El mundo y España en ebullición

El mundo y España en ebullición

Quizás, llevar bastantes años sin conflictos de grandes y nefastos resultados o excesivamente generalizados que impliquen a varios continentes a la vez o a la mal llamada Comunidad internacional (CI) en su conjunto, facilita aún más la tendencia que tenemos a mirarnos al propio ombligo y dejar de observar el de los demás, incluso, el del inmediato vecino o el bien allegado. Pero, la realidad es bien diferente; a nada que nos fijemos en los de al lado, podemos comprobar que el mundo está que arde y en constante ebullición.

Sin entrar en profundidades en cada uno de los muchos casos existentes o sin cerrar definitivamente, este trabajo pretende destacar que a pesar de sus aparentes diferencias hay bastantes indicadores comunes y no comunes en las muchas protestas, disturbios y algaradas que asolan el mundo entero y que, últimamente, son un mal bastante generalizado al no ser cosa que fructifique, especialmente, en una parte determinada del planeta ni tampoco a un mismo nivel social o régimen político.

Generalmente no se derivan de una misma temática, reivindicación o lucha; suelen implicar a gente muy joven o demasiado mayor que, en ambos casos, ven cercenados sus 'derechos'; generalmente, implican a personas con poca formación o mal preparadas; florecen y se cobijan bajo un variopinto abanico de elementos que abarca gobiernos de diferente signo, religiones (las menos) y tendencias dispares (políticas y sociales) y, sin embargo, todos, o la inmensa mayoría de ellos, cuentan con un elemento común como protagonista principal: el populismo. Populismo, que a veces actúa como elemento catalizador a su favor -les arrastra a ellas- ,y, otras, al contrario, las reivindicaciones se construyen como lucha contra dicha lacra.  

La prueba de la generalización de estos movimientos y de que aparecen, evolucionan y se multiplican por doquier está en el elevado número de disturbios que, por estas fechas o en tiempos cercanos, hay o ha habido en lugares tan dispares como: Chile, Barcelona, México, Líbano, Siria, Reino Unido, Ecuador, Hong Kong, Irán, Irak, Grecia, Túnez, Argelia, Marruecos, París, Berlín, Austria, Argentina, Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia, Rusia, en varios lugares al mismo tiempo como: las producidas por el cambio climático, las del conocido movimiento 'Me Too' en apoyo a las mujeres y en contra el acoso sexual así como todo tipo de manifestaciones o demostraciones espontaneas o no, en contra de la lacra y los atentados producidos por el terrorismo yihadista y sus malditos resultados.  

Si se observan globalmente, se puede afirmar que el mundo está envuelto en una verdadera situación de ebullición tendente al caos por doquier; muchas de estas manifestaciones no son tan simples como nos las presentan. Se han convertido en demostraciones de fuerza y en auténticas batallas campales entre hordas enfurecidas, bien entrenadas y mejor dirigidas y unas fuerzas policiales que, por lo general, se presentan muy controladas, poco preparadas y mal pertrechadas. Enfrentamientos duros y sangrientos que suelen producir decenas y hasta centenas de heridos y, en algunos casos, hasta muchos, demasiados muertos. 

Un alto porcentaje de aquellas no son flor de pocos días; sus raíces y objetivos son tan grandes y profundos que suelen prepararse en detalle; consiguen enquistarse y existir grandes espacios de tiempo a pesar de las medidas para extirparlas por parte de las autoridades del lugar o país en cuestión. Otras, sin ser tan cruentas, producen graves molestias y hasta derrocamientos políticos, cambios o caídas en y de gobierno. 

El origen de las mismas es muy variado y, en algunos casos, podrían ser considerados cómo anecdóticas o singulares, tal y como sucede en aquellos conflictos que, bien larvados a la espera de acontecimientos durante un tiempo, aparecen tras una simple subida del precio del billete del metro, el recorte en las subvenciones para disminuir los precios de los carburantes de automoción o las restricciones al acceso a internet y a las redes sociales o el mismísimo WhatsApp. 

