Dudas sobre la verdadera trascendencia y eficacia de los Acuerdos de Abraham

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La relación bilateral EE. UU.-Israel

Durante los últimos ochenta años, los diferentes presidentes norteamericanos han oscilado en su grado de apoyo a Israel. Roosevelt fue bastante frío con respecto al sionismo, en gran parte porque todos los diplomáticos norteamericanos de Oriente le aconsejaban en bloque contra semejante movimiento. Su sucesor, Truman, era un ferviente sionista, en parte por su formación religiosa protestante con un fuerte trasfondo bíblico1. Eisenhower, por el contrario, se distinguió en sentido opuesto, forzando incluso a Israel a interrumpir su ofensiva contra Egipto en 1956, durante la crisis de Suez, y obligando al estado hebreo a devolver el Sinaí tras anunciar oficialmente que se lo iban a quedar2. Kennedy buscó un cierto equilibrio entre árabes y judíos mientras que Johnson fue claramente proisraelí… Y así sucesivamente. Sin embargo, todos los presidentes norteamericanos mantuvieron siempre un cierto distanciamiento hacia Israel. El apoyo norteamericano nunca era absoluto ni incondicional, porque Washington estaba forzado a contrabalancearlo contra otros múltiples intereses norteamericanos en todo el mundo, que en muchas ocasiones tenían prioridad. Por ejemplo, todo el mundo parecía dar por sentado que, tras la muerte de Franco, los norteamericanos presionaban sin cesar a España para que reconociese a Israel, pero un día, cuando le comentaban a Adolfo Suarez las posibles ventajas de reconocer a Israel, este respondió que los norteamericanos: «A mí nunca me dicen eso. Cuando hablo con Cyrus Vance nunca me dice nada sobre este asunto»3.

Este margen de distanciamiento desapareció drásticamente cuando Donald Trump tomó posesión en enero de 2017. Durante los siguientes cuatro años, la política exterior de Estados Unidos en Oriente Medio fue tan proisraelí que parecía dictada directamente por el mismísimo Benjamín Netanyahu. Solamente se produjo una discrepancia, pues Donald Trump, aunque multiplicó amenazas y sanciones contra Irán, y ordenó la ejecución del general Suleimani, a la hora de empezar a disparar de verdad pareció dudar, incluso acobardarse, y dejó el tema sin resolver4. Aparte de eso, cada decisión de Trump se alineaba al 100 % con las posturas y demandas israelíes, sin matizaciones ni medias tintas de ninguna clase. Durante cuatro años, los israelíes pudieron sentirse realmente como niños que pudieran celebrar la navidad o su cumpleaños todos los meses: Washington rompió el acuerdo nuclear con Irán, cortó los fondos de la ONU a los refugiados palestinos, reconoció los Altos del Golán como territorio israelí, trasladó la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén y ofreció a los palestinos —más bien ordenó a modo de ultimátum— un plan «de paz» dibujado unilateralmente por Israel, sin margen para la negociación; o eso o nada. Trump era realmente el presidente que los israelíes siempre habían soñado. El remate de este periodo de ensueño para la política exterior de Israel fueron los denominados acuerdos de Abraham, consiguiendo en pocos meses que cuatro países árabes reconociesen a Israel: Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos, este último ya en tiempo de descuento, cuando Trump ya había perdido las elecciones, por mucho que se resistiese a reconocerlo.

Los Acuerdos de Abraham han sido un gran éxito propagandístico para Israel. El mismo nombre es un feliz hallazgo de mercadotecnia política. Tiene resonancias bíblicas que son gratas para amplias capas de la sociedad norteamericana, especialmente para la derecha religiosa cristiana. que es uno de los pilares fundamentales del apoyo a Israel en EE. UU. Tanto judíos como árabes reconocen a Abraham como antepasado común, y para el islam, Abraham es uno de los profetas de Dios. El nombre por lo tanto sugiere implícitamente la idea de parientes cercanos que se reconcilian, cerrando el sangriento capítulo de las guerras entre árabes e israelíes. Sin embargo, es cuestionable la relevancia real de tales acuerdos, más allá de su impacto propagandístico.

