Guterres exige una fuerza antiterrorista africana en el Sahel

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La precipitada salida de las fuerzas aliadas de la OTAN de Afganistán, calificada como “derrota americana” o “capitulación occidental” por gran parte del islamismo, podría azuzar a los más radicales a crear un escenario parecido en toda la franja del Sahel. Es un temor del que habían advertido tanto los dirigentes africanos más afectados como el presidente francés, Emmanuel Macron, impulsor primero de la denominada Operación Barkhane y ahora del repliegue de sus militares, tras comprobar la enorme desproporción entre el gigantesco esfuerzo bélico y financiero y unos resultados a la postre bastante magros.

Ahora es el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, quién más énfasis pone en que el Sahel se convierta en otra suerte de Afganistán, en cuyas arenas se entierren vidas y recursos sin fin para combatir un terrorismo que amenaza con expandirse a toda velocidad. En una larga entrevista concedida a la Agencia France Presse, Guterres manifiesta su temor al “entusiasmo de los grupos terroristas del Sahel, fruto del fuerte impacto psicológico que han experimentado a raíz de la toma del poder por los talibanes”.

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Guterres declara asimismo su inquietud por el creciente poder de “grupos fanatizados, dispuestos a todo”. “Hemos visto ya –dice el máximo dirigente de Naciones Unidas- cómo ejércitos regulares se desintegran cuando se enfrentan a ellos”, y cita expresamente los ejemplos de Mosul en Irak, de Malí, con ocasión de la primera ofensiva sobre Bamako, o hace pocos meses en Mozambique. Ejemplos lo suficientemente elocuentes como para hacer imprescindible que la comunidad internacional se organice y apreste a combatir eficazmente la amenaza terrorista.

En los últimos meses, en efecto, los mecanismos de seguridad del Sahel presentan cada vez más grietas, de manera que, además de la guerra terrorista que con mayor o menor intensidad se libra en Malí, Burkina Fasso o Níger, se está produciendo su contagio a otros países, como Benín, Togo o Costa de Marfíl. El caso de Nigeria, donde Boko Haram siembra periódicamente el terror mediante el secuestro masivo de estudiantes e incursiones y expediciones de castigo en muchas zonas rurales, corre también peligro de desbordarse, especialmente a raíz del asesinato de Abubakar Shekau en mayo pasado. La lucha por sucederle al frente de Boko Haram puede dar origen a nuevos grupos aún más fanatizados y sanguinarios, siquiera por demostrar un supuesto mayor compromiso con la “yihad”.

Al Qaeda y Daesh frente a frente pero con un enemigo común

Actualmente, los grupos terroristas más activos y poderosos en el Sahel son el JNIM (Jama `atNasr Al Islam WalMuslimin, Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes) y el EIGS (Estado Islámico en el Gran Sahara). Ambos son sucursales respectivas de AQMI (Al Qaeda en el Magreb Islámico, fruto de la fusión en 2007 de Al Qaeda con el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, GSPC) y del Daesh (véase el extenso reportaje de Margarita Arredondas, publicado en Atalayar el pasado 21 de junio).

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Para el líder de la ONU, es imprescindible la creación de “una fuerza africana antiterrorista, con un mandato explícito amparado por el capítulo séptimo (el que prevé recurrir a la fuerza) del Consejo de Seguridad, con la correspondiente dotación de fondos, una fuerza que sea capaz de garantizar una respuesta al nivel de la amenaza”.

La idea del portugués Antonio Guterres es tan loable como muy dudosa de llevar a la práctica. El mal ejemplo de Afganistán, cuyo ejército bien entrenado y pertrechado por los americanos se rajó en cuanto se vio frente a frente con los talibanes, también podría cundir en la delicada zona africana del Sahel, donde la inmensidad del terreno, la escasez y carencias de los efectivos militares y la innegable corrupción, puede convertirlos en presa fácil de militantes islamistas fanatizados, odiadores de todo lo que huela a Occidente, dispuestos a la destrucción y al degüello sin la menor contemplación.atalayar_sahel

No es la primera vez que Guterres expone su idea. Desde el principio de su liderazgo al frente de Naciones Unidas ha intentado crear una fuerza que él mismo denomina G5 Sahel, formada por Chad, Mauritania, Malí, Níger y Burkina Fasso. Apoyada por Francia, la idea no ha encontrado empero el respaldo decisivo de Estados Unidos, tanto para dotarla de un mandato colectivo de la ONU como de los ingentes medios financieros que se precisarían. Para decirlo claramente, ni Donald Trump primero, ni ahora Joe Biden confían en la neutralidad de ese ejército de cascos azules exclusivamente africanos, y que se repita la malhadada experiencia con las evaporadas fuerzas armadas de Afganistán.  

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