Opinión

El conflicto de Ucrania, primeras lecciones aprendidas

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Quien piense que las lecciones aprendidas sobre una crisis o conflicto de cualquier tipo, incluso los bélicos, deben redactarse y estudiarse una vez el fenómeno haya terminado se equivoca de medio a medio.

Cualquier conflicto o crisis, ya desde sus prolegómenos, empieza a brotar o apoyarse en una serie de circunstancias, convicciones o principios que, aún sin saberlo, son el origen y la razón de ser de los mismos, puntos que es mucho mejor no dejar olvidados en el tintero.

Se puede afirmar que, en el caso del conflicto de Ucrania, como suele suceder en todos los conflictos, la verdad plena no está en ninguno de los bandos o actores que directa o indirectamente intervienen o influyen en ella. 

Es un conflicto lleno de informaciones sesgadas, interesadas o creadas para justificar las posiciones de todos los actores. Igualmente sucede con el caso contrario, la desinformación o, lo que es lo mismo, no contar toda la verdad, salvo aquella que interesa.

La Comunidad Internacional (CI) ha demostrado ser inútil o estar abatida e incluso rendida, según los casos, por factores diversos como cuestiones económicas importantes; impotencia o incapacidad real para entrar en un conflicto importante; falta de liderazgo a nivel mundial y regional; intereses espurios de muchas de las naciones en el tablero y, sobre todo, por la obsolescencia e inoperatividad de los organismos internacionales que se suponen dedicados a la seguridad y al control de los conflictos.  

Soldados ucranianos manipulan equipos en las afueras de Járkov, Ucrania

La ONU ha mostrado su total inoperancia dado que, por definición y organización, tanto Rusia como China mantienen su capacidad de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y, en este caso, ambos se apoyan mutuamente, aunque sea con la abstención, por no morderse entre ellos. La Asamblea General ha demostrado que por mucho que se reúna de urgencia y se consiga una abrumadora y convincente votación sus declaraciones solemnes no valen de nada, como ninguno de sus esfuerzos.

La OTAN, forzada por Estados Unidos o por el temor generalizado de la mayoría de los aliados, ha demostrado una debilidad increíble y se ha convertido en una fábrica de excusas de poca o nula convicción; primero, al negarse a combatir en territorio no OTAN o, en segundo lugar, por no montar una zona de exclusión aérea bajo su control y responsabilidad. Máxime, cuando ambas o alguna de estas cosas se han producido en Afganistán, Irak, los Balcanes y Libia, por ejemplo; pero da la casualidad de que en dichas ocasiones no era Rusia a quien se enfrentaba. 

Como colmo de la ignominia y la desvergüenza de la Alianza, aparece la negativa, tras crear muchas esperanzas, a entregar una serie de aviones polacos, viejos y poco resolutivos, a través de EEUU en bases situadas en Alemania. Operación, por cierto, adelantada y desbaratada, entre cosas, instituciones o personas, por unas desafortunadas y anticipadas declaraciones del Sr. Josep Borrell. 

Esta imagen de satélite proporcionada por Maxar Technologies muestra un convoy militar al noroeste de Invankiv, Ucrania, el lunes 28 de febrero de 2022

La UE sigue mostrando su incapacidad en el ámbito de las relaciones exteriores y de la seguridad. Incapacidad arrastrada desde su creación como un club político y económico y poco más; donde no existe una única voz; dos países luchan por su liderazgo con fines nacionales y es excesivamente dependiente del gas ruso, tal y como se acaba de reconocer oficialmente como mínimo hasta 2027. 

Es la propia Comunidad Internacional la que ha intervenido indirectamente en este conflicto, aun “aparentemente”, sin darse cuenta de que lo hacía de forma determinante y grave, porque desde la caída del Muro de Berlín y la desmembración de la URSS no ha parado de fomentar el espíritu de revancha en Rusia, tras múltiples y sucesivas humillaciones sobre los rusos.

O, también, lanzando falsas expectativas en la población y dirigentes ucranianos; expectativas que hora aparecen como inviables con respecto a su ingreso en la OTAN, en la UE o a que iban a contar con su entero apoyo en caso de conflicto. 

Todo ello, ha fomentado la euforia nacional en los primeros días del conflicto, para, en menos de una semana, echarles un jarro de agua fría diciéndoles que no es posible, ni siquiera, su ingreso en la UE, aunque Zelenski lo pida de rodillas como ya ha hecho en varias ocasiones.

El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski

Y, por último, pero es el punto más importante, realmente, la CI les proporciona una paupérrima ayuda militar, con cuentagotas, insuficiente para alimentar este tipo de batallas defensivas y, para colmo, se anuncia a bombo y platillo, de tal modo y manera que ha acabado constituyendo el objetivo principal a batir por las tropas rusas.

