reactor nuclear en Sudán, y que complementan otras iniciativas de igual calibre en el continente africano, destinadas a la creación de un amplio sistema de corredores económicos, marítimos y terrestres, para dar entrada a los mercados asiáticos gracias al desarrollo industrial del continente africano, que ya es el tercer destino geográfico de las inversiones chinas.

Este desarrollo comercial va de la mano del aumento de la influencia cultural china, que ya cuenta con unas 50 sedes del Instituto Confucio en 20 países africanos. Asimismo, las entidades financieras chinas están regando con préstamos a países como Sudáfrica o Zambia, que tienen el potencial de crear una futura e insoslayable dependencia deudora de Beijing.  

Los estudiantes se alinean fuera de un aula con un mapa de África en su pared, en Yei, en el sur de Sudán del Sur

El éxito de la circunspecta y paciente estrategia china parece haber cogido con el paso cambiado a Washington, donde ya se han empezado a encender algunas alarmas cuando se ha constatado que la presencia de AFRICOM no ha evitado la efectiva inserción geoestratégica china en el continente, ni su penetración económica. Un buen indicador de ello -que sin duda afligirá al poderoso lobby del complejo industrial militar americano- es que más de 2/3 de los países africanos se han dotado de equipamiento militar chino, cuyas ventas en África ha aumentado un 60%, en evidente detrimento de las exportaciones de armas norteamericanas.  

Al creciente peso de China en el continente africano hay que sumarle la influencia rusa, que además de potenciar su poder blando en la región por medio de la Fundación Russkiy Mir, está forjando vínculos militares estrechos con los estados africanos a través de acuerdos bilaterales de seguridad, y programas de entrenamiento militar en más de 15 países africanos, propiciados por la venta de armamento ruso.

Estos mimbres permiten que Rusia celebre el próximo mes de octubre una cumbre ruso-africana en la ciudad rusa de Sochi, sita en el Mar Negro, que presumiblemente buscará capitalizar la creciente presencia de Rusia en la República Centroafricana, Argelia , Libia y Sudán, así como en Angola, Guinea, Guinea-Bissau, Malí, Mauritania y Túnez, mediante acuerdos estratégicos en los sectores de la minería y la energía, como contrapartida a la provisión barata de armas y la cooperación militar bajo condiciones ventajosas.

No ha de sorprendernos, por lo tanto, que estos acontecimientos causen aprensión en EEUU, y que, en consecuencia, AFRICOM haya activado un plan de acción quinquenal cuyo eje central es contrarrestar la presencia de China y Rusia en África. Más preocupante es, sin embargo, la retórica incendiaria del comandante en jefe de AFRICOM, el general Stephen Townsend, que ha llamado públicamente a disuadir las “acciones malignas” de China y Rusia contra los intereses norteamericanos en África, mientras que al alimón, el Consejero de Seguridad Nacional  John Bolton denunciaba enfáticamente que las nocivas interferencias de China y Rusia en las operaciones militares estadounidense constituyen una amenaza significativa para la seguridad nacional  norteamericana.

Es solo cuestión de tiempo que los avances de China y Rusia en el continente africano conduzcan a que ambos países proyecten su creciente poder regional mediante el acceso y control militar a puertos marítimos y bases aéreas. Cuando llegue ese momento, posiblemente mucho antes de lo que Washington tenía previsto y desea, el continente volverá a estar al albur de dinámicas de poder entibadas ahora en la rivalidad militar entre el bloque chino-ruso y el estadounidense, creando situaciones competitivas semejantes a las que indujeron la celebración de la conferencia internacional de Berlín en 1884. Esta vez, sin embargo, Europa será poco más que un mero espectador.

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