El caso Zozulya y la libertad de expresión

Roman Zozulya

La suspensión por primera vez de un partido de la Liga española, aunque fuera en Segunda División (conocida ahora por Liga SmartBank) ha dejado a millones de aficionados boquiabiertos y sin comprender los motivos reales de esta polémica. Pocos saben qué hay detrás de este caso en el que una hinchada repudia siempre que tiene ocasión a un jugador que estuvo a punto de incorporarse a sus filas, y que es considerado como pronazi pese a sus constantes desmentidos. Las pruebas que le condenan sitúan a Roman Zozulya junto a facciones ultranacionalistas de su país, Ucrania, y le atribuyen una querencia a los postulados de la extrema derecha. Hay fotografías y gestos del delantero que probarían esa acusación que es rechazada en algunos estadios, y que ha derivado en un episodio insólito en nuestro deporte, del que aún no sabemos con exactitud cómo acabará.

Roman Viacheslávovich Zozulya nació  en Kiev en 1989. Jugó en el principal equipo de su ciudad natal, el Dynamo, hasta que se incorporó a las filas del F. K. Dnipro Dnipropetrovsk, con el que llegó a jugar una final europea frente al Sevilla, con 3-2 a favor del conjunto español. Gracias  a aquella campaña de 2014-15 se dio a conocer en el fútbol europeo y logró emigrar a un país en el que podría ganar más dinero y posibilidades de futuro: España. Por aquél entonces, en el suyo se vivía una convulsa situación que había tenido origen en las protestas del Maidán contra el presidente prorruso Viktor Yanukovich, con miles de personas pidiendo un cambio de política que diera más autonomía a Ucrania respecto a la gran metrópoli rusa. El mandatario cayó como consecuencia de aquella marea, pero la respuesta rusa fue implacable: primero la invasión de Crimea y Sebastopol con la tibia y vergonzante respuesta de la comunidad internacional (más la timorata crítica de los medios de comunicación del mundo entero), y después el levantamiento de los simpatizantes de Rusia en el este del país que derivó en la guerra del Donbáss (Donetsk y Lugansk), con soldados rusos desprovistos de escudos ni símbolos tomando las calles en otra invasión nunca reconocida pero con dramáticos efectos, casi veinte mil muertos. 

Paralelamente a esa guerra no declarada en la que el sentimiento de los ucranianos se vio espoleado por las injerencias incluso armadas de su poderoso vecino, la carrera de Roman iba desarrollándose con más pena que gloria. Probó con el Betis sin un buen resultado, y el intento de cesión al Rayo Vallecano resulto frustrado por la virulenta oposición de los hinchas más radicales del club de la modesta barriada madrileña, que achacaban al futbolista una querencia hacia la ideología ultra y en especial hacia el nazismo, al coincidir en la defensa de su patria con elementos de reconocida tendencia pro nazi. Un año en el paro sin equipo, y fichaje por el CD Albacete que este fin de semana le ha llevado al estadio de Vallecas donde se han producido los insultos que han derivado en la decisión inicialmente arbitral y más tarde federativa de suspender un partido de fútbol profesional. 

La acusación de nazi para el nacionalismo ucraniano no es nueva. En 2004, el candidato opositor a los prorrusos Viktor Yushchenko recibió ese calificativo en la campaña electoral, pese a que su padre había sido prisionero del ejército rojo en Auschwitz y su madre había ocultado a tres niñas judías para evitar su segura aniquilación durante la Segunda Guerra Mundial. Nadie olvida lo que más tarde le ocurrió al líder de Nuestra Ucrania al ser envenenado con la toxina TCDD y su rostro quedó desfigurado con ictericia como consecuencia del envenenamiento, una práctica no desconocida por los adversarios de la potencia rusa. Zozulya siempre se ha defendido de esta generalizada acusación, y afirma que es una forma de descalificar los que osaron hacer la guerra a la Rusia post comunista, y lo ha hecho negando que él tenga ideología nazi y asegurando que sólo defiende a su patria.     

El Rayo Vallecano se ha visto obligado a pedir respeto a su afición, pero ya era tarde. Destacados dirigentes políticos, cuyo extremismo nunca configura titulares de prensa ni opiniones de la ciudadanía, salían en tromba a acusar de nazi a Zozulya y a dar la razón a la peña, también radical, que anida en las gradas de Vallecas. Un camino ideologizado que está lejos de ir en el sentido correcto. Los insultos al adversario, al árbitro, a la afición rival, son una mancha en el mundo del fútbol y por eso las reglas se han endurecido para evitarlos. Justificarlos desde la tribuna que da un escaño de diputado o estar en la ejecutiva de un partido político no hará más que enquistar el odio y alimentar las sanciones como la que va a recaer sobre la institución franjirroja. 

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