Haití, un desgraciado pozo sin fondo

PHOTO REUTERS/Ludovic Marin-Presidente de Haiti, Jovenel Moise

Los más jóvenes huyen desesperadamente del país; los que no pueden hacerse con un visado o echarse a la mar en embarcaciones de fortuna saben que seguirán penando por conseguir una ración de subsistencia; los más vulnerables saben que solo les aguarda la miseria y, con un poco de suerte, el balazo o la muerte, aunque sea a machetazos, que les libere de tantos sufrimientos. 

Es Haití, la primera república negra del mundo, la que se presumió iba a ser ejemplo para muchos otros pueblos cuando los esclavos de las plantaciones se sublevaron en 1804 contra las tropas francesas de Napoleón y proclamaron la independencia. La aventura no tuvo buen principio. El caudillo de la revuelta no se conformó con ser un presidente con el poder controlado por instituciones democráticas. Quiso ser emperador, pero Jacques I no duraría mucho, asesinado por conmilitones que aspiraban a su poltrona y promisorios privilegios. Unos auténticos adelantados en cuanto a comprobar la deriva de muchos presuntos liberadores. 

Han pasado más de dos siglos y Haití es el país más mísero de América y uno de los cinco más pobres del mundo, pese a las ingentes cantidades de ayuda humanitaria y las sucesivas misiones de Naciones Unidas destinadas a canalizar los fondos, dar estabilidad política al país y conducir su reconstrucción material. Todo ello se ha esfumado: apenas una docena de familias controla todos los sectores o servicios productivos del país, desde la electricidad a los puertos, pasando por las precarias infraestructuras viales o la elaboración de materiales de construcción. 

Son familias que mandan en el país como si se tratase de una finca más que privada. No hay verdaderos poderes democráticos que funcionen y contrarresten la fuerza de sus propias milicias, en el mejor ejemplo de lo que es una organización mafiosa. El contrapunto lo ponen las numerosas ONG, cuya aportación de dinero, alimentos y personas no se traduce en frutos visibles después de tantos años de cooperación. Cientos de millones se han ido por el sumidero de la corrupción, la sempiterna mordida, cuyo resultado es precisamente la falta de resultados en un país cada día más hundido en la miseria. 

La investigadora Alejandra Martínez Perea así lo ratifica en su estudio “Transitional Justice and Peacebuilding in Post-Conflict Societies – The case of Haiti”. En él asegura que Haití ha sido un experimento para los incontables proyectos de paz, esfuerzos frustrados desgraciadamente por hallar la fórmula de una Justicia Transicional”. El fracaso cabe achacarlo en buena parte a que en Haití no hay dos bandos definidos enfrentados desde las últimas dictaduras, “sólo ha existido un intento de transición abrupta, proceso tutelado por Estados Unidos y la comunidad Internacional, imposible de desarrollarse por la persistencia de la violencia, la inseguridad y la inestabilidad política derivada de los rápidos cambios de gobierno”. 

Llamamiento de una viuda malherida y estampida de los jóvenes

Desde el hospital de Miami en el que cura sus gravísimas heridas, Martine Moïse, la esposa del asesinado presidente Jovenel Moïse, ha hecho un llamamiento a que “el pueblo haitiano prosiga la batalla de su marido” en pos de las reformas institucionales que prometían encarrilar el país hacia una normalidad homologada. “Carreteras, agua potable, suministro eléctrico, además del referéndum y de las elecciones previstos para septiembre y noviembre de este año eran los objetivos a conseguir por mi marido”, afirma su viuda, superviviente del diluvio de balas que los infiltrados descargó sobre el lecho en que descansaba el matrimonio presidencial. 

Es de temer que el llamamiento no encontrará mucho eco, no por falta de voluntad de la mayor parte de la población haitiana, sino por la imposibilidad de sostener una lucha con algún viso de éxito contra los mafiosos que se comportan como auténticos señores de la guerra. 

No habría que ir muy lejos seguramente para descubrir entre ellos a quienes ordenaron, financiaron y facilitaron el acceso al domicilio del presidente de los 28 hombres encargados de asesinarle. Todo un ejército, compuesto por 26 colombianos y dos estadounidenses de origen haitiano, reclutados entre paramilitares y antiguos miembros de fuerzas especiales.  Estados Unidos y Naciones Unidas han descartado el envío de tropas de intervención que garanticen el orden en el país, aunque Washington ha prometido despachar a dos agentes del FBI para ayudar en las investigaciones. 

El desencanto de la población es tan evidente que la estampida por abandonar Haití e cada día más numerosa. Guste o no guste, Haití es ahora mismo un estado fallido, en el que impera la ley del más fuerte. La ayuda internacional de poco servirá mientras no puedan garantizarse instituciones que no estén más o menos abiertamente al servicio de las mafias saqueadoras del país, aliadas por cierto con países y regímenes externos, que ven en un Haití miserable y desestabilizado un punto débil por el que introducir su propia estrategia en esta región de América.  
 
 

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