Hoy en día, cualquier tipo de hechos, dichos o acciones puramente banales pueden ser motivo de protesta o reivindicación; los ambientes del mundo laboral y estudiantil se encuentran muy fanatizados, enturbiados y hasta narcotizados por movimientos e ideales populistas que prometen y ofrecen todo tipo de arcadias, soluciones a los muchos problemas de tipo general o domésticos, un futuro mejor, multitud de panaceas directas y sin paliativos y hasta una más que eficiente seguridad económica, social y sanitaria completa a futuro sin tener que pasar por la necesidad de haber cotizado apenas –en tiempo y cantidad- en su larga o corta vida laboral.  

Listado de ofertas y bagatelas que se complementa con multitud de fáciles y fructíferas salidas a menguantes o escuálidos estudios, importantes sumas para becas, subvenciones varias, aportaciones a fondo perdido, viviendas sociales y protegidas para todos, libertad de libre 'okupación' de locales y hogares ajenos por el mero hecho de cumplir con una 'labor social', control o disminución por ley del precio de los alquileres libres, reducción de penas y desclasificación de un montón de delitos, liberación de la tenencia, consumo y venta de drogas y una larga lista de ideales románticos o no, que embaucan al más listo y al más torpe en un mismo bote, rumbo a su más que segura y definitiva perdición. 

A lo que indudablemente hay que añadir el capítulo especial dedicado a la migración, sus posibilidades, ventajas, inconvenientes, apoyos, reticencias y todo tipo de medidas paliativas para su acogimiento o, al contrario, para su disuasión, expulsión o contención fuera de las propias fronteras según gire el viento o se tercie el momento y la situación. Movimientos que, por lo general, mueven importantes sumas de dinero e implican a verdaderas mafias de crimen organizado, trata de seres humanos, abuso infantil, pornografía, prostitución y todo tipo de males de la más baja condición.  

El mundo de la protesta y la agitación dirigida está en constante evolución y, por ello, quienes intentan desestabilizar no cesan de buscar nuevas fórmulas, impactos, excusas y otros tipos de quejas que amparan provocar el caos que realmente es el verdadero objetivo final que busca toda dura manifestación popular. Así, recientemente ha aparecido lo que se conoce como el nacionalismo extremo, algo tanto o más grave que fórmulas tradicionales para provocar e incentivar en las turbas el descontento y la excitación.  

En esto se mueve el mundo hoy en día; a lo que hay que sumar todo tipo de largas y contagiosas guerras locales, zonales, políticas y religiosas. Guerras, que nacen por el simple afán de liderazgo, acaparamiento de poder o por expandir los territorios bajo el dominio de alguien que se siente poderoso, por la defensa y extensión e implantación de todo tipo de ideologías políticas y religiosas.

Un mundo harto y esquilmado por sus cuatro costados; fuente y origen de importantes negocios, pingües beneficios para unos pocos y miseria para muchos y lleno de grandes fanatismos y terrorismos. Lacras estas, que no miran para otro lado que el propio aprovechamiento, la fama y poder extender el terror como medio de hacerse respetar por los parias no tienen otro remedio que aguantar o morir bajo yugos metódicos y bien estudiados que les llevan directos hacia el odio y la destrucción. 

La siempre renqueante y poco eficaz Comunidad Internacional, tras las dos guerras mundiales, decidió buscar medios, organismos y legislación para luchar contra todas esta lacras que amenazan a la sociedad; pero debo decir, como conclusión o balance final que, tras más de ochenta años, los esfuerzos y costos han sido desproporcionados y sus resultados son bien escasos.   

