Opinión

Duras pruebas para un Raisí muy verde

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En lo que no deja de ser una parodia de democracia, por más que se compare muy favorablemente con las monarquías árabes vecinas, Ebrahim Raisí ha tomado posesión como presidente de la República Islámica de Irán. No es una buena noticia, aunque fuera esperada y no solo por su truculento pasado como uno de los jueces que condenaron a muerte a miles de personas en 1989 tras la revolución de Jomeini contra el Shah y su régimen corrupto, sino también porque asume sus funciones en un contexto muy complicado pues siempre lo es por aquellas geografías y por lo que en principio no se puede esperar de él.

Hombre de confianza del Líder Supremo Alí Jamenei, que facilitó su elección a base de quitar del camino a cuantos candidatos pudieran hacerle sombra, Raisí fue elegido con 70% de los votos aunque una baja participación (inferior al 50%) y un alto porcentaje de votos nulos (14%) le deslucieran la pantomima. Su pasado represor y su proximidad a los sectores más duros del régimen iraní parecen indicar que como ha escrito Nader Hashemi, director del Center for Middle East Studies de la universidad norteamericana de Denver, “la presidencia de Raisí supone el ascenso y el dominio de los militares y del aparato de seguridad de la República Islámica y la retirada de los tecnócratas y de las voces moderadas”. No es una buena noticia en un contexto dominado en primer lugar por el deseo norteamericano de acelerar su desenganche de la región de Oriente Medio manifestado en la retirada de las tropas de Afganistán, en segundo lugar por la negociación en curso que permita el regreso norteamericano al Acuerdo Nuclear (Joint Comprehensive Plan of Action, JCPOA) del que salió unilateralmente Donald Trump, y en tercer lugar por la tensión con Israel que crece en las últimas semanas.

Si Biden pretende desengancharse de Oriente Medio para dedicar su atención y sus energías a Asia -y en particular a China- mucho me temo que Irán no se lo va a permitir. Teherán no puede ser insensible al vacío de poder que la retirada norteamericana va a producir este mismo verano en Afganistán después de veinte años de guerra que han costado muchas vidas (sobre todo de afganos), mucho dinero y que no ha producido ningún resultado concreto. El régimen de Kabul está en retirada, los talibanes conquistan cada día más terreno, los tradicionales señores de la guerra resurgen en muchos lugares, y el pais parece dispuesto a volver a caer en el caos que le es consustancial. Irán no tiene la capacidad de Rusia y de los EEUU (y antes los británicos) para entrar en Afganistán y ser derrotado también, pero la tiene para favorecer a sus partidarios (más del lado talibán), y para crear milicias al estilo de las que ya tiene en Siria e Irak que defiendan sus intereses. Y no cabe duda de que lo hará.

Con respecto al JCPOA el optimismo de hace un mes que hacía pensar a Washington que un nuevo acuerdo era posible antes de la llegada de Raisí a la presidencia se ha esfumado. Irán quiere regresar a lo firmado en 2016 con levantamiento de todas las sanciones y una garantía de que EEUU no volverá a abandonar el tratado en el futuro, y eso ningún gobernante americano puede garantizarlo. Por su parte Washington quiere extender en el tiempo las cláusulas que impiden la nuclearización de Irán y además incluir provisiones que limiten las actividades regionales de los Guardianes de la Revolución y su programa de misiles balísticos. Irán no está por la labor y dice que no quiere mezclar churras con merinas. La negociación se augura aún más difícil con Raisí que con el anterior presidente Rohaní.

Y llegamos a la tensión con Israel avivada por un ataque con drones suicidas sobre un petrolero israelí cerca de las costas de Omán. Irán niega haber tenido nada que ver pero eso no se lo creen los israelíes (tampoco los americanos y los británicos) que saben que Teherán quiere responder a los asesinatos de sus científicos nucleares tras los que intuye la mano del Mossad israelí. Tampoco el nuevo gobierno de Israel puede permitirse el lujo de parecer débil ante la política iraní de acelerar el enriquecimiento de uranio mientras no se logre un acuerdo al que Tel Aviv se opone con toda su fuerza. Por eso todo indica que la tensión entre Israel e Irán seguirá creciendo a corto plazo y que le tocará gestionarla a un Raisí todavía muy verde en la presidencia.
 
Jorge Dezcallar/ Embajador de España.