Opinión

Emiratos e Israel sacan del punto muerto a Oriente Medio

photo_camera Emirates and Israel break the deadlock in the Middle East

Son dos de los países más avanzados del mundo tecnológicamente hablando, y son también dos piezas claves en la conformación de una región considerada como la más caliente del planeta. Ahora Emiratos Árabes Unidos (EAU) e Israel rompen con su acuerdo el peligroso statu quo que se había instalado en Oriente Medio, merced al cual el camino hacia una paz estable se veía cada vez más lejano. 

El acuerdo por el que ambos Estados establecen relaciones diplomáticas plenas demuestra que el mundo árabe y el israelí pueden trocar su tradicional relación de hostilidad en activa cooperación, y cambiar en consecuencia una dinámica que parecía no tener otra salida que la amenaza permanente de guerra. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se apunta un importante éxito diplomático, en la medida en que sitúa este Acuerdo, que llevará el nombre de Abraham, el patriarca de las tres religiones del Libro, en la línea de los firmados con Egipto (1978) y Jordania (1994). Netanyahu confía ahora en que no transcurra otro cuarto de siglo hasta el siguiente, y él mismo pueda escribir un nuevo éxito mediante la normalización de relaciones con otros países árabes.   

La concesión israelí para este acuerdo no ha sido la renuncia a la anexión de un tercio de la Cisjordania ocupada, y en cuyo territorio ya están asentados medio millón de colonos judíos, sino un retardo temporal a la implantación de esa medida. Sostiene EAU que, pese a que esa renuncia sea una congelación instantánea,  reaseguran su apoyo al pueblo palestino, a su dignidad, a sus derechos y a su propia soberanía como Estado, señalando que la supuestamente enterrada viabilidad de la solución de los dos Estados, palestino e israelí, puede ser reactivada. Mucho tendrá que trabajar no obstante la diplomacia emiratí para convencer de esa visión a los palestinos, algunos de cuyos dirigentes desdeñan tales promesas y califican los acuerdos de “puñalada por la espalda”. 

Trump quiere darse un baño de autoestima  

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se erige a sí mismo como el facilitador del acuerdo, lo que se anota como un triunfo en política exterior con importantes repercusiones en su propio país de cara a las elecciones del próximo 3 de noviembre. Interrumpe así el fuerte y continuado descenso en sus índices de popularidad, propiciados por una gestión de la pandemia del coronavirus manifiestamente desastrosa y, a la vista de los datos, el previsible incumplimiento de su promesa de un decidido levantamiento de una economía en caída libre. Trump quiere una escenificación en la Casa Blanca semejante a la que celebraran Carter con Menahem Begin y Anwar El Sadat, y a la que Clinton bendijo entre Yitzhak Rabin y Yasser Arafat. Supone Trump que su imagen entre Netanyahu y el jeque Mohammed Bin Zayed al-Nahyan le proporcionará importantes réditos electorales, que desdigan la desventaja que de momento le muestran todas las encuestas frente al tándem demócrata Joe Biden-Kamala Harris. 

Para los EAU este Acuerdo Abraham supone no solo sacar a la luz una cooperación con Israel que se ha prolongado entre bastidores desde hace veinticinco años. Supone un importante salto cualitativo en la capacidad de influencia de los EAU en la conformación de la nueva geopolítica del Golfo. Si, por ejemplo, se plasma en la realidad la vacuna contra el coronavirus conseguida conjuntamente por Israel y EAU, el efecto multiplicador de tal cooperación será decisivo para demostrar a los árabes y judíos más reticentes las ventajas de trabajar conjuntamente y en paz. 

No será tampoco menor el potencial de los futuros visitantes musulmanes al segundo lugar de peregrinación más importante del Islam, la Mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén –Al Qods, según la denominación árabe-, fruto también de estos acuerdos, que prevén la instauración de vuelos directos entre Abu Dhabi y Tel Aviv. Además, la intensificación de tales contactos humanos facilitará la conclusión de pactos de inversión en todos los sectores de la economía en los que tanto Israel como EAU están en los primeros puestos de la clasificación mundial.

Perdedor claro de los Acuerdos de Abraham es Irán, que nunca ha renunciado ni a su aspiración de erigirse como primera potencia del Golfo ni por supuesto a la desestabilización de las monarquías del Golfo. Israel, al que se señalaba como enemigo común del Islam, resulta que puede trabajar conjuntamente, al menos con los suníes, y contribuir además a la estabilidad y prosperidad de los países que quieran trabajar en paz, a cambio eso sí del reconocimiento de su derecho a existir y a no tener que vivir bajo la amenaza permanente de ser destruido.