El nudo Gordiano del PIAC

Joe Biden, President of the United States

El PIAC o Plan Integral de Acción Conjunta (Joint Comprehensive Plan of Action) que es el nombre oficial del Acuerdo Nuclear suscrito en 2015 por la comunidad internacional e Irán es el principal legado de la política exterior de Obama y quizás por eso fue denunciado unilateralmente por Donald Trump en 2018 como “un acuerdo pésimo” que “da mucho a cambio de nada”. El resultado ha sido malo: Oriente Medio es ahora más inseguro porque Teherán ha reanudado la producción de uranio por encima de los límites autorizados, y su radicalización y sus injerencias desestabilizadoras en la región han aumentado al mismo ritmo que las sanciones americanas hacían un efecto demoledor sobre su economía.

Irán siempre ha dicho que le interesaba mantener el PIAC, cuyas exigencias cumplía según la Agencia de la ONU para la Energía Atómica, aunque su desesperación por las sanciones americanas y la incapacidad europea para aliviar su impacto le hayan llevado últimamente a violar los límites de enriquecimiento de uranio, probablemente por razones de política interna y como elemento de presión sobre la comunidad internacional. Y ahora Biden se muestra dispuesto a volver a lo que Toni Blinken ha calificado como “un logro clave de la diplomacia multilateral” que no sólo impedía la nuclearización de Irán, sino que evitaba una carrera de armamentos en Oriente Medio. Lo que pasa es que hacerlo no es fácil por razones que tienen que ver con la política interna tanto de Estados Unidos como de la República Islámica. La situación recuerda los guateques de antaño en que los quinceañeros se ponían en un lado del salón y las chicas del otro, se miraban y tardaban en animarse a bailar porque nadie se atrevía a dar el primer paso.

El ofrecimiento americano ha sido recibido con escepticismo en Teherán, que exige como precondición que Washington levante antes todas las sanciones impuestas por la política de “máxima presión” de Trump que han asfixiado su economía y le impiden vender petróleo, que es su única riqueza. No es probable que Irán flexibilice esta postura porque celebrará elecciones en verano, el antiamericanismo vende bien en la República Islámica y nadie querrá aparecer como débil o blando. Pero el Parlamento elegido el pasado agosto y dominado por “los duros” ha hecho un pequeño gesto positivo al ampliar tres meses más (a regañadientes y con ciertas condiciones) el plazo que terminaba el pasado día 23 de febrero para que la ONU pueda seguir vigilando (con limitaciones) sus instalaciones nucleares.

Por su parte, y sin llegar a desmantelar las sanciones, también Biden ha hecho gestos conciliadores limitados como facilitar los movimientos de los diplomáticos iraníes acreditados ante la ONU, no oponerse a un préstamo del FMI por 5.000 millones de dólares a Irán destinado a paliar los efectos de la pandemia, y renunciar al restablecimiento (snap back) de todas las sanciones ‘onusianas’ (algo que había propuesto Donald Trump y que siempre tuvo muy escasas posibilidades de éxito), mientras que también ha permitido que Corea del Sur desbloqueara fondos iraníes allí congelados como consecuencia de las sanciones americanas. Pero el problema de Biden es que EEUU no quieren únicamente volver al PIAC de 2015 sino poner también sobre la mesa otros asuntos como la prolongación de los plazos entonces acordados (sunset clauses), el desarrollo de misiles balísticos por parte de Irán, y también las acciones desestabilizadoras que estima que llevan a cabo en la región aliados de Teherán como Hizbulá o los hutíes de Yemen. Y Teherán, un viejo Imperio y país orgulloso donde los haya, no está por la labor de mezclar churras con merinas.

El ayatolá Alí Jamenei usando una máscara protectora para el rostro mientras pronuncia un discurso en la capital, Teherán

La ironía es que los dos Gobiernos, el americano y el iraní, querrían volver al PIAC, pero ninguno quiere dar el primer paso y ambos están pendientes de los Parlamentos que en ambos países reflejan amplia oposición al acuerdo. Así, el Departamento de Estado estará muy vigilado por el Congreso en cualquier paso que dé en este terreno, y Biden no quiere enajenar por Irán voluntades que necesita para sacar adelante su gran prioridad, que es un gigantesco plan económico (casi 2 billones de dólares) para luchar contra la crisis provocada por la pandemia, mientras todas las miradas de Teherán están puestas en las elecciones presidenciales del próximo verano.

El cambio de actitud de Washington ha puesto muy nervioso a Israel (de cuyo arsenal nuclear nadie habla) y a Arabia Saudí. Israel cree que Irán nunca ha abandonado el objetivo de dotarse del arma nuclear, que está a sólo cuatro meses de poder disponer de uranio enriquecido al 90% en cantidad suficiente, y a menos de veinticuatro meses de poder convertirlo en una bomba nuclear. Eso dice su jefe de Estado Mayor, que ha anunciado planes militares para impedirlo por la fuerza si es preciso. Y los saudíes quieren una mala relación entre Washington y Teherán porque temen a Irán y porque eso aumenta su valor estratégico en la región y asegura el flujo de armas americanas. Ambos presionan activamente en Washington en contra del regreso de EEUU al PIAC y su influencia es muy elevada en el Congreso, aunque la de Riad haya quedado mermada tras las recientes acusaciones al príncipe heredero Mohamed bin Salman de estar involucrado en el brutal asesinato del periodista Jamal Kashoggi.

Una negociación es más complicada si se hace entre dos que parten de posturas antagónicas que si en ella participan también otros interesados que pueden contribuir a limar asperezas. Por eso, fue bien recibida inicialmente la iniciativa de la UE de convocar una reunión de los signatarios del Acuerdo más los EEUU con la intención de contribuir a desbloquear la situación. Desgraciadamente Irán acaba de rechazar la invitación en protesta por declaraciones de franceses y alemanes condenando su producción de uranio enriquecido por encima de los límites permitidos, y después del reciente bombardeo por parte de Washington sobre milicias proiraníes en Siria en represalia por un previo ataque a una base americana. Volvemos a la casilla cero. Los dos países, EEUU e Irán, quieren el regreso americano al PIAC, pero no parecen saber cómo llegar a él. Nos encontramos ante un nudo Gordiano que requiere ser cortado con decisión, como hizo Alejandro Magno, para poder avanzar y el problema es que ninguno de los interesados parece estar en condiciones de hacerlo.
 
Jorge Dezcallar, embajador de España

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