Los árabes en guerra y en paz contra Israel

Las guerras árabe-israelíes nunca han enfrentado a Israel contra todo el Mundo Árabe en bloque. El Estado hebreo hubiera tenido escasas probabilidades de sobrevivir frente a semejante desproporción de fuerzas, sin que importase la superioridad cualitativa de los israelíes. En realidad, casi todo el esfuerzo en el bando árabe ha corrido siempre a cuenta de únicamente tres países: Egipto, Jordania y Siria. De todos los demás que ya eran independientes en el momento de producirse las diferentes guerras árabe-israelíes, únicamente Irak ha realizado una contribución menor, pero realmente significativa. El resto, o todavía no eran independientes, o aportaron dinero o contingentes menores, a veces puramente simbólicos, o nada en absoluto salvo palabrería. Marruecos envió un batallón de tanques a Siria durante la guerra de Yom Kippur, y al mismo tiempo los libios y argelinos enviaron escuadrillas de aviones a Egipto, pero incluso en este conflicto, cuidadosamente planeado de antemano y que se prolongó encarnizadamente durante varias semanas, se trataba más bien de mostrar el pabellón que de luchar en serio, pues de haberlo querido, esos gobiernos podrían haber enviado fuerzas expedicionarias considerablemente mayores.

Por lo tanto, dentro del mundo árabe, a Israel le importa muy poco, o nada en absoluto, que los países del Magreb, Sudán o los emiratos del golfo Pérsico no quieran reconocerles, o incluso que realicen declaraciones amenazadoras, pero lo que se decida en Damasco, El Cairo y Amman —y, en menor medida, en Bagdad— sí que lo tienen muy en cuenta. Fuera del mundo árabe, Irán supone una preocupación creciente. En un principio, conseguir el reconocimiento y firmar la paz con cualquiera de estos cuatro parecía ser totalmente imposible. En 1956, un periodista egipcio llamado Habib Jamati entrevistó en París a un dignatario español, del que no se da rango ni nombre. Le preguntó si España estaría dispuesta a reconocer a lo que el denominaba «el Estado intruso en Palestina». La respuesta fue:

  • No. No existe y creo que no existirá nunca esa intención.
  • ¿Incluso si vuestro amigo América ejerciese una presión sobre vosotros, máxime cuando es también la amiga de Israel?
  • Incluso en este caso.
  • ¿Incluso si nosotros reconociésemos a Israel?
  • Incluso.

El hombre repitió la palabra «incluso» sonriendo, al tiempo que añadía: «¿Es que vosotros reconoceréis alguna vez a Israel, aunque os diese su precio en oro?»5.

Tan solo 18 años después, el presidente egipcio Anwar el Sadat estaba negociando con Israel los acuerdos Sinaí II, que permitieron la reapertura del canal de Suez, cerrado desde la Guerra de los Seis Días, y que sirvieron de preludio al reconocimiento diplomático total y la firma de los acuerdos de Camp David el 17 de septiembre de 1978. Y ciertamente les habían dado un excelente precio: todo el Sinaí con sus yacimientos de petróleo, más la ya mencionada reapertura del canal de Suez.

Los demás países árabes reaccionaron de forma virulenta, acusando a los egipcios de traidores, y los sometieron a un completo ostracismo, expulsándolos de la Liga Árabe y sacando de El Cairo la sede de la organización. Egipto se convirtió en un Estado paria dentro del mundo árabe y el cierre de filas árabe impidió durante muchos años que Israel lograse firmar nuevos acuerdos de paz. Tal y como lo veían los árabes, «paz» en realidad quería decir «rendición». Para los árabes, Egipto no había firmado la paz con Israel en Camp David; se había rendido, traicionando a los palestinos y al resto de la Liga Árabe a cambio de recuperar los territorios perdidos y los beneficios económicos que proporcionaban.

El 13 de septiembre de 1993, el Gobierno de Israel y la OLP firmaron los acuerdos de Oslo, que crearon una Palestina autónoma con su propio gobierno electo. Durante un par de años, subsistió de manera convincente el espejismo de que la paz era realmente posible en el Cercano Oriente. Entonces, Jordania aceptó también reconocer a Israel y firmar la paz sin miedo a convertirse en un estado-paria como le había pasado a Egipto. Al fin y al cabo, si los propios palestinos habían firmado… De manera que el tratado de paz entre Jordania e Israel se firmó el 26 de octubre de 1994. Habían transcurrido 15 años desde Camp David. Ya iban dos de cuatro.

