Etiopía: conflicto con Tigray 

AFP PHOTO/ADWA PICTURES  -   Vista aérea de la Gran Presa del Renacimiento Etíope en el río Nilo Azul en Guba, al noroeste de Etiopía, el 20 de julio de 2020

Cuando uno piensa en Etiopía son muchas las imágenes que vienen a la cabeza como el esqueleto de Lucy que se conserva en un museo polvoriento de Addis Abeba, o el rey Salomón que dejó a la reina de Saba embarazada de una estirpe de reyes cristianos en el corazón de África que los monarcas europeos buscaban para que les ayudaran en su lucha contra el moro, primero, y el turco, después. Este rey cristiano fue idealizado en la figura medieval del Preste Juan del que era descendiente el emperador Haile Selassie, llamado por eso el León de Judá, que reinó sobre miseria, rebeliones locales, invasiones de los fascistas italianos, hambrunas y otros desórdenes hasta que fue destronado por una revuelta de oficiales marxistas dirigidos por Mengistu Haile Mariam en 1974. 

Piensa uno también en las iglesias coptas de Lalibela excavadas en la roca, o en el padre Pedro Páez, un jesuita madrileño formado en Coimbra que pasó su vida en Etiopía tras haber sido apresado por piratas omaníes en su primer intento de arribar desde Goa y pasar siete años como esclavo en Mascate. Eran gente recia. Páez, que también era arquitecto y astrónomo, escribió una monumental Historia de Etiopía y descubrió las fuentes del Nilo Azul aunque trescientos años más tarde los ingleses Burton y Speke trataran de apoderarse del descubrimiento. Hoy una placa colocada en el lugar por la embajada de España pone las cosas en su sitio. 

Las cosas no mejoraron con Mengistu Haile Mariam que impuso una sangrienta dictadura conocida como el Derg y que presidió sobre una guerra civil de diecisiete años (1974-1991) en la que que murieron 750.000 personas como consecuencia del llamado “Terror Rojo”. Mengistu sería a su vez depuesto en otro golpe en 1991 al desaparecer la URSS y perder el apoyo que le daba... El nuevo presidente, Meles Zenawi, se concentró en el desarrollo económico mientras atendía a las diversas etnias que conforman el país poniendo en pie una estructura federal que reconocía “el derecho a la autodeterminación”. Solo que todo era más teórico que real porque las regiones federadas sólo eran libres para hacer lo que querían en la medida en que sus deseos coincidieran con los del gobierno central y así se explica, por ejemplo, la todavía reciente revuelta de Oromia, la región más poblada de Etiopia, en 2016. 

Y es precisamente de la etnia Oromo el actual primer ministro Abyi Ahmed, líder del Frente Revolucionario Democrático y Popular, que llegó al poder en 2018 y prometió reformas y elecciones libres, liberó a los detenidos políticos, e hizo la paz con Eritrea. Esas promesas le dieron un año después el premio Nobel de la Paz, quizás un poco prematuramente como también ocurrió con Barack Obama. La buena voluntad inicial de Abyi no es despreciable, ciertamente, pero no fue suficiente porque su mandato no ha estado exento de problemas ni mucho menos y ahora esos problemas acaban de estallar con la revuelta del Frente Popular de Liberación de Tigray (FPLT) contra su gobierno. 

La razón es que Abyi es un hombre que procede de los servicios de Inteligencia, está acostumbrado a mandar y no resiste bien que le discutan sus decisiones. Llegó al poder con el apoyo de una coalición amplia de la que también formaba parte el FPLT, pero se ve que no estaba a gusto con las limitaciones que eso le imponía y por eso creó un nuevo partido a su medida y apartó del poder a los de Tigray. Acto seguido aplazó las elecciones con la excusa de la pandemia del Covid-19. El FPLT respondió entonces haciendo elecciones por su cuenta en la región de Tigray y, no contento con ello, atacó una base militar del ejército etíope y masacró a sus soldados y ahí se lió todo: en lugar de buscar diálogo y una solución negociada, Abyi envió a sus aviones a bombardear la región rebelde y disolvió el gobierno de Tigray, con lo que la revuelta ganó fuerza y amenazaba con extenderse a otras regiones de este país que es la gran potencia del Cuerno de África, el segundo del continente por volumen de población (110 millones de habitantes, sólo después de Nigeria) y que cuenta en su interior con multitud de etnias y de idiomas diferentes. La diferencia entre revuelta de la región de Oromia en 2016 y la actual de Tigray es que Tigray tiene capacidad y experiencia militar y podía haber arrastrado al país a una guerra civil a la que hubieran podido podrían unirse otras etnias y regiones, e incluso afectar a países vecinos como Sudán, Egipto, Kenia y la misma Eritrea que podría intervenir a favor del gobierno de Addis Abeba dadas las buenas relaciones existentes entre el presidente Isaías Afewerki y el mismo Abyi. Por eso el gobierna de Addis Abeba ha cortado por lo sano y ha invadido Tigray y ocupado su capital (con menos resistencia de la esperada ) mientras parte de la población huía al vecino Sudán y las agencias humanitarias condenaban el sufrimiento de civiles. Con Abyi pasa hoy como con Aung Suu Kyi en Myanmar, que muchos se preguntasen si no fue algo precipitada la concesión del premio Nobel de La Paz. 

No es ese el único problema que tiene Abyi encima de la mesa pues desde hace algunos años crece la pugna con Egipto por la enorme presa del “Renacimiento” que Etiopía construye en el Nilo Azul, que es vital para generar la energía eléctrica que Etiopía necesita para su desarrollo, pero que El Cairo teme que pueda dejar al Nilo sin agua cuando ese río es literalmente la sangre que corre por las venas de cien millones de egipcios que viven en sus riberas, y beben y riegan con sus aguas. Los ánimos están muy exaltados en ambos países y los Estados Unidos llevan tiempo tratando de mediar en este problema para encontrar una solución y evitar que la sangre llegue al río y nunca mejor dicho. 

Jorge Dezcallar Embajador de España 

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