Estrategia, imaginación y realidad

El historiador John Lewis Gaddis señala en su libro “On Grand Strategy” (2018), que la virtud de una gran estrategia está en el alineamiento entre las aspiraciones, potencialmente ilimitadas, con las capacidades, necesariamente limitadas. Si las primeras son imprecisas o muy variables o demasiado expansivas, las segundas se desgastan, se desaprovechan y se debilitan. El 24 de febrero, se cumple el primer año de guerra en Ucrania sin que se hayan logrado los objetivos que dieron lugar a la invasión rusa, ni tampoco los objetivos ucranianos de reestablecer la soberanía en los territorios ocupados. Lo cual ha provocado una aparente redefinición de la estrategia rusa y la consiguiente necesidad de una adaptación de las capacidades defensivas del Ejército ucraniano. 

Pero la nueva situación estratégica, en apariencia, no representa una variación sustancial de los objetivos. Porque las aspiraciones sobre el dominio territorial de las regiones del Donbás no es el único objetivo de los contendientes, ni de los países aliados que apoyan a Ucrania, ni tampoco de terceras potencias que, en el caso de China, mantiene una calculada distancia. 

La ilimitada aspiración de Rusia por debilitar a las democracias euroatlánticas puede buscar en la prolongación del conflicto un progresivo deterioro de la unidad europea, mientras fortalece su posición como gran potencia en Europa central y oriental. Estados Unidos, Europa y la OTAN han conseguido detener a la gran amenaza que representa Rusia, con un alto coste para los ucranianos, pero con un bajo coste para los aliados. Lo cual además ha reforzado de momento la unidad de las democracias y su voluntad de rearme. Pero la prolongación de la guerra podría variar las percepciones de la opinión pública occidental ante un insostenible aumento del sufrimiento y de las bajas ucranianas y ante un deterioro de los efectos económicos. 

Manteniendo abierto el conflicto y manejando además las herramientas diplomáticas y su capacidad de influencia en distintos escenarios globales, como África o el Mediterráneo, Rusia mantiene presente su capacidad de modularlo en función de sus intereses y de la evolución de su relación con China. Es decir, al recuperar la iniciativa, Putin refuerza su papel de gran potencia con capacidad de acción global y recupera sus objetivos territoriales, aunque en esta etapa con una estrategia más compleja y costosa, que pondrá en conocimiento de Xi Jinping en la reunión bilateral que tendrá lugar esta semana.  

China sigue firme en su oferta de apoyar un proceso de negociación. Y sigue defendiendo una posición internacional de equilibrio que ha tenido resonancias en India y otros países emergentes. Cualquier resultado que finalmente considerase aceptable la cesión territorial de soberanía por parte de Ucrania, después de un desgate del apoyo aliado, sería una buena noticia para las pretensiones chinas sobre Taiwán. Pero también lo sería para cualquier otra potencia regional que tuviera la pretensión de cambiar el orden internacional mediante el uso de la fuerza. Y ese perverso efecto dominó produce el mismo temor dentro de Taiwán que dentro de China o la propia India. 

Estados Unidos se mueve con parecida cautela, aunque con una voluntad firme de doblegar la política agresiva de Putin. El éxito del primer año no esconde las primeras tensiones internas en el seno de los aliados, ni algunas voces críticas dentro del país. Con las presidenciales a la vista en 2024, el resultado de este año en Europa es muy relevante para Joe Biden si quiere presentar a los electores un mundo distinto del desbarajuste internacional post-Afganistán, postpandemia y post-Trump.  

Europa está dentro del conflicto, pero no tiene una estrategia para decidir sobre su prolongación ni para decidir sobre su final negociado. Las aspiraciones de los europeos son tan ilimitadas como lo son las de cada uno de sus miembros en función de sus intereses. La guerra de Ucrania ha puesto contra las cuerdas de la historia el imaginario fundamental del proyecto europeo, que consistía en pensar que, desde el Plan Marshall, se podía vivir cada vez mejor, siendo cada vez más y dando la espalda a la defensa. 

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