Mientras tanto, Irak se había visto completamente atascado en la primera Guerra del Golfo, contra el Irán del Jomeini, desde septiembre de 1980 hasta agosto de 1988. Al finalizar este conflicto, Irak disponía del ejército más grande del mundo árabe y también del más veterano, del más curtido y experimentado en la lucha. No es de extrañar que los israelíes les temiesen. Sin embargo, para llegar hasta Israel, ese enorme ejercito debía forzosamente atravesar Siria, cuyo gobierno estaba ferozmente enemistado con Irak. Pero ¿y si se aliaban pese a todo contra Israel o si Irak invadía Siria con éxito? Sin embargo, lo que realmente sucedió fue que, en agosto de 1990, Sadam Hussein invadió Kuwait, lo que desencadenó una segunda Guerra del Golfo y la ruina de Irak. Después, 12 años de cerco internacional, la invasión norteamericana del 2003, la guerra civil sectaria entre suníes y chiíes, el Estado Islámico, el secesionismo kurdo y la resistencia popular entre los chiíes al desgobierno y corrupción de la élite dirigente y a la creciente injerencia iraní. Irak quedó así de facto neutralizado, aunque no reconozca a Israel ni haya firmado la paz. Tres de cuatro para Israel, pero quedaba Siria.

En marzo de 2011, estalló la revolución en Siria. Cuando el régimen parecía a punto de sucumbir, la ayuda rusa e iraní evitó su colapso y cambio la marea contra los rebeldes. Tras 10 años de guerra, el Gobierno de los Assad parece al borde de la victoria total y el aplastamiento completo de la rebelión. Sin embargo, aunque de aquí a un par de años los rebeldes sean aplastados por completo, el país ha sido arrasado y pasaran años, quizás décadas, antes de que Siria tenga fuerzas suficientes para mirar hacia afuera. Peor todavía: los problemas que originaron la revolución de 2011 no se han resuelto, sobre todo porque el gobierno de los Assad y sus aliados han luchado muy duramente para que no se resuelvan bajo ningún concepto. Por lo tanto, no hay ninguna garantía de que no estalle una nueva revolución en cualquier momento. El resultado práctico es que Siria está fuera de juego y lo va a estar durante mucho tiempo. Cuatro de cuatro para Israel, aunque solamente dos de ellos hayan firmado la paz.

Durabilidad probable de los Acuerdos de Abraham

Desde el acuerdo de paz jordano-israelí a los Acuerdos de Abraham, transcurrieron 26 años sin que ningún otro país árabe aceptase reconocer a Israel. Luego, de repente, firmaron cuatro de golpe en un lapso de cinco meses. Cabe preguntarse, sin embargo, si aquello que se ha construido tan deprisa no se podría derrumbar con igual rapidez. En principio, se puede confiar en que los regímenes que han firmado dichos acuerdos van a cumplir con su parte del trato, porque si se echan para atrás, perderían las ventajas que han conseguido o esperan conseguir a cambio de su reconocimiento de Israel. Cuestión muy distinta es la durabilidad de dichos regímenes y el efecto desestabilizador que podría tener sobre ellos una decisión polémica que en teoría iba a ser muy mal recibida por la población. El autor de estas líneas estaba convencido de que la decisión iba a provocar violentas protestas entre la población que, además, aprovecharía para desahogar su descontento sobre cualesquiera otros problemas pendientes. Sin embargo, por el momento nada ha sucedido en Marruecos, Sudán, Bahréin o los Emiratos Árabes Unidos. Esta ausencia de protestas es en sí misma un triunfo para Israel mucho más grande que los acuerdos en sí.

