El sueño de Erdogan

erdogan-turquia

Con frecuencia se usa el término ‘geopolítica’ como sinónimo de ‘política internacional’, cayendo a veces en despropósitos tales como hablar de la ‘geopolítica de las vacunas’ o la ‘geopolítica del 5G’, por cuanto que tanto las pandemias como las telecomunicaciones hacen irrelevante los confines geográficos. En su sentido original, el concepto de ‘geopolítica’ fue acuñado en el siglo XIX por el politólogo sueco Rudolf Kjellen, que tenía una visión organicista de la naturaleza del Estado, fuertemente influida por las entonces aún frescas teorías de Darwin.

Con todo, la acepción más relevante de ‘geopolítica’ en nuestros días, es la que la define como el estudio de la influencia del espacio geográfico sobre los Estados y su política. Desde esta base, es posible analizar ciertas dinámicas internacionales mediante la óptica de la geoeconomía y la geoestrategia, entendidas respectivamente como el uso eficiente del poder blando, y el uso eficaz del poder duro. Este duplo se ve complementado por el estudio de la geocultura, que si bien abarca un amplio espectro de elementos, tiene como objetivo central -tomando prestada la expresión del austromarxista Otto Bauer-  la proyección exterior de una nación-Estado unida por una comunidad de destino, en una comunidad de carácter.

Bajo este prisma, son bien pocos los países que incorporen verdaderamente las tres condiciones en su política internacional, siendo uno de ellos Turquía, de cuya circunstancia nos ocuparemos en esta ocasión debido a que el sector bancario español es de lejos el que está más expuesto de entre todos los prestamistas internacionales a las vicisitudes económicas de Turquía, lo que hace de los riesgos en los que incurre la geopolítica turca un asunto de interés nacional para España.

Como consecuencia directa de la volubilidad de Gran Bretaña, que se postuló unilateralmente como adalid de la adhesión turca a la Unión Europea antes de usar a Turquía como espantajo durante la campaña del Brexit, al albur de la crisis de los refugiados, Ankara ha dado un volantazo a su política exterior. En un viraje hacia el Este, Turquía ha puesto en marcha una geopolítica alla lettera, que combina intervenciones militares en el área del antiguo Imperio Otomano con iniciativas estratégicas como el corredor de 7.500 Km Trans-Caspio, que ha reducido en casi 2.000 km la ruta comercial desde el puerto nororiental de Lianyungong, hasta la puerta misma de Europa, atravesando por vía terrestre y marítima Kazajstán, el mar Caspio, Azerbaiyán y Georgia.

Adicionalmente, este corredor se complementa con el Túnel Eurasiático, el tren subacuático de Marmaray, y  el canal que une el mar de Mármara con el mar Negro. Sin embrago, todos estos proyectos solo son viables con el compromiso comercial y financiero de Pekín, especialmente dada la vulnerabilidad de Turquía a la hostilidad, posiblemente coreografiada, a la que la están sometiendo los mercados financieros internacionales, que se suma a las sanciones económicas de Estados Unidos y la Unión Europea, y a la caída a la mitad de la inversión exterior directa en Turquía en lo que va de año.

Esta dependencia de China ha llevado a Recep Tayyip Erdogan a modular su postura respecto a la minoría uigur, que hasta fechas recientes se había beneficiado de una política de asilo y apoyo político a grupos vinculados al Congreso Mundial Uigur como el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental, de los consta tanto su actuación terrorista en Siria como sus lazos con el activismo separatista uigur en China.

La apuesta de Erdoğan pasa por convertirse en un actor geostratégico imprescindible, sacando partido a su influencia geocultural en países euroasiáticos como Azerbaiyán y Uzbekistán, piezas clave del rompecabezas de países que atraviesa el Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur lanzado en 2002 para crear una ruta comercial entre Rusia y la India, que tiene el potencial de crear notables sinergias con el resto de corredores económicos en la intersección vecina a Turquía.

El reciente acuerdo entre Irán y China para la participación de Teherán en la Organización de Cooperación de Shanghai confirmaría los cálculos de Ankara, por cuanto este tramo de la nueva ruta de la sede que pasa por Irán e Irak para llegar  del puerto sirio de Latakia brinda a Turquía una capacidad considerable para influir geoeconomicamente en los asuntos de los países que formaron parte del Imperio Otomano como Jordania y Egipto, a los que esta ruta ofrece una formidable oportunidad para prosperar.

Según el profesor de retórica romano Aelianus, Platón sostenía que las esperanzas son los sueños de los hombres cuando están despiertos. A tenor de lo que ha trascendido de los encuentros que Recep Tayyip Erdogan ha mantenido con sus homólogos durante la celebración del G20 en Roma, el presidente turco parece haber despertado a la realidad de que la posición geoestratégica de Turquía le permite prescindir de su anterior querencia por los juegos de suma cero, y reinventarse como un líder decisivo para propiciar la materialización de nuevos sistemas económicos con alcance y potencial para subvertir las dinámicas de subdesarrollo en los territorios que formaron parte del Imperio Otomano que está siempre en sus sueños, y de los que Erdoğan puede acabar siendo rey sin corona. No es este, sin duda, el peor de los escenario posibles para los intereses financieros españoles en Turquía.

Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato