Opinión

El Plan francoalemán, ¿última oportunidad de Europa?

photo_camera Angela Merkel and Emmanuel Macron

Si la Unión Europea fuese un cuadro, se parecería mucho más a una pintura de Jackson Pollock que a una de Piet Mondrian; parafraseando a Santa Teresa de Ávila, podríamos decir con ciertas sorna que el proyecto europeo se pinta con trazos torcidos. La flamante propuesta para recuperar la economía continental presentada por Merkel y Macron no podía ser una excepción, aunque, por el momento, todo lo que sabemos es que han metido a un conejo una chistera, que como en la paradoja de Schrödinger, está vivo y muerto a la vez, pendientes ahora de que el conjunto de los 27 se pronuncie sobre su estado.

Lo cierto es que a priori, el plan francoalemán tiene tintes esperanzadores, y tiene el potencial de cuadrar el círculo alrededor del cual giran las finanzas españolas. Antes de repasar la propuesta de Merkel y Macron, veamos cual es el problema que trata de resolver. El quid de la cuestión es que el precio de la membresía de la eurozona es la debilitación de los gobiernos nacionales, ya que cuando un estado forma parte de la unión monetaria, pierde su propia moneda, y cede la administración de la nueva al Banco Central Europeo, lo que implica perder el control nacional sobre el dinero. De esto se derivan varias consecuencias fundamentales. La más evidente de las cuales es que los Estados miembros de la eurozona no tienen más opción que emitir su deuda externa en una moneda que no controlan, lo cual hace que los bancos nacionales no están en disposición de garantizar el pago a los acreedores, algo que sí podía hacer el Banco de España antes de adoptar el Euro, por cuanto que hasta entonces, el Gobierno de España emitía deuda en pesetas, de las cuales el Banco de España podía emitir cuantas hiciesen falta, como ahora hace la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra. Es decir, antes de unirse al Euro, España disponía de un mecanismo soberano para evitar un problema de liquidez. 

Ahora, sin embargo, los mercados financieros pueden arrastrar a España a la insolvencia en contra de su voluntad, porque si los inversores internacionales estiman, se desprenderán de los bonos españoles, denominados en Euros, y comprarán bonos de un país nominalmente más solvente, como Alemania, por lo que el Gobierno de España se enfrentaría a un problema de liquidez. Como consecuencia de ello, el Ejecutivo español se ve obligado a ofrecer intereses más lucrativos a los inversores, para que sea más rentable comprar bonos españoles que alemanes, incurriendo así en mayores costes de financiación del déficit público, y menos liquidez. 

Naturalmente, emitir más moneda, como hace Estados Unidos, tampoco está libre de costes. Así, si los inversores internacionales (el caso de Japón es diferente, porque el grueso de su deuda pública está contraída con acreedores japoneses, gracias a lo cual tiene tipos de interés negativo) desconfían de la solvencia de un país monetariamente soberano, venderán su deuda en dólares, y causarán una depreciación de dicha moneda. Pero gracias a la Reserva Federal, Estados Unidos nunca puede tener un problema de liquidez: si no logra colocar deuda soberana en los mercados financieros para amortizar su deuda, imprimirá más dólares al vencimiento de la misma. Es decir: los mercados financieros no pueden empujar al Gobierno norteamericano a una crisis de liquidez e insolvencia, como sí pueden hacer con el español e italiano. O dicho de otro modo; los Gobiernos de Estados Unidos o Reino Unido jamás permitirían que sus respectivos bancos centrales se pusieran de perfil durante una crisis financiera, y mucho menos que permitiese que la economía nacional quedase en manos de los especuladores, tal y como les ocurre a España e Italia con el Banco Central Europeo.

De ahí que no quepa minusvalorar la importancia de la iniciativa de Merkel y Macron, que si bien no resuelve el problema de fondo de la eurozona que hemos descrito, no deja de ser un avance en la dirección adecuada para el conjunto del proyecto europeo. En esencia, la propuesta del dúo francoalemán consiste en que será la propia Comisión Europea la que recaudará los fondos necesarios en los mercados internacionales, para duplicar el límite presupuestario anual y llevar a cabo gasto público durante tres años en todos los países de la Unión Europea, con una especial atención a las industrias más afectadas por la pandemia, como los sectores turísticos, automovilísticos y la aviación comercial. 

La fórmula propuesta se diferencia de los rescates de la Troika en la anterior crisis financiera en que los fondos no se otorgarán en forma de préstamos con condiciones estrictas, sino que formarán parte del gasto ordinario de la Comisión Europea, por lo que, por un lado, estará solidariamente respaldada por todos los estados miembros y se amortizará por medio de las contribuciones nacionales al presupuesto de la UE, además de mediante nuevas medidas impositivas en el ámbito digital y medioambiental. En términos de peso específico, el tamaño del fondo propuesto es tres veces mayor que el Plan Marshall de 1948, y tiene la virtud añadida de que el gasto se materializará mediante proyectos finalistas europeos y sujetos a una fiscalización que mitiga el riesgo de uso indebido.

La astucia de la propuesta radica en que aprovecha la ambigüedad de los tratados de la Unión, que ni permiten específicamente que la Comisión Europea obtenga préstamos masivos en los mercados financieros, ni lo prohíbe explícitamente, lo cual permite sortear la literalidad de las limitaciones legales impuestas sobre la deuda mutualizada, precisamente la razón por la cual Alemania no tenía margen político para apoyar los coronabonos reclamados por los países del sur, sobre todo después del reciente dictamen del Tribunal Constitucional alemán.

Dicen que en una ópera no cae el telón hasta que sale a escena la soprano. Ahora que los focos están puestos en Merkel, será difícil para el coro de cantantes secundarios seguir desentonando.