Un último factor que podría actuar contra la durabilidad de los acuerdos de Abraham es, por contradictorio que parezca, el principal instigador y avalador de dichos acuerdos, es decir, el gobierno de Estados Unidos. Ahora que Trump ya no está al mando, muchas de sus políticas están en revisión y lo cierto es que el coste real de los acuerdos de Abraham no lo asume el beneficiario, que es Israel, sino su poderoso padrino el gobierno de Washington. Por ejemplo: parece claro que los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin han firmado los acuerdos porque a cambio esperan recibir un fuerte respaldo militar y político de Estados Unidos frente a Irán. Este quid pro quo, que parece un tema bastante sencillo y transparente, es en realidad uno de los aspectos más misteriosos de todo el asunto, porque es evidente que EE. UU. pretende oponerse a Irán por sus propias razones, de manera que el gobierno de Washington va a prestar un amplio respaldo a los emiratos del golfo Pérsico contra Irán, firmen o no la paz con Israel. En cualquier caso, el dinero y el esfuerzo van a correr por cuenta exclusivamente de EE. UU., no de Israel. Han sido los EE. UU., no Israel, los que han sacado a Sudán de la lista de estados terroristas, de manera que, si las autoridades sudanesas no modifican su línea de conducta, EE. UU se encontraría en una posición muy incómoda: ¿abstenerse de represalias contra Sudán para que mantenga su reconocimiento a Israel y ser acusados de favoritismo, hipocresía y doble rasero? ¿Sancionar a Sudán y arriesgarse a que este país rompa con Israel? De nuevo el benéfico es para Israel, pero los costes, los riesgos y los problemas corren por cuenta de los EE. UU.

Lo mismo sucede con Marruecos. El reconocer como marroquí el Sáhara Occidental ha suscitado una fuerte oposición. El pasado 18 de febrero, 27 senadores norteamericanos (de un total de 100) solicitaron al presidente Biden que anulase la decisión promarroquí de Trump. Lo más destacable es que 13 de esos senadores eran republicanos, que no dudaron así en desautorizar una de las medidas más destacadas de su líder, y además casi la última que pudo tomar antes de tener que resignarse a dejar el cargo. Teniendo en cuenta que solamente siete senadores votaron a favor de condenar a Trump por incitar el asalto al Capitolio, que casi el doble de esa cifra se arriesgue a sufrir sus iras a cuenta del Sáhara es un suceso digno de analizar.

La explicación la dan los promotores y portavoces de la iniciativa, los senadores Patrick Leahy (demócrata) y Jim Inhofe (republicado) en su comunicado oficial: «La abrupta decisión de la administración anterior el 11 de diciembre de 2020 de reconocer oficialmente los reclamos ilegítimos de soberanía del Reino de Marruecos sobre el Sáhara Occidental fue miope, socavó décadas de política estadounidense coherente y alienó a un número significativo de Naciones africanas»6.

Hay que recordar que la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) consiguió un apoyo prácticamente unánime en el continente africano, hasta el extremo de que la Organización para la Unidad Africana (OUA) les admitió como miembro de pleno derecho en la cumbre celebrada en Addis Abeba en 1984, lo que llevó a Marruecos a abandonar la organización7. En mayo de 2001, la OUA fue refundada bajo un nuevo nombre: Unión Africana (UA) y la RASD ingresó como miembro fundador, mientras que Marruecos mantuvo su auto marginación al no aceptar a los saharauis como un Estado independiente, quedándose fuera del nuevo organismo hasta 2017. Es evidente que la decisión norteamericana tiene que haber molestado a diversos gobiernos africanos, que habrán protestado en Washington, y de ahí la iniciativa de ese grupo bipartidista de 27 senadores. Sudáfrica, por ejemplo, un peso pesado dentro del continente, y presidente de turno de la UA, ha solicitado oficialmente a Biden que anule el reconocimiento del Sahara Occidental como territorio marroquí8. De nuevo el beneficio es exclusivamente para Israel, pero los costes y los problemas los asume EE. UU. ¿Y si algún día decide no asumirlos? Porque hoy en día, la relación bilateral Israel-EE. UU. consiste básicamente en que Washington subordina por completo sus propios intereses mundiales a los de su pequeño aliado. Con Trump esa tendencia había llegado hasta el último extremo. Veremos lo que hace Biden.

Posibles nuevas incorporaciones a los Acuerdos de Abraham

Queda por ver qué otros países podrían unirse a los Acuerdos de Abraham. Incluso aunque Trump hubiera logrado un segundo mandato, la lista de potenciales candidatos dentro del mundo árabe no parecía demasiado larga: Omán, Qatar, Kuwait y casi nadie más. Libia, Siria y Yemen están fuera de juego por sus graves conflictos internos. Túnez, el único país árabe realmente democrático hoy en día, no parece interesado en dar un paso polémico que podría generar fuertes tensiones internas. Lo mismo sucede con Líbano e Irak, que gozan de regímenes formalmente democráticos y donde existen realmente elecciones, pluripartidismo y libertad de prensa. En cuanto a Arabia Saudí, algunos medios de prensa especularon con que ellos iban a ser los próximos9. Sin embargo, semejante eventualidad no solo es extremadamente improbable, sino que resultaría altamente explosiva. Los predicadores wahabíes se mostrarían rotundamente en contra de semejante decisión y poseen una enorme influencia, aunque el príncipe heredero Mohamed Bin Salman ha intentado recortarla en estos últimos años10. Eso ha generado fuertes tensiones internas dentro del país. Hemos mencionado ya que en Marruecos no se produjo protesta alguna por el reconocimiento de Israel, pero dada la inmensa influencia del wahabismo entre las masas, lo más probable es que una parte considerable de la población saudí se decantase por la hostilidad abierta y activa contra cualquier idea de paz con Israel, lo que supondría grandes riesgos para la estabilidad del reino.

En última instancia, todos los firmantes son pesos ligeros, salvo Marruecos, que está muy lejos. Para Israel, es sin duda mejor haber conseguido el reconocimiento con estos cuatro que no haberlo conseguido, y es necesario insistir en la significativa ausencia de protestas populares en todos estos países después de que sus gobiernos reconociesen oficialmente a «el enemigo sionista» como lo ha denominado siempre una persistente propaganda. Sin embargo, aunque los gobiernos firmantes no traicionen lo firmado para no perder lo que a cambio pretendían conseguir, podrían actuar de manera más insidiosa, dejando languidecer sus flamantes relaciones con Israel hasta convertirles en letra muerta. Los Emiratos Árabes Unidos tienen vuelos directos con Israel, pero todavía no han intercambiado embajadores y ni se anuncia fecha para hacerlo. Por lo tanto, de momento Israel lo único que ha conseguido es un golpe de efecto.

La persistencia del problema palestino

Existe un último factor que podría reventar todo lo logrado hasta ahora y es el propio Gobierno de Israel. Tanto Marruecos como Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos han acompañado su reconocimiento de Israel con vagas invocaciones a los derechos de los palestinos. Se podría opinar que esa retórica no es más que un vacuo cinismo, pero sirve para recordarnos el elefante en medio de la habitación. Desde que, en 1967, Israel ocupó Cisjordania, los israelíes se han ido apoderando sin cesar de más y más tierras palestinas: unos pocos cientos de hectáreas por aquí, unas decenas de hectáreas por allá, para crear un asentamiento, para ampliar el asentamiento, para abrir una carretera que comunique el asentamiento (carreteras que los palestinos no pueden usar ni cruzar) o para instalar un puesto de control o una valla de seguridad para proteger el asentamiento. En 2020, los israelíes controlaban ya de facto un 62 % de la superficie total de Cisjordania en beneficio de 420 000 colonos israelíes11. La población de Cisjordania, tres millones de habitantes12, tendría que conformase con el 38 % restante. Los palestinos que viven todavía en este 62 % bajo control directo israelí afrontan un porvenir incierto, en el mejor de los casos. En el verano de 2020, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu anunció como promesa electoral que se anexionaría oficialmente un tercio de Cisjordania, es decir, más o menos la mitad de la zona que controlan13. Al final no se atrevió a hacerlo y, además, cuando los Emiratos Árabes Unidos les reconocieron, parte del trato era que esa anexión se iba a postergar indefinidamente, aunque Netanyahu dejó claro que solo era un aplazamiento. Si el Gobierno de Israel decidiese proceder a la anunciada anexión, los cuatro firmantes de los Acuerdos de Abraham quedarían muy desairados y tendrían una motivación legítima para romper relaciones con Israel. Entonces Washington tendría que decidir si toma represalias contra ellos o no.

Como ya hemos visto, en poco más de medio siglo, el Gobierno de Israel se ha ido apoderando de, por término medio, un 1,17 % del territorio cisjordano cada año.

Extrapolando esa tendencia estadística hacia el futuro, y concediendo un amplio margen de error por múltiples circunstancias imprevistas, en algún momento entre 2050 y 2055 Israel dejará de apoderarse de más tierras en Cisjordania por la sencilla razón de que ya se habrán apoderado de todas. A los palestinos no les quedara nada. Obviamente, mucho antes de la fecha tope indicada, la población palestina, víctima de un creciente acorralamiento, habrá estallado de alguna forma y los países que han firmado la paz con Israel, tanto los regímenes como la población, tendrán que decidir si hacen algo al respecto o se encogen de hombros y deciden que no es asunto suyo. Llegados a este punto, es imposible hacer pronósticos porque operan demasiadas variables y subsisten demasiadas incógnitas.