Los interese creados, crecientes e interconectados son muchos. Parece que hoy está de moda decir y asegurar que nos movemos en un mundo global y transversal; conceptos que usamos para la economía, la comunicación, el libre mercado, los desplazamientos y la investigación. En dicho contexto, debemos tener presente que este concepto también puede ser aplicado para el trasiego de todo tipo de ideas e intereses políticos y sociales, incluso de aquellos que ineludiblemente nos llevan a la barricada y la confrontación. 

La transferencia, contagio y transmisión de consignas e ideales es hoy mucho más simple, directa y efectiva que antaño por las capacidades y características de penetración de los medios cibernéticos, las redes y otros medios de comunicación. Medios que, en constante y peligrosa evolución, se aprovechan de la masiva actividad en ellos a todos los niveles de la sociedad, la posibilidad de llegar, simultánea e instantáneamente y hasta, si se quiere, en un cierto grado de oscurantismo y opacidad. Cubren todo el mundo sin distinción de latitud, idioma o afiliación, salvo que se tomen fuertes medidas, poco democráticas, para evitar su difusión.    

Con estos complejos y malignos mimbres convivimos; de ellos, casi sin darnos cuenta, se fabrican a diario todo tipo de cestos que, aunque aparentemente no tengan conexión, pueden llegar a compartir similares intereses creados, deseos y resultados sobre, aparentemente, diferentes movimientos sociales y políticos sin conexión. De tal modo y manera, que se puedan influir e incluso abrir simultánea o sucesivamente diversos focos, que, debidamente coordinados externamente, puedan llevar a una parte de la sociedad, región, nación, alianza e incluso en varios continentes a situaciones de conflicto o confrontación.

Conflictos, que pueden empezar como un simple movimiento reivindicativo histórico o no; para -tras alimentarlos y mimarlos durante el tiempo necesario- acabar derivando en situaciones de crisis e incluso revolución que, por ser inesperadas, no haber querido ser vistas  a tiempo o por incompetencia de los que las debieron identificar y anular, se transforman en criaturas abominables que nadie -salvo sus verdaderos padres originales- son capaces de parar, apaciguar y revertir; una vez tengan aseguradas sus reivindicaciones y exigencias como innegociable condición. 

Ejemplos de todo lo dicho hay muchos a lo largo de la historia; baste recordar aquellos macabros populismos en los que se basaron movimientos masivos como el comunismo, el fascismo, el nazismo y otros nacional socialismos. Todos ellos desproporcionados e inhumanos que, finalmente, se tradujeron en muertes multimillonarias, persecuciones, deportaciones y en la expansión a todos los continentes del odio y la desolación. 

Queda claro que el mundo está en plena y constante ebullición e, indudablemente, España no puede quedar ajena en absoluto a los avatares de esta situación. Permítaseme que, en base a ello, analice someramente la situación que llevamos viviendo demasiado tiempo en Cataluña y que aún puede, por desgracia, que nos veamos obligados a vivirla allí y, hasta por simpatía, en alguna otra región.

Situación a la que se ha llegado por muchos motivos y caminos: vagancia, connivencia, inacción, falsedad política, falta de vigilancia, intereses espurios y hasta traición o felonía encubierta de todos, sin excepción, los gobiernos centrales desde 1978; a lo que hay que añadir, la cada vez más patente y excesiva aparente ceguera propia o dirigida del poder judicial y la falta de valentía del poder legislativo para encauzar la correcta dirección y corregir comprobados errores desde que nos dotamos y aprobamos la Constitución.

Curiosamente, en estas fechas hemos podido comprobar la fácil concurrencia de los tres poderes para exhumar a Franco, pero, sin embargo, seguimos viendo que  no son capaces de llegar a un acuerdo para definir y aplicar las necesarias acciones que paralicen todo lo que lacra nuestra convivencia como nación. 

