El mensajero que se comió al león

El mensajero que se comió al león

Amazon compra Metro Goldwyn Mayer por 6.900 millones de euros. La noticia ha recorrido el planeta de punta a punta: se juntan en ella el gran gigante de la distribución del siglo XXI, que forma parte de la vida cotidiana de miles de millones de seres y ha llegado para quedarse, y el gran gigante del cine del siglo XX, la major que encabezó todos los rankings de espectadores año tras año en las décadas doradas del Séptimo Arte y que supuso una vía de escape a la rutina de las vidas de miles de millones de seres. 

El imperio de las cajas de cartón con el envío dentro engulle al imperio de aquellos rollos de celuloide que ya no existen, y lo que compra en realidad son los derechos de obras audiovisuales imperecederas. El mensajero que toca nuestro timbre varias veces a la semana no sólo se ha comido al león de la orla que tantas películas ha encabezado, ese bicho que todavía ruge y emocionaba con su sola presencia en el instante inicial de una historia. Ojalá nos equivoquemos, pero engulle otras muchas cosas más: lo que representa una forma de entender el arte cinematográfico, el aroma de lo clásico, los valores sin cortapisas de la cultura universal, el cuidado por la calidad en lugar del peso de la cantidad. Engulle a Lana Turner, a Gable, a Garfield, a Garbo, a Liz Taylor, a Johnny Weissmuller, a Robert Taylor, a Joan Crawford y a Spencer Tracy. Engulle mil y una aventuras románticas, emocionadas, sofisticadas, rodadas con gran presupuesto y un lujo al que ninguna de sus competidoras (Paramount, Warner, Columbia, RKO) pudo nunca siquiera acercarse. Engulle Culver City, los estudios MGM en Washington Boulevard en los que se rodaron todas las películas de la época dorada del estudio. Engulle a L.B.M., el primer gran tycoon de la industria. El magnate que acuñó el eslogan más recordado, aquel por el que todo el mundo reconocía en la Metro más estrellas que en firmamento. Si Louis B. Mayer levantara su cabeza de la tumba del Home of Peace Memorial en East Los Ángeles, se volvería horrorizado al nicho para no salir nunca más. El cine ya no tiene grandes empresarios auténticos como él que lo impulsen y lo entiendan. Ahora sus dueños son cadenas de distribución y fabricantes de teléfonos móviles. 

Jeff Bezos es, como casi todos los dueños de grandes multinacionales en 2021, un hombre de su tiempo, un tiempo en el que todo es relativo y líquido, que no va a andar con miramientos si Gable, el chico de las orejas enormes, fuma o no en San Francisco. Si fuma, Bezos vetará su difusión por Amazon Prime. A poco que nos descuidemos, prohibirá también ‘La conquista del Oeste’ porque ensalza el genocidio indio, o ‘Siete novias para siete hermanos’ porque incluye abusos intolerables al sexo femenino como el secuestro. Como en el rapto de Las Sabinas. Un tuitero me decía al conocerse la noticia que “Amazon Prime necesita ampliar su oferta y puede hacerlo ahora con los clásicos de MGM. Creo sin embargo que hay algo más. Bezos es un revisionista woke, que no duda en aplicar la censura en los contenidos que ofrece y retirará lo que le moleste” (Julián Alfonso, @jualbel). Twitter dixit. Un medio de comunicación de la era de Jeff Bezos y su inabarcable Amazon. 

Lo bueno de habernos educado en la época en que los clásicos del cine aún eran respetados es lo que aprendimos de ese respeto. Vista hoy, la operación de compra de la Metro por el gigante de la distribución tiene también muchos lados buenos, como la difusión bastante igualitaria de contenido cultural en millones de hogares con sólo apretar un click del mando a distancia. ¿Cómo si no podrían nuestros hijos descubrir ‘El cartero siempre llama dos veces’ de Tay Garnett? Siendo ya imposible su distribución en salas comerciales, buen consuelo es tener joyas como esta en el mismo cuarto de estar de tu casa. 

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