En cualquier caso, si en el futuro cercano los conflictos internos de Siria e Irak se resuelven de alguna manera y ambos países deciden mantener una política hostil hacia Israel, y además cuentan con el respaldo de Irán, los Acuerdos de Abraham acabarían resultando algo totalmente irrelevante e inútil para la paz en la región y para los intereses de Israel.

Juanjo Sánchez Arreseigor/ Historiador Especialista en el mundo árabe contemporáneo.

Bibliografía:
  1. WILDFORD, Hugh. America’s Great Game; The CIA’s secret Arabists and the shaping of the modern Middle East, Basic books, New York, 2013, p. 57 y 61.
  2. BEN GURION, David. Discurso a la Knesset el 7 de noviembre de 1956. Jewish Virtual Library. Disponible en: https://www.jewishvirtuallibrary.org/ben-gurion-speech-to-knesset-reviewing-the-sinai-campaign- november-1956 Consultado el 18 de febrero de 2021
  3. LISBONA. José Antonio. España-Israel; historia de unas relaciones secretas, Temas de hoy, Madrid 2002, p. 227.
  4. “Trump suspende en el último momento un ataque contra Irán en respuesta al derribo de su dron”, Europa Press, Washington, 21 de junio de 2019. (Reuters/EP).
  5. FNFF: 22430 (Rollo: 179), El Cairo, 30 de octubre de 1959. Telegrama 127 cifrado, del embajador Alcover al ministro de Exteriores Castiella.
  6. “Senadores piden a Biden que revierta la decisión de Trump sobre el Sahara”, Agencia EFE, Washington, 18 de febrero de 2021. Disponible en: https://www.efe.com/efe/usa/portada/senadores-piden-a-biden-que- revierta-la-decision-de-trump-sobre-el-sahara/50000064-4468272 Consultado el 20 de febrero de 2021.
  7. LÓPEZ BELLOSO, María. “El papel de la OUA en el conflicto del Sáhara Occidental y su influencia en el desarrollo político de la RASD”. Publicado en: «Trabajos y ensayos» Número 2 (julio de 2005). Disponible en: http://www.diprriihd.ehu.es/revistadoctorado/n2/LBelloso.pdf Consultado el 19 de febrero de 2021.
  8. “Sudáfrica insta a Biden a revocar el reconocimiento del Sáhara Occidental como parte de Marruecos”, Europa    Press,    Madrid,    25    de    enero    de    2021.    Disponible    en: https://www.europapress.es/internacional/noticia-sudafrica-insta-biden-revocar-reconocimiento-sahara- occidental-parte-marruecos-20210125182325.html Consultado el 20 de febrero de 2021.
  9. GARDNER, Frank. “Por qué un acuerdo de paz entre Israel y Arabia Saudita es más posible ahora que nunca antes”, BBC, 13 de octubre de 2020. Disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias- internacional-54493225 Consultado el 20 de febrero de 2021.
  10. BARMIN, Yury. “Can Mohammed bin Salman break the Saudi-Wahhabi pact?”, Al Jazeera, 7 de enero de 2018. 
  11. FERNÁNDEZ PALOMO, Laura. “¿En qué consiste la anexión israelí?”, La Vanguardia, 1 de julio de 2020. Disponible en https://www.lavanguardia.com/internacional/20200701/482043417564/claves-en-que- consiste-la-anexion-israeli.html Consultado el 21 de febrero de 2021.
  12. Palestinian    Central    Bureau    of    Statistics.    Disponible    en: http://www.pcbs.gov.ps/site/881/default.aspx#Population Consultado el 22 de febrero de 2021.
  13. “Israel y TPO: 10 cosas que debes saber sobre la «anexión»”, Amnistía Internacional, 2 de julio de 2020. Disponible en: https://www.amnesty.org/es/latest/news/2020/07/israelopt-10-things-you-need-to-know- about-annexation/ Consultado el 22 de febrero de 2021.

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