El virus de la desinformación cabalga por el mundo

Coronavirus gente con mascarillas

La llegada de la primavera y el posterior verano, un ciclo climático anual que ya tenemos encima, va a llevarse lo más peligroso del coronavirus, cuya propagación está alimentando una locura colectiva en los cinco continentes. Pero su rastro será ya demoledor en las consecuencias que está provocando este COVID-19 o, para ser más exactos, el contra-virus que ha desatado en pocos meses: el germen de la confusión y la desinformación. Si le entregamos al ciudadano, como debería ocurrir cada día, los datos reales de incidencia de este microbio tan dañino, y lo comparamos con los daños en mortandad y contagio de otros virus mucho más familiares como el de la gripe común, podremos atestiguar que estamos ante una de las exageraciones más desproporcionadas de la historia sanitaria y política reciente. Después de las víctimas, por pocas que sean, lo peor es el contagio económico que va a durar meses y tal vez años.

El primer responsable de lo que está ocurriendo es la Organización Mundial de la Salud, organismo dependiente de las Naciones Unidas: la información que traslada o está siendo malentendida por los doscientos países o se está transmitiendo con evidente desacierto. Los responsables de la OMS se curan en salud. Han preferido lanzar sobrecogedoras alertas que son interpretadas por las administraciones de todo el mundo en el sentido contrario al debido, tomando decisiones que lo único que hacen es provocar el pánico en la población, pánico evidente del que ya se puede hablar sin temor a exagerar. Las agresiones a ciudadanos originarios en los países de los que procede la propagación inicial del virus lo demuestran. 

Hay que parase un buen rato para encontrar en el archivo mental de los últimos años a alguien que esté haciendo más daño a la opinión pública mundial que el director general Tedros Adhamon Ghebreyesus, el responsable que va transmitiendo cada día las novedades sobre la incidencia de la enfermedad y que ayer habló ya de “potencial pandemia”. Viéndole a diario parecería que la Humanidad se enfrenta a su peor enemigo en siglos. Desconozco si se ha parado Tedros a repasar la incidencia que tuvieron la gripe española (1918-1920, entre 50 y cien millones de muertos que suponían el seis por ciento de la población mundial), la peste negra (siglo XIV, 75 millones de muertos) o incluso el cólera (tres pandemias entre los siglos XIX y XX, con tres millones de muertos en total). Se puede alegar que la mortalidad provocada por esas pandemias es el resumen de muchos años, décadas de incidencia, y que nuestro coronavirus apenas tiene aún tres meses de vigencia. Pero se puede también contestar que la ciencia de la salud no es la misma ahora que la disponible en aquellos períodos de la Historia donde un virus hacía presa fácil en millones de personas.

Advertir a diario con ese grado de alarmismo y, a renglón seguido, afirmar que las medidas que adoptan los gobiernos son excesivas, teniendo en cuenta las cifras, es una irresponsabilidad que está derivando en el caos y el desnorte de todas las autoridades del planeta respecto a este problema. Las autoridades chinas, rusas, italianas, están actuando con un criterio extraordinariamente garantista, planteando hasta el cierre parcial de fronteras, en un contexto global que supone no ser yo el único que no hace nada para frenar este contagio. Con ese criterio veremos aún situaciones mucho más increíbles que las vistas desde el pasado fin de semana en el país transalpino, donde los más mayores han recordado estos días cosas que sólo vieron durante la Segunda Guerra Mundial. 

La cercanía de la pandemia es la cuestión. La advertencia de la OMS habla del riesgo “potencial”, una manera poco rigurosa de informar al universo entero de lo que está ocurriendo. Ni siquiera, si somos exactos, debería llegarse a la calificación de epidemia porque ese término en los parámetros científicos se aplica a una enfermedad que supera las ratios de incidencia conocidas, y estamos hablando de un microorganismo del que hasta ahora se desconocía su existencia, probablemente porque procede el mundo animal y de allí ha pasado a los humanos.

Una reflexión detenida merece también el papel de los medios de comunicación cuando hay una alerta sanitaria que no debe convertirse en alarmismo, y mucho menos en el amarillismo de ciertos titulares y monográficos. En los cursos exigibles que la OMS debe impartir a los gobernantes para conocer cual es exactamente su responsabilidad en estos casos, habría que incluir también a los medios de todo el mundo, que dan por buenas afirmaciones y situaciones aparentemente catastróficas cuando los datos reales y los especialistas más rigurosos se cansan de señalar el camino contrario. 

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