Opinión

El volcán de Cumbre Vieja

photo_camera Volcano on the island of La Palma

Las imágenes que transmiten a diario las televisiones sobre la erupción del volcán de la isla de La Palma me producen esa extraña fascinación de lo terrible y al mismo tiempo bello con la que a veces veo esos desfiles de hombres robotizados de Corea del Norte, tan precisos en sus movimientos y ordenados en sus filas como desprovistos de individualidad y de alma. Los nazis también lo sabían y por eso con Leni Riefenstahl orquestaban espectáculos de masas que admiraban y sobrecogían a un tiempo. Son imágenes en las que se combina la belleza plástica con la repulsión por lo que representan y por los daños que causan. Como las que estos días muestran la lava despeñándose hacia el océano Atlántico en medio de las nubes de vapor tóxico que desprende su contacto con el agua. Lo que en modo alguno es de recibo es la frivolidad de la ministra de Turismo que considera la erupción como un atractivo turístico más de la isla de La Palma, una ministra que dice esa tontería no merece seguir en su cargo.

Esta erupción, al parecer, combina características de dos tipos de volcanes diferentes, los strombolianos, que expulsan rocas y cenizas, y los hawaianos, de los que fluyen ríos de lava que queman y sepultan bajo sus coladas cuanto encuentran a su paso. Y, en este caso, lo que encuentran son invernaderos y plataneras, la principal riqueza de la isla, y viviendas en su mayoría humildes, muchas construidas ilegalmente y casi todas sin asegurar. También se han cortado carreteras impidiendo la recogida de los plátanos y se han destruido sistemas de irrigación de cultivos no arrasados.

De esta forma, son muchos los palmeros que lo han perdido todo con esta erupción, su casa y su modo de vida, y que no saben cómo van a poder levantar cabeza a partir de ahora porque las ayudas llegarán, pero lo harán tarde por cuestiones burocráticas, como siempre, que, no por falta de voluntad, y en todo caso, serán insuficientes. Por eso es admirable la solidaridad con la que muchas gentes de los más diversos lugares de España están respondiendo, enviando alimentos y ropas para cubrir estos primeros momentos de la nueva vida de gente que todo lo ha perdido y que, en ocasiones, solo han dispuesto de quince raquíticos minutos para salvar lo más imprescindible antes de que la colada de lava hambrienta devorara sus casas. Quince minutos para recoger una vida. Me pregunto qué me llevaría yo si estuviera en una tesitura semejante e imagino que lo primero que tendría que hacer sería serenarme para tratar de pensar con calma y tomar las decisiones acertadas: documentos, fotografías, ordenador, algún objeto de especial valor sentimental... Lo esencial para poder comenzar una nueva vida con una identidad, una familia y unos recuerdos que permitan no partir de cero. O no partir enteramente de cero.

Dentro de la tragedia, al menos, este volcán ha dado esos quince minutos que han permitido salvar vidas y que por desgracia no tuvieron otros que sufrieron de peor forma la ira desatada de la naturaleza, como les ocurrió a los habitantes de Pompeya y de Herculano en el año 79 de nuestra era tras la erupción del Vesubio, o a los de Santorini hace 3.600 años, donde la violenta erupción del volcán Thera dio probablemente lugar a la leyenda de la Atlántida y acabó con la civilización minoica en Creta. En La Palma no ha habido ningún muerto afortunadamente y también se han logrado salvar los animales domésticos, y esas son seguramente las únicas noticias positivas de cuanto ha ocurrido, porque los destrozos sobre la fauna salvaje y la flora tanto terrestres como submarinas han sido y siguen siendo muy grandes.

Ante este tipo de fenómenos nos sentimos realmente insignificantes pues en pleno siglo XXI no hay nada capaz de parar una colada que desciende por una ladera y devora cuanto encuentra a su paso. Nada. Como tampoco podremos hacer mucho frente a huracanes, sequías prolongadas, lluvias torrenciales o subida de los mares, en definitiva, fenómenos naturales extremos que parece que ya nos está trayendo el cambio climático que es consecuencia directa de la forma en que vivimos y que nos lleva a una sobreexplotación de los recursos naturales del planeta y a un agotamiento del nicho ecológico que nos sustenta. Nos sentimos indefensos y asombrados. Quizás no sea malo rebajarnos un poco los humos, reconocer humildemente nuestra impotencia y dejar de lado tanta arrogancia.

Jorge Dezcallar, embajador de España