El golpe letal del coronavirus a China

China y el coronavirus

Quizá sea el mayor temor de la humanidad: la propagación incontenible de un virus letal capaz de destruirla o cuando menos de diezmarla. En el subconsciente de la memoria histórica transmitida de generación en generación subyace el recuerdo de las terroríficas epidemias de peste que asolaron continentes enteros. 

Ahora, en lo que va del siglo XXI ya se ha desatado tres veces la alarma global, con las muertes provocadas por el SARS (síndrome respiratorio agudo severo), la picadura del mosquito zika, capaz de provocar el crecimiento descompensado de los órganos de los bebés hasta provocarles la muerte, y sobre todo el ébola, el virus letal más fulminante de todos ellos, felizmente contenido en su posible expansión extracontinental tras una lucha titánica por mantenerlo en las cercanías al núcleo de su origen africano. 

Ahora le ha tocado el turno al coronavirus, el 2019-nCoV, desencadenado presuntamente a partir de la transmisión de un animal salvaje a otro, comido a su vez por humanos tras adquirirlo en un mercado de Wuham, una de las más de cincuenta capitales chinas que superan los diez millones de habitantes. 
La propagación de la psicosis a todo el mundo ha sido mucho más rápida incluso que el vertiginoso avance de esta enfermedad, con síntomas parecidos a los de una gripe: fiebre, toses, dolor de cabeza y articulaciones y gran cansancio. A diferencia de su antecesora gripe aviar, el SARS, que infectó a 8.000 personas y mató a 774, el coronavirus actual se ha introducido ya en el organismo de 30.000 personas, preferentemente adultos de entre 20 y 45 años, y ha matado a más de 500, según las cifras oficiales facilitadas por el Gobierno chino. La progresión es, pues, mucho más rápida y letal, tanto en el tiempo como en las consecuencias para sus víctimas. 

La contención de esta nueva epidemia es una prueba fundamental para China, cuya incuestionable potencia económica, militar y tecnológica no impide la aparición de grietas. Refugiado tras la barrera de su soberanía, el Gobierno de China sigue sin ofrecer los niveles de transparencia que se exigen según los parámetros de los países más avanzados. Los inspectores de la Organización Mundial de la Salud (OMS) no han sido autorizados a revisar todo el proceso desde el estallido de la epidemia, comunicado por Pekín oficialmente tan solo el pasado 31 de diciembre, cuando hacía ya un mes que se había producido el primer caso. Peor aún, un médico chino había alertado a las autoridades de la aparición de un virus desconocido ya en el mes de octubre, y la reacción de aquellas fue detenerlo y obligarlo a retractarse. 

Exigencias y parámetros globales 

Por residir allí, o visitarlos como simples turistas, el mayor conocimiento de ciudadanos europeos y americanos de las condiciones higiénico-sanitarias de los mercados chinos multiplica la desconfianza. Cierto que los usos y costumbres en el tratamiento y manipulación de alimentos son muy dispares entre Europa y China, por ejemplo, pero Pekín tendrá que hacer un gigantesco esfuerzo para adaptar sus propios parámetros de calidad a los que rigen en el occidente desarrollado. La multiplicación de los intercambios comerciales no puede presentar tan abultadas diferencias respecto de la cría, mantenimiento, sacrificio y consumo de animales. 

El miedo es libre y el mundo se ha hecho más pequeño merced a la rapidez de los transportes, también para los virus que viajan a bordo de personas que van de un extremo a otro del globo en apenas unas cuantas horas. Por muchas potencialidades que albergue, China no está por tanto al abrigo de sus obligaciones. Cierto es que no hay muchos países capaces de imponer de la noche a la mañana una brutal y drástica cuarentena y confinamiento a más de sesenta millones de personas, que ha convertido a ciudades y barrios populosos en esqueletos urbanos, fantasmas desprovistos de alma; que no existen tampoco muchos que hubieran podido levantar en apenas diez días dos hospitales de mil camas cada uno para atender a los damnificados del coronavirus. Pero, ello no excusa que no comparta exhaustivamente toda la información que envuelve a la violenta expansión del virus. 

Ya empieza a medirse el impacto económico de esta plaga, que podría traducirse entre 0,8 y 1,5 puntos de su PIB. Los daños se extenderán a todo el mundo también, ya que la economía de todos también está ligada a la china en mayor o menor medida. Pero, con representar una cantidad gigantesca, el daño reputacional de China podría ser mucho mayor, y consiguientemente mucho más difícil de restaurar. La desbandada de residentes extranjeros – los últimos, los 35.000 británicos residentes en China-, simbolizan una desconfianza que tardará mucho tiempo en recuperarse.   

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