Ya nadie niega -salvo el Gobierno en funciones- y menos tras: el denominado 'procés', la sentencia a los artífices del mismo y la reciente semana trágica vivida en las calles, carreteras, e infraestructuras de Cataluña, que dicha región, tal y como se encuentra infectada actualmente por las ansias de autodeterminación, constituye un grave problema para España. Problema que, además, nunca se ha querido o sabido ver, ni tratar adecuadamente y en el que todos sus actores, bien por acción u omisión directa o indirecta, han pretendido pasar de largo, mirar para otro lado o, lo que es peor, incentivarlo o avivarlo con mala intención. 

Unos hechos a los que hemos llegado con el apoyo directo y sin cortapisas de los que ostentan o han ostentado la presidencia del Gobierno regional y, por ende, la máxima representación del Estado en la misma. En esta ocasión, sin ambages ni cortapisas, el Sr. Torra ha venido incendiando la opinión, corroído el estado de ánimo de las turbas callejeras y encabezado alguna actuación; presumiendo de ello pública y solícitamente sin considerar que dicha actitud personal, solo sirve para enfrentarse a la nación.

Hombre insensato, que hace tiempo ya debería estar a buen recaudo, reclamado y buscado por la justicia o fugado como su antecesor; pero que, por la mala costumbre del actual Gobierno de mirar para otro lado, acallar a su Fiscalía General y no ver lo que claramente todos apreciamos, allí sigue, gozando su cargo, dando la matraca, sin cesarlo y hasta prometiendo investigar a sus propios guardianes del orden y la seguridad porque, según su modo de ver, en esta ocasión desobedecieron sus ansias y deseos poniéndose del lado de la Ley general para repeler "con saña" la descomunal sublevación.      

Aunque también hay otro tipo de dirigentes aún más imprudentes, nocivos y temerarios; me refiero a los que están plenamente convencidos de tener la llave para la solución a estos problemas y piensan que son muchas las posibilidades de éxito de sus sencillos remedios. Remedios, que se basan en: darles un poco más de cuerda; mucho sobeo y palique con constantes tiras y aflojas; retorcer las diversas herramientas del Estado para propiciar que sus poderes -incluso el judicial- hagan la vista gorda, cambien de criterio o pasen de puntillas sobre las tropelías y desmanes de los responsables, sus partidos y allegados; aumentar sus prebendas transfiriéndoles todas las competencias que pidan y algo más y, sobre todo, a pesar del agravio comparativo con el resto de la nación, entregarles miles de millones de euros en metálico o en infraestructuras, a fondo perdido y que se disolverán cual azucarillo en una taza de infusión.  

La pasada semana -con profunda rabia, gran pena y mucho sentimiento- fuimos testigos en directo de la ira desenfrenada del auténtico terrorismo callejero. Terrorismo y vandalismo al que solo un inepto Gobierno, en boca de su ministro del Interior, ha osado calificar de simples alteraciones del orden público -alguien que de terrorismo debería saber mucho por haber sido juez de la Audiencia Nacional-. Tiempos de tensión y gravedad en los que, durante largos momentos, estuvo en peligro real el prestigio y el futuro de España por el odio y la maldad mostradas por las turbas en una lucha desigual por haber dejado el Gobierno casi maniatadas y en paupérrimas condiciones a sus fuerzas de reacción. 

Momentos y circunstancias que han puesto sobre el tapete bastantes conclusiones de las que quisiera resaltar solo seis por su importancia y gravedad:  los separatistas revolucionarios están fuertemente preparados debido a sus muchos años de entrenamiento y aprendizaje bajo la tutela de agentes, movimientos y servicios de inteligencia de países externos; los implicados tienen en la mano el grifo para abrir y cerrar la cólera durante los disturbios a su antojo y orden como demostración de fuerza y capacidad de acción; los servicios de inteligencia españoles, por segunda vez en dos años y aun estando prevenidos de antemano, han vuelto a fracasar estrepitosamente o alguien del Gobierno no les ha querido escuchar; nuestras FCSE no están preparadas, dotadas ni entrenadas para un desafío tan desproporcionado y jamás visto en España hasta la actualidad; el Gobierno no ha querido enfrentarse con todas las herramientas a su disposición, y, por último, pero quizá lo más grave de todas, esta situación de gravedad no ha hecho nada más que empezar. A no ser que abiertamente se ceda a sus reivindicaciones y demandas, seguirán con intensidad y ritmos variables, buscando la confrontación. Exigencias sin proporción y fuera de la Ley, que otra vez acaban de poner sobre la mesa ignorando y retando la previa prohibición del Tribunal Constitucional.   

