Donald Trump rompe el statu quo en el mundo árabe

Donald Trump

Es posible que la carrera política de Donald Trump aún no haya terminado, como auguran sus detractores y adversarios en Estados Unidos, tanto demócratas como republicanos, y en el mundo. Puede intentar una nueva candidatura en un futuro próximo, incierta en sus resultados y difícil de predecir. 

De lo que sí se puede estar seguro, sin embargo, es que Trump ha dejado una huella en la historia: ha conseguido de un plumazo, en el sentido real y figurado del término, romper los equilibrios políticos en el Magreb y en el Oriente Próximo. Al imponer a la Administración estadounidense el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, y arrancar el reconocimiento diplomático de Israel por un país de la envergadura e influencia política y religiosa como es Marruecos, Trump ha abierto un nuevo capítulo en la escena árabe.

El úkase (orden ejecutiva) firmado por el presidente aún en funciones tendrá múltiples consecuencias en toda la región y en los países concernidos. 

En Marruecos las repercusiones son de gran calado. Al reconocer la soberanía marroquí sobre la excolonia española, la cuestión del conflicto del Sáhara se plantea ya, en otros términos. EEUU tiene tal peso en la escena internacional, que ni la ONU, ni la Unión Europea, ni el resto de organismos multilaterales de influencia, pueden reducir el gesto de Trump a una simple bravuconada. El sentido mismo de la inclusión del problema del Sahara Occidental en el Consejo de Seguridad y en la Asamblea General de la ONU en tanto que “conflicto territorial” deja de tener sentido. Visto por Trump sigue siendo un conflicto entre dos partes, el Gobierno de Marruecos y el Frente Polisario, pero éste último se muestra ahora como “un movimiento armado secesionista”, es decir se trata de un conflicto interno marroquí, que es la tesis que ha defendido Rabat desde que España le entregó la Administración del territorio en 1975. 

La ONU y el Consejo de Seguridad, si aceptan la decisión estadounidense, podrán seguir tratando la cuestión, pero ya no como “asunto de descolonización”, ni “conflicto de soberanía territorial”, sino como un conflicto armado, tal como existen en numerosos países, Mali, Libia, Níger, Nigeria, Yemen, Afganistán o Siria, entre otros. 

Para Marruecos, además de constituir una victoria política y diplomática, tendrá consecuencias en su rearme, porque Estados Unidos levantará la mayoría de los impedimentos para adquirir armamento de última generación por parte del Reino alauí. La alianza estratégica entre Rabat y Washington, puesta de manifiesto en las anuales maniobras militares bilaterales y en la cooperación antiterrorista de nivel máximo, incluida la presencia y acciones ilegales de la CIA en territorio marroquí, puede alcanzar el grado que tiene Estados Unidos con los miembros de la OTAN e Israel.

Visto por Washington, Marruecos tendría derecho a ejercer represalias si desde “los territorios liberados” (versión del Polisario), o “territorios bajo soberanía de Marruecos” (versión Rabat), les lanzan ataques armados. No es probable que las Fuerzas Armadas marroquíes respondan más allá de la mera disuasión; y por supuesto se abstendrán de bombardear la retaguardia del Polisario en los campamentos de Tinduf, territorio argelino.

Sin embargo, lo que Washington no podrá evitar es la recomposición política interna en Marruecos, con un movimiento islamista moderado PJD en el Gobierno y ahora en caída libre, en detrimento del más radical Justicia y Espiritualidad que saldrá beneficiado, y un polo nacionalista-laico resultante de las previsibles crisis de los partidos tradicionales y la emergencia de nuevas fuerzas.

Las inversiones estadounidenses en el Sáhara, vía su consulado en Dajla, servirán de colchón amortiguador y esperanza para las decenas de miles de saharauis en busca de futuro en su propia tierra.

Por otra parte, la posición estadounidense obligará a Argelia a incrementar aún más su rearme en el peor momento de sus recursos financieros, y abrirá la vía a nuevas elecciones legislativas y presidenciales, para superar la debilidad institucional de un país con un jefe del Estado en convalecencia interminable. 

La mejor opción para el Ejército, columna vertebral del poder en Argelia, es la de permitir un candidato único representativo del movimiento popular hirak, que quiere democratizar el país, y que aceptase la realidad histórica de la función política de las Fuerzas Armadas; una alianza entre los militares y el hirak, que no ha sido posible hasta ahora por la permanencia en la cúpula castrense de importantes núcleos del régimen anterior. Sólo esta alianza entre civiles y militares podrá otorgar estabilidad al país y sentar las bases de un arreglo negociado ganador-ganador del conflicto del Sáhara Occidental y de la rivalidad entre Marruecos y Argelia, nefasta para el desarrollo de ambos.

Al Frente Polisario le ha venido bien la proclama de Trump porque le ha permitido despegar de una profunda crisis de liderazgo con el surgimiento de otros movimientos políticos y sociales saharauis fuera de su tutela, y generar un clima eufórico de cientos de jóvenes en los campamentos deseosos de unirse a las filas del vetusto Ejercito de Liberación saharaui formado por el Polisario bajo la tutela de Argelia.

El nuevo marco del problema palestino-israelí también repercutirá en el Magreb. A pesar de que las apariencias dan como ganadora a Argelia por haber sostenido el movimiento de resistencia palestino durante más de seis decenios, y perdedor a Marruecos por el acercamiento político y diplomático a “la entidad sionista”, a medio plazo la realidad será diferente. Marruecos podrá liderar una nueva relación de fuerzas entre Israel y el mundo árabe, sobre todo si Arabia Saudita le secunda como es previsible, en base a su función religiosa y su condición de protector de la ciudad santa de Jerusalén. El presidente palestino Mahmoud Abbas tiene su apoyo, lo que le permitirá ganar fuerza frente al movimiento Hamás, más radical y apoyado por Irán. 

Los 600.000 israelíes de origen marroquí juegan un papel de primer orden en el arco político israelí y son el componente más numeroso de las Fuerzas de Defensa (el Ejército Tsahal), tanto en su componente profesional, como entre el más de medio millón de reservistas. Los israelíes originarios de Marruecos nunca han perdido su nacionalidad marroquí, a la que no se puede renunciar, y visitan en gran número Marruecos en peregrinación a los santuarios coincidiendo con las fiestas religiosas judías. Marruecos es el único país árabe que posee esta condición de puente entre religiones y culturas, lo que le facilita desempeñar un papel relevante en la cuestión palestino-israelí, en la que subyace el conflicto entre judíos israelíes, y cristianos o musulmanes palestinos. 

Una semana antes de la proclama de Trump que éste consideró “una nueva victoria histórica”, Mohamed VI definió su posición sobre el conflicto: “la solución pasa por dos Estados, y el palestino con capital en Jerusalén este”. Hecho que Donald Trump silenció por su empeño en reconocer a Jerusalén como “capital eterna del Estado de Israel”. Las cartas están todas sobre la mesa, y las soluciones ganador-ganador son todas posibles en ambos conflictos. 

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