Opinión

España, una economía sensible

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En el contexto actual, donde la variable miedo entra de lleno en la ecuación socioeconómica, los indicadores económicos internacionales van evolucionando a ritmo de las noticias de la guerra en Ucrania, de las sanciones de Occidente contra Rusia, así como de las reacciones de Putin.

En España, cuarta economía de la UE, las fluctuaciones económicas destacan por su polarización. Por lo general, los indicadores españoles suelen situarse por encima de la media de las demás economías europeas, ya sea en crecimiento o en recesión.

Muchas son las perspectivas a analizar, desde el modelo económico hasta la magnitud del choque de las crisis, el grado de endeudamiento, la política monetaria del BCE o la resiliencia con la que responde la economía, entre otros factores. Sin embargo, especialmente en España se da un factor añadido, inducido por intereses más bien políticos que económicos: el miedo.

En los negocios la incertidumbre es omnipresente. Tanto es así que en economía la palabra riesgo está asociada a cualquier decisión, política o económica. Y hablar de riesgo es hablar de anticipación de miedos, en plural. Y la Gran Recesión de 2008 los había suscitado bastante, afectando a los propios decisores que arriesgaron mucho con las hipotecas basura o ‘subprime’ y de paso se llevaron por delante millones de empleos por todo el mundo. En España se destruyeron cerca de 6 millones en 2013 y una tasa de paro del 26%, por encima de la eurozona (11,7%).

Fue una quiebra financiera en toda regla. Provocó una ola de migraciones y de fuga de talentos, llevando al país a lo que se llamó “colas del hambre”, mientras algunos países de la UE habían aguantado el tirón (Alemania, Holanda, …), otros no tanto. En julio de 2012, la deuda soberana española colocó la prima de riesgo en 638 puntos superando a Grecia (450), a Irlanda (544) y a Portugal (627). Países que fueron intervenidos por la Troica en 2010 y 2011. España lo fue en 2012.

La pandemia de la COVID-19 fue especialmente dura en España. En 2020, el desplome del PIB llegó a -11%, superando a todos los socios europeos. En Francia fue de -7,9%, en Alemania -5%, Países Bajos -3,8%, Bélgica de -6,3%. Lo mismo ocurrió con la tasa de paro que alcanzaría el 15,5%, muy por encima de la media de la zona euro que fue del 8%.

Ómicron, la huelga de transportes y la actual guerra de Ucrania han provocado la caída del consumo y de las inversiones lastrando así la recuperación post-COVID al apuntar un crecimiento del PIB de tan sólo 0,3% en este primer trimestre de 2022, eso sí por encima de la eurozona (0,2%), y en medio de una inflación interanual de 8,4% en abril. Aunque no es la más alta, sí que está igualmente por encima de la media europea (7,5%). Respecto al paro, España subió una décima el pasado marzo, para situarse en 13,5%, mientras la eurozona anotaba 6,8%. El dato del SEPE de 86.260 parados menos en abril es un buen dato que augura, para este inicio del segundo trimestre, una tendencia positiva de creación de empleo y de aumento paulatino del PIB.

Además, el consumo de los hogares se contrajo un 3,7% en el primer trimestre de 2022. Una política de sostenibilidad del consumo y del tejido productivo, como el decreto anticrisis era más que necesaria. Pese a ello, el PP de Feijóo lo rechazó. Un decreto que prevé amortiguar los efectos negativos de la inflación energética, cubriendo las necesidades de las familias y de las empresas con descuentos en combustible de 20 céntimos/litro, prórroga de la rebaja del IVA de la luz para pequeños consumidores, así como una nueva línea de créditos del ICO (10.000 M.), con 362 M. para la agricultura y ganadería, unos 68 M. para la pesca y 500 M. para la industria consumidora de energía, limitar la subida del alquiler al 2% y un aumento del 15 % del ingreso mínimo vital (IMV).

Algunos responsables políticos no han dudado en comparar la crisis actual, debida a la guerra de Putin, con la Gran Recesión de 2008 infundiendo miedo en la población y, por ende, en los inversores. Una manera de anticipar una incierta inestabilidad política y económica, pero con efectos inmediatos. Tales como el temor a un descalabro económico de proporciones desconocidas que el ciudadano de a pie y los agentes económicos pudieran sentir y proyectar hasta el contagio. Pánico a perder lo ganado y a no recuperar lo perdido, al trauma de perder el empleo y a un futuro poco prometedor cuando se tiene más de 50 años de edad.

La volatilidad de la economía en un ambiente de contrariedades políticas y en ausencia de concertación social no hace más que exacerbar el pánico, máxime cuando se tiene el miedo ya metido en el cuerpo. El pánico económico se apodera de los consumidores y de las empresas siguiendo el mismo trayecto, pero a la inversa, del efecto multiplicador de las inversiones provocando un sentimiento bajista. Y se convierte en factor detonante de la contracción de la economía real. Particularmente cuando ya se sabe que en España la contracción del gasto de familias y de empresas (demanda interna) suele ser más importante que la demanda externa.

La brecha entre España y Europa es evidente. Muy positiva en crecimiento y muy negativa en recesión, y confirma la sensibilidad de la economía española a la incertidumbre, sobre todo cuando los partidos optan por la utilización política de las emociones. El PP no es ni VOX ni Podemos sino un partido de Estado y de alternancia de gobierno. Feijóo, que parece estar mejor posicionando, debería concertar en un momento tan delicado que padece Europa y de la que España forma parte preponderante.

Se espera, para el próximo verano, que la demanda externa tirase de la economía española con las exportaciones y, sobre todo, con la fuerte recuperación del turismo. Lo que devolvería el optimismo y la alegría a los consumidores y a las empresas.