Opinión

Elecciones sin credibilidad

photo_camera Nicolás Maduro

La celebración de elecciones es la culminación del proceso de ejercicio del sistema democrático con la participación libre de los ciudadanos para elegir a sus representantes. Pero para que las elecciones sean válidas y creíbles deben cumplir todas las condiciones que requiere el proceso en cuanto a la participación de todos aquellos que quieran hacerlo cumpliendo las normas correspondientes, a la igualdad de oportunidades durante la campaña electoral en cuanto al acceso a los medios de comunicación públicos y al respeto de los resultados acreditados en una consulta sin trabas ni sucios manejos ni fraudes. 

Son obviedades que, en España, en Europa, se respetan habitualmente. Sin embargo, por desgracia, en países latinoamericanos no se cumplen las mínimas condiciones para hacer de las elecciones un elemento básico de la disputa política legítima por llegar al poder y administrar los intereses de los ciudadanos. 

Ha ocurrido hace unos días en Nicaragua donde siete líderes opositores fueron encarcelados para que no pudieran concurrir a las elecciones presidenciales que volvió a adjudicarse Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo. Una situación absolutamente inaceptable con un régimen presidencialista autoritario que no respeta las más elementales reglas democráticas. 

Ha ocurrido en Venezuela durante las últimas elecciones presidenciales con los líderes y partidos opositores más destacados inhabilitados para poder acudir a la cita electoral. Los resultados no han sido reconocidos por la comunidad internacional, pero como ocurre con el caso nicaragüense, el régimen chavista con Nicolás Maduro al frente se mantiene en el poder. Ahora celebra elecciones regionales y locales gracias a unas negociaciones en México entre el régimen y algunos partidos de la oposición, pero con otros líderes y partidos opositores excluidos por el Consejo Electoral manejado por Maduro. 

Elecciones sin credibilidad ni merecedoras de llamarse elecciones. Se trata de farsas donde la gente vota como ocurría durante el franquismo en España o como intentaron los independentistas catalanes, pero, en condiciones totalmente fraudulentas. 

La democracia no es votar, es cumplir con el Estado de derecho, las libertades fundamentales, la separación de poderes, la igualdad de oportunidades para las fuerzas políticas y el respeto a la libertad de expresión y de información de los medios de comunicación y de los ciudadanos. Nada de eso se cumple en Venezuela, por mucho que el expresidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, se empeñe en intoxicar. Sobre todo, cuando conocemos la presunta financiación ilegal del régimen chavista a Podemos, que se está investigando, y lo más trascendente, la situación de pobreza, hambre, sin medicinas, sin libertad y sin seguridad de millones de venezolanos. En Chile se celebran también elecciones después de meses de presión y violencia en las calles con las opciones más extremistas como favoritas. Elecciones sin credibilidad.