Opinión

Ganará Macron, pero con Mélenchon de tábano

photo_camera Emmanuel Macron

Conforme a la tradición electoral de la V República, la primera vuelta de las elecciones generales  ha demostrado el descontento de los franceses con los unos, con los otros, e incluso con los unos y los otros. Conscientes de que este partido tiene ida y vuelta, en la primera han deparado un triunfo por la mínima de la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (Nupes), la coalición del ahora ultraizquierdista e insumiso Jean-Luc Mélenchon. Con el 26,10% de los votos obtiene una ventaja mínima sobre la coalición Juntos (25,81%), que se reclama al servicio del presidente de la República. Más lejos, queda el Reagrupamiento Nacional (RN), de Marine Le Pen (18,67%) y Los Republicanos (LR) con el 11,31%. Y, prácticamente fuera de combate, Reconquista (4,25%) cuyo líder Éric Zemmour ha quedado eliminado en su propia circunscripción. 

Este panel subraya la fragmentación de Francia y el hartazgo de un electorado frustrado por todos los acontecimientos que le provocan infelicidad: carestía disparada de la vida, recortes forzosos en la economía personal y familiar, falta de horizontes, reveses colectivos que matizan mucho el sentimiento de “grandeur” de Francia, y en fin las inseguridades derivadas de las turbulencias de la crisis global. 

Sin duda, gran parte de ese 26,10% de franceses que han elegido a Nupes en esta primera vuelta, expresan su confianza en las promesas que les ha hecho un Mélechon que se ha venido definitivamente arriba. Astuto, Mélenchon ni siquiera se ha presentado a estas elecciones legislativas, lo que no le impide reclamar y exigir el puesto de primer ministro si la segunda vuelta confirmara los resultados de la primera. Va a ser, pues, una semana en la que el líder de esta amalgama de izquierda, insistirá en las que serán sus primeras medidas tan pronto ocupe su despacho en el Palacio de Matignon, la sede del primer ministro: bloqueo de precios, fijación del salario mínimo en 1.500 euros, jubilación a los 60 años y fijeza para los 800.000 funcionarios interinos, así para empezar. 

Promesas que, como dijo en su día el no menos astuto y retorcido François Mitterrand, solo comprometen al que se las cree, porque ni la Nupes ganará el cómputo final de estas elecciones ni Mélenchon será primer ministro, cuyo nombramiento depende de la voluntad del presidente de la República, que no necesariamente ha de elegirlo entre quienes ocupen un escaño. Cierto es que no hay nada escrito que le obligue a una cohabitación con un partido o una coalición que obtenga un respetable número de votos y de escaños pero, salvo que los franceses hubieran caído en una paranoia generalizada, la Nupes no ganará la segunda vuelta, en la que solo compiten por el escaño los dos candidatos que hayan quedado en los primeros lugares en la primera ronda. Es lo que se conoce como balotaje, disputa final en la que los candidatos macronistas de Juntos recogerán a buen seguro los votos de LR e incluso los de no pocos electores antaño socialistas y hoy absolutamente desorientados por las propuestas maximalistas del líder de la Francia Insumisa. 

Si vuelve a imponerse la tradición racionalista francesa, es decir que el elector haya podido echar la bilis de su cabreo en la primera vuelta y, más relajado y calmado, se piense seriamente qué papeleta echa en las urnas el próximo domingo, Emmanuel Macron podría verse apoyado por una mayoría absoluta sobre de los 577 escaños de la Cámara. Y, en el peor de los casos, disponer de los que le falten entre las filas de los conservadores de LR. 

En todo caso, los previsibles 200 escaños, en más o en menos, que podría obtener la Nupes, la convertirían en una dura oposición que, cuál tábano picajoso, se convertiría en un constante contrapunto a las políticas y proyectos de Emmanuel Macron. Mélechon esgrimiría ese respaldo parlamentario como fuente de legitimación tanto para justificar la previsible presión de la calle, espontánea o debidamente azacaneada, como para erigirse en minoría de bloqueo en no pocos proyectos de ley, cuyo éxito en cuanto a su aplicación requiere, más que una simple mayoría parlamentaria, el consenso y el acuerdo tanto de la clase política como de los ciudadanos en general.