Opinión

Efemérides y perdones antihistóricos

photo_camera Andrés Manuel López Obrador, President of Mexico

Raro es el día en que no quepa conmemorar algo. Si las efemérides abarcan una gran comunidad territorial y humana es también rara la unanimidad en esa conmemoración. Estamos en tiempos convulsos de revisionismo histórico, y el pasado se utiliza a destajo para controlar el presente y dominar el futuro. 

Se acaban de cumplir día por día los 500 años de la caída de Tenochtitlán, que 200 años antes se había convertido en la capital del imperio azteca. Los numerosos pueblos sometidos a aquel vieron en la llegada de un tal Hernán Cortés a un libertador, de modo y manera que le prestaron la ayuda imprescindible para deshacerse de un yugo que, entre otras cosas, se cobraba el sometimiento de totonacas, tlaxcaltecas, otomíes o texcocos en esclavitud y terror, ejemplificado este en los ríos de sangre de los incontables sacrificios humanos que exigía el insaciable dios Huitzilopochtli. 

El actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha glosado aquel acontecimiento como una “catástrofe”. No le faltaría razón al dirigente mexicano en emplear tal calificativo si se refiriera solamente a los aztecas, pero englobar en tal desgracia a todos los pueblos sometidos al dictado de Moztezuma o Cuauthemoc es posiblemente una licencia exagerada. AMLO, descendiente reciente de españoles, no sólo pidió perdón por la conquista de Tenochtitlán sino de todo lo que dio en llamarse la Nueva España, un virreinato que llegó a alcanzar una extensión de cuatro millones de kilómetros cuadrados, y un esplendor muy superior al que pudo exhibir en sus mejores momentos la metrópolis española, aunque fuera esta Madrid o Sevilla. 

AMLO y muchos de los dirigentes políticos actuales del continente iberoamericano que se suman al carro del revisionismo histórico, propiciando el derribo de estatuas y monumentos conmemorativos del encuentro hispano-americano, o culpando a España del atraso y la miseria de muchas de sus sociedades, no encuentran un saldo positivo a aquellos trescientos años de simbiosis, mestizaje y salto cultural que supuso la tutela de la Corona española sobre unos territorios que se extendían desde Alaska a la Tierra del Fuego. 

De la tutela de la Corona española a “patio trasero” de Estados Unidos

Han pasado ya dos siglos desde que los caudillos criollos prefirieron hacerse dueños absolutos de aquellos predios a seguir bajo la tutela de una España venida a menos, especialmente desde que el Congreso de Viena de 1815 delimitara las nuevas esferas de poder en Europa tras la derrota de Napoleón en Waterloo. Emergía el poder anglosajón como nuevo centro del mundo, cuya prioridad en América no era precisamente la entronización del poder indigenista. Los actuales índices de población indígena en Estados Unidos y Canadá, por ejemplo, comparados con los que albergan los países iberoamericanos son la mejor evidencia de dónde y cuándo pudieron producirse los presuntos genocidios.

Un imperio unificado de aquellas colosales dimensiones, con una élite formada en las 24 universidades y más de cien grandes colegios fundados por los españoles, seguiría siendo una amenaza mientras alimentara el sueño libertador pero unificador de Simón Bolívar. Así, las nuevas naciones americanas que celebraron sucesivamente su independencia de España, serían mucho más débiles y manipulables. La reciente historia del continente demuestra con bastante contundencia cómo sus ciudadanos pasaron de ser españoles del otro hemisferio con todos sus derechos (Constitución de 1812) a ser integrantes del “patio trasero” de Estados Unidos. 

Sorprendentemente AMLO prefiere cargar contra la herencia española que hacer referencia a las guerras con el vecino estadounidense que de una tacada le despojó de más de la mitad de su territorio. México, el país y la capital más populosos y ricos de todo el continente a principios del siglo XIX, cedieron así en apenas un decenio tal primacía a Estados Unidos. 

Pero, volviendo a la conmemoración de la reconquista de Tenochtitlán, aquel acontecimiento marcó sin duda el fin de una época y el comienzo de un nuevo mundo, semejante por su universalidad e importancia a la emergencia de Atenas o a la expansión del Imperio Romano. Resultaría ridículo abominar de la conquista de Hispania y la instauración de la civilización romana por muy heroicas que fueran las resistencias de las tribus íberas, y muy digna de glosa la épica de Numancia o Sagunto. AMLO, y otros dirigentes que siguen esa línea, parecen haber perdido ese sentido del ridículo.  

La ofensiva lanzada por los supuestos defensores del indigenismo americano contra la hasta hace poco considerada Madre Patria no es tampoco un movimiento espontáneo. En gran parte está alentado por los mismos que quieren trocar la imagen de un Occidente ilustrado y civilizatorio por la de un monstruo explotador y colonialista. Es por lo demás curioso que los españoles acepten sin más la imposición del término “colonia” a su presencia en América, otra aportación más anglosajona a esa leyenda negra, cultivada con denuedo no solo por sus inventores ingleses, holandeses, alemanes y franceses principalmente, sino también por una parte considerable de los partidos izquierdistas españoles, los quintacolumnistas más encarnizados en la descalificación de las mejores aportaciones del país a la historia universal.