Europeos y americanos sobre Ucrania

Blinken Zelenski

En relación con el actual conflicto motivado por la acumulación de soldados rusos en las fronteras de Rusia y Bielorrusia con Ucrania, se está poniendo de manifiesto una clara discrepancia en la valoración que europeos y norteamericanos hacemos de esta actitud, que en principio parece tan amenazadora como poco amistosa por decir las cosas con suavidad. Pero no hay que preocuparse porque eso pasa en las mejores familias, aunque hay que vigilar para evitar que otros se aprovechen.

El caso es que mientras los americanos ven en el despliegue ruso indicios claros de una invasión de todo o parte del territorio ucraniano, e incluso consideran que podría tener lugar de manera “inminente” como dijo Joe Biden antes de desdecirse por presión del presidente Zelenski, que consideró que eso era un poco alarmista y que creaba desasosiego e inquietud entre su población, los europeos parecemos más bien pensar que los rusos van de ‘bluff’ porque saben muy bien el enorme coste que tendría una invasión en términos de vidas, de imagen y económicos, y que el despliegue de tropas es más bien un “postureo” que les permita conseguir su objetivo de una neutralización de facto de Ucrania, ya que de derecho nadie lo va a permitir. Y para lograrlo Rusia parece dispuesta a combinar presión junto con desinformación y ataques cibernéticos cuyo origen es siempre difícil de trazar. También tratará de ampliar las diferencias que existen entre nosotros.

Los soviéticos de la penúltima década del siglo XX salieron trasquilados de Afganistán, igual que ahora los norteamericanos, y después de ver lo ocurrido en Irak saben bien que vencer es posible, pero ocupar y administrar un país es algo mucho más complicado si la población no coopera. Y aquí no da la impresión de que los ucranianos –o al menos muchos de ellos– no estarían por la labor. El coste sería excesivo y además Putin sabe muy bien que una invasión en gran escala uniría como una piña a europeos y americanos al tiempo que insuflaría nueva vida a la OTAN, aún más que la que ya le ha dado con el actual despliegue amenazador de sus tropas, pues conviene recordar que hace solo unos meses Emmanuel Macron la consideraba en estado de “muerte cerebral”. Y eso no le interesa nada. Por contra operaciones “menores” en las autodenominadas “repúblicas” secesionistas de Donetsk y Lugansk o en el entorno de Crimea harían más fácil que surgieran divergencias entre nosotros sobre la respuesta a dar. Divergencias que además no serían sólo entre las dos riberas del Atlántico sino entre los mismos europeos, que ahora estamos unidos por la magnitud del envite pero que sería muy torpe desconocer que no vemos el problema de la misma forma, pues mientras Polonia, Estonia, Letonia y Lituania son partidarios de una respuesta muy firme porque la vecindad del oso ruso les mete un comprensible miedo en el cuerpo, otros países más alejados tendemos a ver las cosas con una perspectiva más filosófica. Hasta llegar al caso de Hungría cuyo presidente, el díscolo Orbán, ha viajado estos días pasados a Moscú para decirle a Putin que comprende sus preocupaciones de seguridad. Hungría es un caso extremo en Europa porque recibe de Rusia el 100% del gas que consume, aunque eso no sea excusa. Ya hay una flota de buques trayendo gas licuado desde EE. UU. a Europa para prever el peor escenario. Sin llegar a tanto, las diferencias existen también en el seno de Gobiernos como el alemán y conducen a evitar que adopten una postura clara sobre la actitud amenazadora de Rusia. Mientras los europeos no seamos capaces de hablar con una sola voz nuestra influencia en el mundo seguirá siendo pequeña. La prueba es que Macron, Johnson y Scholz irán a Moscú estos días, pero lo que de verdad importa es lo que Putin y Biden acuerden o desacuerden.

Putin no es nada tonto y sabe todo eso. Su problema es que es un líder autoritario y los lideres autoritarios tienden a rodearse de gente que no les dice la verdad sino lo que piensan que al jefe le gusta escuchar, y esa es otra de las grandes ventajas de las democracias. Basta recordar lo que le pasó a Saddam Hussein. La documentación obtenida tras su muerte muestra que no se creía que los americanos iban a invadir Irak y que si lo hacían su ejército sería capaz de resistir el ataque. Sus consejeros tenían miedo de decirle la verdad y le contaban lo que sabían que deseaba oír con un resultado final catastrófico para su país y para él mismo, que acabó colgado de una soga. En el caso ruso, Putin se ha rodeado de gente que procede en su mayoría del mundo de los servicios de inteligencia, de la vieja KGB y de la actual FSB, en un Kremlin donde los ascensos son más por “lealtades acrisoladas” que por méritos. Y da miedo pensar que le pueden estar diciendo al jefe no lo que ellos piensan sino lo que saben que le gustaría oír, como que “los rusos y los ucranianos son un mismo pueblo” (cita del propio Putin) y que quizás por eso los rusos serían recibidos como libertadores y con ramos de flores... Por otra parte, es evidente que Putin, después de la que ha montado, no puede devolver a los soldados a sus cuarteles y presentarse en Moscú con las manos vacías porque esa no es la forma de actuar de los machos alfa cuya imagen con tanto esmero cultiva.

De momento Putin se ha ido a Beijing a cubrirse las espaldas abrazándose con Xi Jinping, que es otro que también dice comprender sus exigencias en materia de seguridad, y no parece probable que vaya a emprender nada serio antes de que acaben los Juegos de Invierno en China. Eso da un poco más de tiempo a la diplomacia porque, aunque la respuesta norteamericana a las demandas de Moscú, que se ha filtrado a la prensa, no satisface según el Kremlin sus demandas, abre sin embargo la posibilidad de discutir sobre tropas y misiles en Europa, así como sobre lo que los rusos quieren decir cuando hablan de la “indivisibilidad” de la seguridad. Un viejo truco de la diplomacia es que cuando una cuestión es intratable hay que rodearla de otras sobre las que la negociación sea posible.

En mi opinión Putin no conseguirá un compromiso formal de que Ucrania (o Suecia o Finlandia) no entren en la OTAN porque eso es algo que nadie le puede dar, pero puede conseguir que sin necesidad de recurrir a la fuerza ni de retrasar el reloj hasta1997 como desearía, se acepte por la vía de hecho y no de derecho diseñar un nuevo esquema de seguridad en nuestro continente que de alguna manera tenga en cuenta algunas de las aprensiones del Kremlin en materia de seguridad. Solo depende que sea capaz de jugar sus cartas con habilidad y no a lo bruto.

Y si eso se lograra, el interés inmediato de Europa debería ser atraer a Rusia y separarla de China, aunque para eso se necesitaría que aceptara jugar con unas reglas compartidas con nosotros.

Jorge Dezcallar de Mazarredo es embajador de España

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