Opinión

The game of thrones

photo_camera Argelia

En Argelia los días se suceden y no se parecen. Los acontecimientos actuales están experimentando giros que harían palidecer a los guionistas de los mayores éxitos de taquilla estadounidenses. 

Desde hace diez meses, el país vive al ritmo de las protestas ciudadanas. Todos los viernes se organizan impresionantes marchas en todos los pueblos y aldeas donde millones de personas piden un cambio de sistema y el establecimiento de una segunda república. Hay que recordar que desde la independencia del país en 1962 nunca ha habido una contestación de tal magnitud, especialmente desde que se prohibieran las manifestaciones en Argelia desde la guerra civil de los años noventa. 

Esta cólera popular ha tomado un aspecto pacífico, de ahí su nombre: ‘La revolución de la sonrisa’. Desde las primeras manifestaciones se ha establecido una fuerte solidaridad: especialistas en derecho constitucional se reúnen con los ciudadanos y responden a sus preguntas, en las calles los espectáculos y los cánticos animan las marchas.  A los pies del teatro nacional de Argel, se discuten las acciones que emprender... ¡Los argelinos se reencuentran al fin! 

Por continuar con la parábola cinematográfica, digamos que lo que está sucediendo en el país es una especie de ‘Juego de Tronos’. Lo que provocó la ira del pueblo es el anuncio el pasado febrero del expresidente Abdelaziz Bouteflika de su voluntad de presentarse a un quinto mandato. El hombre de 81 años, muy débil desde el derrame cerebral que sufrió en 2013, era ya incapaz de gobernar y dejó las riendas del país a su hermano Saïd, que se rodeó de afectos que terminaron por formar una verdadera mafia político-financiera a la cabeza del gobierno. 

La corrupción se convirtió en la norma en Argelia y el maná petrolero fue compartido por una oligarquía sin escrúpulos que no se preocupó por el bien del país. Como resultado de la fuerte movilización del pueblo, el expresidente fue expulsado. El general jefe del Estado Mayor Gaïd Salah se convirtió en el nuevo hombre fuerte del país. Argelia pasa oficialmente entre las manos de los militares, que deciden organizar un referéndum lo antes posible. Pero las calles no se movieron y la represión tampoco tardó en llegar. En efecto, Gaïd Salah no dudó en encarcelar a todos los que se le resistían, desde las más altas personalidades del Estado, incluido el hermano del presidente y todo el antiguo gobierno, hasta los jóvenes manifestantes y los portadores de la bandera amazigh: “Eso demuestra la amplitud de la corrupción”, se indigna Omar, un dentista, quien añade que “lo que está sucediendo es una prueba de que fuimos gobernados por los hermanos Dalton. Es hora de que se vayan”. 
En efecto, durante el juicio del exjefe de gobierno, las sumas astronómicas malversadas se hicieron públicas. ¡Estamos hablando de cientos de miles de millones! 

“Yetenehaw Ga3” (“¡Es hora de que todos se vayan!”) es el lema de las marchas en Argelia. Y como cada viernes, Argel se blinda y se hace inaccesible. Los activistas que vienen de otras ciudades para manifestarse simbólicamente en la capital dejan sus coches en los suburbios y continúan su camino a pie. Es lo que llaman ‘La batalla de Argel’, en referencia a la película homónima de Gillo Pontecorvo sobre la guerra de guerrillas urbana que tuvo lugar en Argel bajo la colonización francesa. La expresión “descolonizar el país” volvió a aparecer durante las últimas manifestaciones en Argelia. 

El 19 de diciembre, Abdelamjid Tebboune, ex primer ministro de Buteflika, se convirtió en presidente de la República. A pesar de una huelga general y una tasa de abstención récord, Tebboune fue reclutado por el Ejército. A modo de recordatorio, ¡el hijo del actual presidente estuvo involucrado en un asunto relacionado con las drogas que sacudió a Argelia y en el que se incautaron unos 750 kilos de cocaína! Así, los manifestantes piden la destitución del nuevo presidente que consideran ilegítimo. 

En medio del caos, de un golpe de teatro o de un golpe del destino, la noche del 23 de diciembre el poderoso general murió de un paro cardíaco. Rápidamente, fue reemplazado por un septuagenario de la misma generación, el general Saïd Chengriha.  

Mientras las luchas de poder continúan y los clanes se reforman o disuelven, las calles prosiguen su combate. “El movimiento (Hirak) no se está agotando y, como logramos echar al expresidente, usaremos los mismos medios pacíficos para sacarlo también”, dice Jalila. 

El movimiento estudiantil es otro eje fuerte de protesta. Aya Ramdani, fundadora del polo de El-Harrach del movimiento estudiantil de Argel, no cesa en su indignación a pesar de las señales de apaciguamiento enviadas por el presidente. De hecho, el 2 de enero, unos 70 presos de conciencia fueron puestos en libertad sin ninguna explicación. “La liberación de los detenidos es algo muy bueno, pero no significa que la justicia sea libre en absoluto. Continuamos con nuestro movimiento porque la prensa sigue siendo manipulada, entre otras cosas”, precisa la militante. 

El viernes 3 de enero, la movilización no se debilitó. Tan pronto como fueron liberados, los expresos se unieron a las manifestaciones. Al día siguiente de su liberación, Hakim Addad, ex secretario general del Raj (Rassemblement Actions Jeunesse) se unió a la marcha del viernes y asegura que su lucha continúa. Según el Comité Nacional para la Liberación de los Detenidos (NCDL), “cientos de prisioneros políticos están todavía encerrados”. 

Y, aunque el nuevo presidente se apresuró en poner en marcha un gobierno tecnocrático alejado de cualquier afiliación al clan, al cual nos ha acostumbrado el régimen de Bouteflika, Tebboune sufre el problema de la legitimidad. La crisis de Argelia sigue siendo, sobre todo, una crisis de confianza.