La política de tierra quemada a la que se ha visto obligada la fuerza atacante tras el fracaso inicial por un desafortunado análisis de casi todos los factores de la decisión (misión, terreno, enemigo, medios propios y el ambiente reinante), se traduce en una gran o total destrucción que obligará a enormes pérdidas y grandísimos planes de reconstrucción, que ya se empiezan a evaluar en muchos miles de billones de dólares.

Maniobra abrasiva y de desoladora destrucción, a pesar del elevado espíritu nacional reinante entre la población ucraniana, ya ha propiciado casi tres millones de refugiados, quienes, si bien inicialmente, tal y como sucedió en Kosovo, querían permanecer próximos a sus fronteras y casas para volver pronto tras los combates; a la vista de que va quedando poco en pie, comenzarán una diáspora por toda Europa, principalmente; y los europeos ya tenemos sangrantes experiencias anteriores de lo que nos sucede con los refugiados y el fulminante cambio de actitud que sufrimos al pasar de su gran y desinteresado apoyo, calor y acogida inicial, al despego y olvido total, una vez que el conflicto se haya apagado como el volcán de La Palma.  

El uso y abuso de combatientes mercenarios en ambos bandos no es ninguna buena noticia, ya que estas bandas desorganizadas y sanguinarias se alejan de todo tipo de control y racionalización de sus actos. Dejan posos infectados sobre el terreno de difícil erradicación y crean numerosas bandas, casi ejércitos, de señores de la guerra dispuestos a luchar ferozmente sin política, arraigo ni convicción.  

Una imagen de satélite muestra el extremo sur de un convoy de camiones de artillería blindados, al este del aeropuerto de Antonov, Ucrania, 28 de febrero de 2022 Imagen de satélite

No se deben despreciar las noticias sobre las armas químicas y biológicas sobre suelo ucraniano porque, durante la URSS, Ucrania alojó gran cantidad, todo tipo de ramas de destrucción masiva y, cuando se declaró independiente, Rusia recogió las nucleares, pero las dos anteriores, quedaron allí en cantidades más que importantes. 

Las convenciones sobre dichas armas, con apoyo económico y físico norteamericano, fueron las que estuvieron a cargo de su transporte, desbaratamiento y/o destrucción; pero, sincera y personalmente, siempre he dudado que aquellas operaciones, tras muchos años y grandes sumas de dinero, finalmente se completaran al cien por ciento. 

Peligro que también se traslada a los posibles y muy perniciosos efectos de la guerra de misiles, represión y desbandada descontrolada del personal crítico sobre las importantes centrales nucleares del país, y en especial, la de Chernóbil.   

La guerra cibernética y la de la propaganda tiene una efectividad muy importante en estos conflictos, tipo CNN, donde todo el mundo sigue minuto a minuto y en directo, la evolución de la situación. 

Cosa que también sucede con los llamados ‘influencers’, con su falsa, casual o llamativa aparición, como en el caso de la señora embarazada saliendo en camilla sangrando de un hospital maternal, presuntamente bombardeado por los rusos. Real o casualmente, era una de aquellas. 

Las consecuencias de conflictos de este tipo sobre la economía local, regional y mundial son tremendas; principalmente, porque los países en liza son considerados dos de los principales productores de elementos absolutamente necesarios para Europa y el mundo. 

Pero, en ese aspecto, no se debe caer en la tentación, tal y como ya sucede, de meter en el mismo saco las vergüenzas arrastradas por la mala gestión previamente al conflicto. Ello, además de constituir una imperdonable bula para los países derrochadores o malos administradores, produce sensación de impunidad y de falsa tranquilidad, por aquello de que otros vendrán a arreglarnos gratis lo provocado por nuestros pésimos administradores.  

En próximas ediciones, que forzosamente habrá sobre este tema, y por no alargar innecesariamente el relato de hoy, se dedicará cierto esfuerzo y exclusividad a la enumeración y somero análisis de las lecciones aprendidas sobre la actuación militar de ambos bandos.  

No obstante, sea cual sea la solución final de este conflicto, al que se ha llegado, sin ni siquiera mediar una declaración de guerra; se puede asegurar, sin peligro de un gran error, que Putin ha instalado el miedo en el mundo en general y en Europa, principalmente en algunos de sus países cercanos como Suecia -que ya han sacado su bandera blanca- en particular; con lo que, con ello, está logrando algunos de sus primeros objetivos y alguno más apunta ya.

A pesar de sus grandes errores estratégicos y tácticos, a enumerar en otros capítulos sobre el tema; geopolíticamente, tenía bien estudiado el ambiente general para acertar sobre el máximo momento de debilidad internacional para atacar con ciertas garantías de impunidad y qué tipo de objetivos finales se podía marcar.