Volverán a hacerlo, y no porque lo diga yo; ellos lo repiten hasta la saciedad y se han conjurado para seguir en este monotema y situación. Lo harán cómo y cuando quieran por mucho que durante años se venga y siga forzando la maquinaria del Estado para complacerles o contentarles en sus peticiones. Forzamientos en los que, como consecuencia de esta deriva sin límite, recientemente se ha dado un paso más en la mala dirección.

Habiendo impresionado a propios y extraños durante el juicio una aparente férrea e impenetrable sala del Tribunal Supremo; tras forzar el Gobierno la dimisión de un inflexible y serio abogado del Estado, su sucesora  -una mala, vacilante y poco convincente representante del estamento- cumpliendo los deseos de su jefa, rebajó su calificación delictiva de rebelión a sedición. 

Rebaja que, incomprensiblemente, siendo única y contraria a la bien presentada y formulada por la convincente Fiscalía, de la noche a la mañana, con todo secreto y discreción, increíblemente se transformó en la decisión de la sala. Decisión, adoptada por unanimidad al apoyarse en la mencionada petición e interpretar de modo muy 'sui géneris', que el golpe por los del 'procés', en realidad, solo fue el resultado de una ensoñación. 

Unos dicen que el objetivo de la sala con esta decisión era buscar el consenso y evitar resquicios por dónde poder meter mano a una sentencia con votos de disparidad por parte de instancias superiores o internacionales; yo no me lo creo. Me inclino más por una cesión, buscando el contento del Gobierno y de los sentenciados, quienes pronto verán las puertas abiertas a un tercer grado cerca de Navidad. El cambio logrado en la calificación y las penas correspondientes, aplicadas en su mínima expresión, es sustancial. A pesar de ello y no sé si por disconformidad real, montar el paripé o por exigencias del guion; nada más conocerse la sentencia, los cachorros se lanzaron a las barricadas en Cataluña y siguiendo su plan previsto, montaron el follón a discreción.

Estoy plenamente convencido de que por muchos millones más que se les pudiera ofrecer para sanear su desastrosa y manirrota administración autonómica y mejorar, si cabe, sus ya desequilibradas obras de infraestructuras, no se conseguiría nada. Dicha vía la tienen agotada de tanto usarla, ya no les interesa; optan a otras cosas mucho más importantes para sus intereses; el derecho de autodeterminación y la reivindicación de la soberanía del pueblo de Cataluña a decidir su futuro político, tal y como se vio en la medida adoptada por unanimidad por el tripartito separatista el pasado día 22 por la mesa del Parlament. Aspiraciones que han vuelto a pillar al Gobierno central descolocado y fuera de previsión. Tan sólo el pasado día 12 en los corrillos de la recepción real el día de la Hispanidad, el presidente Sánchez aseguraba, bajo sarcásticas sonrisas, que todo estaba bajo control y que gracias a su actuación de Gobierno y a la sentencia -casualmente filtrada convenientemente el día antes, para ir haciendo poso- no eran de esperar sobresaltos, ni ningún tipo de insurrección. 

