Opinión

El bipartidismo paraliza a Trump tras los tiroteos

photo_camera El presidente estadounidense, Donald Trump.

Las matanzas de El Paso, Texas, y Dayton, Ohio, han reabierto un debate decimonónico que, en el siglo XX y lo que llevamos del XXI, se ha cronificado en la sociedad occidental. El debate es si deben los estadounidenses seguir teniendo el derecho constitucional a portar armas de fuego, como establece desde la época de la independencia la Segunda Enmienda. Visto desde Europa, este asunto es tratado con un enorme desconocimiento y con la proverbial apelación al diálogo, la paz en el mundo y la bondad como soluciones mágicas a un conflicto que hunde sus raíces en un país-continente forjado a golpe de revólver. En una palabra: ya podemos los españoles, los franceses o los alemanes discutir sobre el tema, que la única solución la tienen y se la darán, o no, los ciudadanos americanos, que son quienes son, vienen de los linajes de los que vienen, y tuvieron los antepasados que tuvieron. Todos ellos europeos, por casualidad. 

El tiroteo de El Paso ha sido considerado como un atentado por uno de los principales periódicos españoles en su portada. Cuesta recordar que este tipo de masacres haya recibido esa denominación en medios españoles o europeos. Tal vez por ahí empieza nuestro desconocimiento. Un atentado es cualquier acción que atenta contra la vida de una o muchas personas, sean cuales sean las motivaciones y las circunstancias, y, por supuesto, sea cual sea el color de la piel de las víctimas. Lo relevante de este caso es que ese mismo diario tituló tras la masacre en el instituto de alumnos mayoritariamente blancos en Parkland, Florida, no muy lejos de la exclusiva zona de Coral Springs, donde sólo el 17% de los residentes son afroamericanos: “Un exalumno mata a 17 personas en un tiroteo en un instituto de Florida”. ¿Tiroteo o atentado? Ambas cosas. 

La cruzada de los alumnos del instituto Stoneman Douglas no sirvió para casi nada. Llegaron a las puertas del Capitolio, y lograron que millones de personas se manifestaran contra las armas. Lo hizo Paul McCartney frente al edificio Dakota de Nueva York, a pocos metros de los disparos que abatieron a su amigo y socio John Lennon. Pincharon sus buenas y loables intenciones, porque han pasado los meses, más de un año, y nada se ha hecho. Con lo ocurrido en El Paso este fin de semana pasará algo parecido, habrá protestas y reclamaciones justas, porque se dan circunstancias inéditas antes, como la enloquecida huida hacia adelante en este asunto del presidente de Estados Unidos, tras varias semanas equivocándose gravemente en relación con la inmigración. Atribuirle a él la muerte de dos decenas de personas en el centro comercial Wallgreens de la ciudad fronteriza es un exceso que ya están cometiendo muchos análisis y no pocos actores de la vida pública en Europa.

Solo una mente psicótica puede cometer esa barbarie, obra de un supremacista blanco, y esas mentes perturbadas no necesitan a Trump para alentarlas. Pero sobre su cabeza pende la responsabilidad de las cosas que dice, que es mucha y muy grave. El riesgo es jalear los discursos del odio, como hizo el presidente ante los gritos de sus seguidores en el mitin reciente de Panama City, una ciudad de Florida que da al golfo de México. Aquellas risas, pocas semanas antes de que alguien hiciera exactamente lo que pidieron a gritos sus fans (“Shoot’em!”) deberían hacer reflexionar al presidente cuando este mes se marche a su residencia de descanso-negocios de Mar-a-Lago en West Palm Beach.