El fracaso de Pablo Iglesias y su dimisión del Gobierno

Atalayar_Pablo Iglesias

Se ha escrito bastante sobre las razones que han llevado al vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, líder del partido Podemos, a darse de baja en el Ejecutivo para aspirar a presidir la Comunidad Autónoma de Madrid. Se ha dicho de todo, ambición personal, capitanear un nuevo Frente Popular contra la derecha política que lleva gobernando la región capitalina durante varias décadas, desentendimiento con el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, de todo y más. Pero a mi parecer no se ha dicho lo esencial.

Pablo Iglesias ha dimitido empujado por su fracaso político personal. Sus planes, sus sueños, su ambición de pasar a la Historia, se han visto frustrados. Cualquier líder político sabe que ninguna de las 14 Comunidades Autónomas españolas más las dos Ciudades Autónomas, en total 16, se puede comparar con el Estado central y con su Poder Ejecutivo, el Gobierno de la nación. Las Comunidades Autónomas, y, entre ellas, la de Madrid, dependen totalmente del Gobierno de España: sus presupuestos, sus funciones subalternas de seguridad, su funcionamiento y hasta su propia existencia, dependen de la Constitución y de las Leyes, y, por lo tanto, del Gobierno de la nación. Aun en el hipotético caso de que el espejismo de Iglesias como presidente de la Comunidad de Madrid se cumpliera, estaría atado de pies y manos por el Gobierno al que ha renunciado. Y desde Madrid, por muchos adeptos que se tenga, no se pueden cambiar las Leyes.

Entonces, ¿por qué Iglesias ha dado portazo al Ejecutivo? ¿Qué esperaba obtener cuando pomposamente alardeó de tener la llave de la gobernabilidad de España y pactó un Gobierno de coalición con el PSOE de Pedro Sánchez?  El líder morado tenía ‘in mente’ dos cosas, que las explicitó en su primer intento de formar Gobierno junto a Pedro Sánchez.

La primera era controlar el CNI (Centro Nacional de Inteligencia), la llave maestra que abre y cierra todas las puertas del poder. Quizás en su mente estaba el ejemplo de Soraya Sáez de Santamaría que, como vicepresidenta del Gobierno, tenía bajo su mando y control al CNI. Aunque lo más probable es que lo que ansiaba Pablo Iglesias del CNI era disponer personalmente de toda la información interna y externa, que manejan los servicios de inteligencia. Emulando al gran pensador Francis Bacon, Canciller de Inglaterra y autor de La Nueva Atlántida, Iglesias sabía que “la información es poder”; lema que todos los servicios secretos del mundo han hecho suyo. Pues esta ambición de Pablo Iglesias, fracasó. Pedro Sánchez le dio como regalo de Navidad el poder participar en la Comisión Delegada para Asuntos de Inteligencia que coordina el conjunto de los servicios de información del Estado. Pero contra todos los malos augurios que decían que el líder de Podemos se iba a llenar los bolsillos y la cabeza de importantes secretos de Estado, no ha sido así. Iglesias no ha tenido acceso a ningún informe estratégico ni vital para la seguridad de España.

El segundo sueño, estrechamente vinculado al primero, era poder controlar las Fuerzas Armadas. Iglesias temía que, al estar en la cúspide del poder político, el poder castrense le desalojara. Elucubraciones. No en vano la única experiencia militante que ha tenido, además de participar en alborotos callejeros y en algarabías estudiantiles de Aula Magna, ha sido la de sus prácticas en Venezuela, donde los motines y asonadas militares han sido frecuentes durante los tres últimos decenios, y los militares ocupan el poder ininterrumpidamente desde 1998. Para ello contaba Iglesias con poner al general retirado José Julio Rodríguez, que fue jefe del Estado Mayor de la Defensa con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, como ministro de Defensa. Operación igualmente fallida. Su compañero de partido se queda como secretario general de Podemos en Madrid, y ahí seguirá a menos que tenga una reacción de dignidad herida y se jubile definitivamente.

De este modo, el pasaje de Pablo Iglesias por el Gobierno, sólo le ha servido para subirse al coche blindado, llevar escoltas y asaltar periódicamente las televisiones, ávidas en su búsqueda de titulares. Pero sus sueños de poder, se han desvanecido. Entonces queda Madrid como mal menor, vitrina para un populismo trasnochado e ineficaz en el que ya no creen ni sus antiguos camaradas de partido. El que fuera su número dos y al que consideraba muletilla, Íñigo Errejón, le sacará una buena delantera en el resultado electoral del 4 de mayo, y dice no aceptar órdenes de ningún narciso político.  En suma, la historia del exvicepresidente es la de un triste fracaso, que dentro de 15 años sólo se recordará en las hemerotecas.

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