Torra sigue en sus trece, no se amedrenta ni corrige; muchos piensan que, como el último mohicano, está dispuesto a morir y prefiere hacerlo matando. Otro que no cuenta para nadie y pronto será defenestrado. Mientras este Gobierno sigue maniatado, mirando para otro lado y esperando que las cosas se arreglen solas por sí mismas o por descomposición interna de la coalición nacionalista. Su baza de repetir las elecciones -con la esperanza de poder contar con los apoyos de los separatistas y filoterroistas a los que busca y apoya en sus comunidades y municipios para seguir más tiempo en la Moncloa- le puede salir cara a él, al PSOE y a todos los españoles de buena condición. 

De momento, su último cartucho, desenterrar y trasladar los restos de Franco -incumpliendo sus promesas de realizarlo en un acto familiar, íntimo, casi con nocturnidad y sin mucha publicidad- tras más de un año retorciendo y aprobando leyes poco claras y adaptándolas cuantas veces han sido precisas para contrarrestar las maniobras de la familia por mantenerlo en su tumba, otra vez ha tenido que recurrir al mismo Tribunal Superior, para que le diera un marchamo jurídico-legal.  A pesar de ello, no creo que le haya servido de mucho porque los actos del traslado y re-inhumación, llevaban tanto tiempo anunciándose que ambos estaban más que descontados.  Además, han concurrido con dos hechos, uno previsto y otro que les ha pillado sin preparación.  

Con su idea de tapar efectos nocivos claros y ciertos, calculó desenterrarlo el día que se conociera la encuesta de población activa (EPA) del último trimestre; dato que se esperaba fuera poco convincente, pero su realidad ha sido aún más contundente. Y por aquello del burro flaco, el día coincidió con la publicación, en un diario de tirada nacional, de las demoledoras críticas adoptadas por la Audiencia Nacional sobre una sonada recusación al famoso magistrado José Ricardo De Prada. Criticas, que concluyen que las valoraciones que dicho juez realizó en su día sobre la caja B del PP en la famosa sentencia de Gürtel "destruyen la necesaria apariencia de imparcialidad que debe reunir todo miembro de un tribunal de Justicia". En resumen, sus valoraciones y apreciaciones, fueron totalmente inadecuadas, constituyen juicios paralelos, están fuera de lugar, no tienen consistencia y ya veremos qué ocurre con aquella sentencia, si alguno de los penados la recurre en derecho de revisión. 

El hecho no tendría importancia si no sucediera que fueron precisamente dichas valoraciones las que sirvieron a Sánchez para basar su moción de censura, echar a Rajoy y ocupar la Presidencia del Gobierno. Cualquier persona normal en su lugar, a la vista de esto y que, como él aparenta, tanto cree y aprueba las decisiones de los tribunales, ya hubiera o justificado su posición, pedido perdón o presentado su dimisión. Ni una palabra, un miserable y cobarde chitón.

El mundo, y también España, por supuesto, están en franca ebullición; con muchos grandes y graves problemas sobre el horizonte y sin fuertes ni bragados aspirantes a coger el toro por los cuernos y liderarnos con destreza hacia la salvación. Lo nuestro, mucho me temo, empieza a ser demasiado serio y puede llegar a constituir el preludio de algo peor a continuación. Desde luego, nada bueno auguro; no queda tiempo ni grandes trucos en la manga para una efectiva y potente reacción. 

Con estas pintas y bueyes nos enfrentamos, en algo más de quince días, a un incierto proceso electoral, donde cualquier cosa puede pasar porque no se esperan mayorías absolutas ni de casualidad; los partidos están muy divididos y con los catalanes será difícil contar salvo que se les ofrezca independencia e impunidad; cada uno va a lo suyo y no se vislumbran fuertes coaliciones para gestar las mayorías suficientes y fuertes que necesitamos para sostener y afianzar nuestra economía, hacer frente a nuevos y grandes retos -internos y externos- y tomar las medidas estructurales para corregir nuestra preocupante tendencia a la desaceleración, cómo mínimo.

Medidas que todos conocemos, el Gobierno nos las quiere ocultar y que ya nos las marcan y exigen con impaciencia lo colegas de la Unión.       
 

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