Europa en claroscuro: salud y pandemia

COVID-19 UE

Cuando empezó esta situación para la que nadie estaba preparado, a pesar de que había algunos indicadores que hacían pensar que algo de esto podía pasar, nos dimos cuenta de que el virus no entiende de fronteras, de sexos, de edades ni de clases sociales. El pertenecer a países más o menos saludables desde el punto de vista social o financiero parecía, de acuerdo con el optimismo mostrado a principios del 2020 por los ministros de los 26, que estábamos preparados, que seríamos capaces de superar esto sin grandes problemas, que los sistemas de salud eran tan sólidos y eficaces que incluso podríamos permitirnos el lujo de ayudar a países menos desarrollados...

Unos pocos meses después, Europa estaba bajo la mayor crisis sanitaria que nos habíamos encontrado después de los conflictos bélicos, uno de los mayores retos a los que nos íbamos a enfrentar, con hospitales colapsados, población totalmente confinada, personal sanitario exhausto y una carrera desenfrenada, como nunca antes había conocido la historia, para encontrar en un tiempo récord, un tratamiento que permitiera frenar la cascada de afectados y fallecidos, y una vacuna que nos pusiera a resguardo de esa pequeña partícula 900 veces menor que el diámetro de un cabello humano, que había sido capaz de alterar la vida del mundo tal y como la conocíamos y que había demostrado nuestra fragilidad como entorno y como seres humanos y eso que la historia ya nos había enseñado cómo civilizaciones enteras eran destruidas o habían desaparecido por pandemias anteriores. La realidad es que hoy en el siglo de la tecnología y de los avances médicos más importantes de la historia de la humanidad, seguimos siendo vulnerables y seguimos teniendo que reflexionar sobre qué estamos haciendo mal cuando hemos sido incapaces de evitar que una parte significativa de nuestras poblaciones hayan fallecido solos, sin ayuda y sin consuelo y sus familias no hayan podido hacer el duelo que física y psicológicamente era necesario hacer. 

COVID-19 EUROPA

Ahí, en medio de este gigantesco reto, nunca antes conocido por nuestra generación, nos dimos cuenta, que nuestra querida Europa, con contadas  excepciones, gracias a la miopía de algunos líderes y a la imprevisión de otros, había disminuido sus niveles de alerta, había dejado de considerar a la salud pública como una absoluta prioridad, había disminuido los presupuesto dedicados a la salud, había dejado de producir y almacenar suficientes productos de protección individual, respiradores y material de emergencia, y alguno de ellos con tintes más populistas que científicos, hasta se permitió criticar el excesivo “alarmismo” de expertos que alertaban de lo que podía pasar, siguiendo una senda que se marcaba por entonces, desde otros lugares del mundo, olvidando que la toma de decisiones en una situación de este tipo debe obedecer exclusivamente a criterios basados en la evidencia científica ofrecida por los técnicos más cualificados y no por algunos que amanecieron un día ungidos por los dioses del conocimiento y decidieron tomar las medidas que su ignorancia supina les llevaba a considerar acertadas. Afortunadamente en Europa no sufrimos en toda su crudeza esta lacra que sí padecieron en otras latitudes, aunque la actuación de algunos gobiernos fue manifiestamente mejorable. 

Pero esa mezcla de incertidumbre, precipitación y a veces incompetencia, nos colocó a merced de un mercado mundial en donde, como si de un zoco se tratase, el que llegaba primero y con la cartera preparada podía cambiar la dirección de entrega de un avión cargado de materiales destinado a un país, previo pago de una cantidad de dinero mayor que el receptor original, desarrollándose de paso y de manera a veces nada soterrada una auténtica guerra geoestratégica de supremacía entre potencias establecidas y potencias emergentes. 

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Pero seamos justos. No todo pueden ser críticas porque una vez superados los desajustes iniciales, gracias a la UE, pudimos recibir en todos los países las ayudas centralizadas que se fueron adquiriendo, y, gracias al esfuerzo económico gigantesco de la UE, se consiguió incrementar los recursos de investigación que hicieron posible que algunas vacunas pudieran desarrollarse, producirse y distribuirse de manera equitativa entre todos los Estados miembros. Ahora se está decidiendo la mejor y más justa y eficaz manera de reconocer a las personas vacunadas, a través de un pasaporte de vacunación europeo, también llamado, certificado verde digital. Eso, en mi opinión, no es en absoluto un factor discriminatorio, como se ha dicho en algunos entornos. La vacuna es hoy en día, la única manera de poder salir adelante en un tiempo razonable de esta crisis sanitaria, social y económica provocada por la pandemia y justo es reconocer y facilitar que aquellos que solidariamente han decidido vacunarse, por ellos y por sus conciudadanos, puedan tener más facilidades de movimiento y más cuando la vacuna es gratuita y está a disposición de todos los ciudadanos de la Unión. 

Otra cosa distinta es que la velocidad de administración está siendo variable de país en país y eso sí que es un condicionante que hay que intentar minimizar para que esa igualdad entre europeos de la que podemos presumir sea una realidad y no un deseo no conseguido.

Abundando en este tema, los pasaportes vacunales han existido desde hace años y nadie se ha quejado nunca de ellos, porque evitaban la posibilidad de ser afectados por enfermedades infecciosas endémicas, como fue en su caso la viruela, o sigue siendo la fiebre amarilla, con brotes endémicos esporádicos, u otras infecciones.  También sería distinto si la movilidad entre países que consagran los tratados de la UE se viese afectada porque hay ciudadanos vacunados y no vacunados y a estos últimos se les impidieran totalmente los desplazamientos. No es esa la idea ni es esa la política de la UE, pero sí parece razonable que a estos que no han sido inmunizados porque no les ha tocado aún recibir la vacuna por su grupo de edad o porque se han negado a recibirla sea necesario aplicarles algunas medidas de restricción muy determinadas y preservando sus derechos, para conseguir proteger al resto de los habitantes del país en cuestión. 

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No cabe ninguna duda que aumentar la cooperación entre los países de la UE, y fomentar aún más la solidaridad europea, pueden ser elementos clave para cohesionar a los ciudadanos de los países miembros, y luchar contra el objetivo común que es vencer a la pandemia. 

Hay algunas lecciones que extraer de esta pandemia y se resumen en tres puntos fundamentales. La primera es que no se puede nunca recortar en temas de salud. Las consecuencias de ese recorte se pagan en muertes. No se puede tampoco recortar en oportunidades de educación. Es imprescindible que los niños y adolescentes de cualquier lugar y condición económica tengan acceso a una educación continuada que no dependa de las capacidades técnicas o financieras de sus padres y eso es lo que quisimos poner en evidencia los autores de un manifiesto que pide que internet sea considerado un bien protegido de acceso universal. La tercera conclusión es que hay que fomentar de manera decidida y mucho más significativa la investigación básica y aplicada. Ha quedado probado que los países que tienen una investigación consolidada y con importantes aportaciones de su PIB son los que han conseguido avanzar antes y mejor. 

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Toda crisis da lugar a una oportunidad. Ojalá esta sirva para que en lugar del “yo” habitual seamos capaces como ciudadanos de la Unión Europea de pensar más y mejor en el “nosotros” a nivel individual y colectivo.

José Ramón Calvo, doctor en Medicina, presidente del Instituto de Cooperación Internacional de la Real Academia Europea de Doctores y miembro del Consejo Científico de Citizens pro Europe.

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