El ruido y la furia: retrato de un presidente

Donald Trump remporte une importante victoire préélectorale avec la nomination de la juge Amy Coney Barrett à la Cour suprême

Paul Éluard decía que es en nuestros héroes donde están los más bellos sueños del mañana. Si hay un pueblo que se puede reconocer en esta frase es Estados Unidos.  País   que se ha construido a partir de sus hitos, o mitos, fundacionales, como el Mayflower o la Guerra de la Independencia; pero que en la épica y en la poética de sus héroes, antiguos y modernos, y en su sentido reverencial hacia ellos ha cimentado de forma extraordinaria su unión y sus más bellos sueños del mañana. 

El 25 de agosto de 2018 con el fallecimiento de John McCain, considerado un héroe de la guerra de Vietnam, este sentimiento se rompió.  Al funeral del senador republicano asistieron los expresidentes George Bush y Barack Obama, donde republicano y demócrata le rindieron sentido homenaje.  Donald Trump quien consideraba a John McCain su enemigo íntimo por ser este último abiertamente crítico con su gestión no asistió, rompiendo una de reglas sobre las que descansan la idiosincrasia y el imaginario colectivo de los americanos: sus héroes son sagrados. Además, el líder del Partido Republicano no le consideraba un héroe porque le habían capturado durante la guerra.  Quizá, esta afirmación suya sea el mejor retrato de la persona más poderosa del mundo. Porque no hay mejor testimonio de quién es Trump que sus propias palabras y su conducta. 

Esta actuación sin precedentes nos rebela hasta dónde ha llegado y puede llegar el presidente americano. Todo lo que parecía estable, incuestionable y señal indeleble de grandeza del alma del pueblo americano ha sido deslegitimado por Trump; o por lo menos lo ha intentado al antojo o azahar de sus intereses y estados de ánimo. Una suerte de revisionismo exterminador cuyo objetivo es depredar el sistema y sus instituciones a su conveniencia. 

De ahí que su mandato se haya caracterizado por la ausencia de reglas morales y el caos, el todo vale. Pero también por el ruido y la furia. No ha dudado, en este sentido, en echar más leña al fuego en los conflictos raciales del último año si eso pensaba que le podía servir para movilizar a su base de votantes. Y no duden que cuestionará si puede una posible victoria demócrata, poniendo, una vez más, en jaque al sistema y al país ante el abismo.

Porque el estado natural de Trump es el conflicto y el enfrentamiento. Ahí es donde gana ya que esa es su propia naturaleza: ruido y furia.  Y los ha utilizado para conectar con las emociones de una parte del pueblo americano, fundamentalmente blancos y de clase obrera, que están enfadados y se han sentido abandonados por el sistema. Él ha sabido entender este hecho mejor que nadie, y no ha dudado en utilizarlo a pesar de que esto ha supuesto una quiebra moral y una división social sin precedentes en el país. 

Resulta irónico pensar que muchos de estos americanos consideran a este presidente, multimillonario y que no paga impuestos, como uno de los suyos. Y que estos asimismo confunden este ruido y furia con fortaleza y firmeza, cuando solamente hay impulsividad e irracionalidad detrás de sus acciones, hecho que se traduce en una política de la nación regida exclusivamente por las emociones y comportamientos erráticos del presidente.

Si, como finalmente adelantan los pronósticos, Biden llega a la Casa Blanca tendrá que afrontar retos extraordinarios para el devenir de la humanidad, como la vuelta al Tratado de París para la lucha contra el cambio climático, la defensa de las libertades y de la democracia liberal o la reconstrucción de la política exterior para renovar la maltrecha alianza con Europa, esta última clave para enfrentar estos retos.

Pero quizá el mayor desafío de Biden será dejar esta etapa de ruido y furia, que ha agotado y hastiado a buena parte de la ciudadanía estadounidense, y rehabilitar todo el patrimonio inmaterial que ha hecho grande al pueblo americano. El candidato demócrata, si se constatan las predicciones, tendrá que curar la fractura social y ser el líder de todos. Un liderazgo que aprenda del pasado y que ejerza la autocrítica para entender qué ha fallado en el sistema, y en los dos principales partidos políticos, para que un ‘outsider’ amoral haya llegado a la presidencia y haya intentado destruir todo aquello que constituye lo bueno del alma del pueblo americano. 

Paradójicamente, el mandato y la persona de Trump han representado todo lo contrario a lo que reza su slogan de Great America Again’: en él no hay honor, dignidad y grandeza, ni, por supuesto, están los más bellos sueños del mañana.   

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