Opinión

Hasta la paciencia china tiene un límite

photo_camera Xi Jinping

Es proverbial la capacidad del pueblo chino para soportar las penalidades más inimaginables. Y no menos asombrosa es su disciplina, esa que se plasma en escenas como las de aceptar de golpe el confinamiento y cierre a cal y canto de barrios y ciudades enteras con varios millones de seres humanos encerrados dentro. Desde que el todopoderoso presidente Xi Jinping decretara la política de COVID Cero se han sucedido tales escenas, salpicadas de vez en cuando por aislados intentos de algún transgresor desesperado por traspasar el muro de policías impecablemente uniformados con el blanco de sus vestimentas antivirus, reducidos y detenidos sin contemplaciones.  

Pero, hasta en un pueblo tan avezado en el cultivo de la paciencia y acostumbrado a obedecer y a no cuestionar las órdenes, parece existir un límite. Más de dos años de confinamientos masivos, de cierres prolongados sin certezas de apertura, de incertidumbre respecto de la propia forma de vida, asentada en el pequeño negocio o la empresa que el régimen permitió emprender, han derivado en las manifestaciones de protesta que se han propagado por varias ciudades a lo largo y ancho del país.  

Dos sucesos han sido el detonante de esta inédita explosión de rebeldía: el vuelco, el pasado septiembre en Guizhou, de un “autobús cuarentena”, en el que varias decenas de ciudadanos aquejados de COVID eran conducidos a un edificio-prisión para pasar un confinamiento obligatorio e indefinido, y el incendio en noviembre de un edificio en Urumqi, capital de la región de Xinjiang. Cerrado para que sus confinados moradores no pudieran salir, el siniestro se saldó con diez muertos, entre ellos varios uigures, la minoría musulmana a la que Pekín está “reeducando” con una ferocidad denunciada ante numerosas instancias internacionales.  

La sensación de impotencia de las familias atrapadas por el fuego, a cuyo socorro no acudieron de inmediato unas autoridades que sin embargo muestran una extremada diligencia en la represión, es la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de muchos chinos, por lo menos de los que han desafiado abiertamente al poder y han salido a las calles de numerosas ciudades, principalmente en Shanghái, Wuhan, Nanjing, Xian, Chengdu, Guangzhou y Hong Kong. Jóvenes universitarios, a los que se han unido personas de avanzada edad que han sido obligadas a desatender sus pequeñas tiendas, han proclamado eslóganes contra el régimen absolutamente inéditos, puesto que exigían incluso la destitución de Xi Jinping, y han exhibido con profusión folios blancos, el símbolo de la censura.  

Pese a que en el pensamiento de Xi Jinping todo está claro: primero el Partido Comunista, luego el Estado, después las Fuerzas Armadas y a continuación… el Pueblo, este último parece haber tomado conciencia de que dicha jerarquía no le garantiza su propia vida.  

De la contención a la represión brutal si la protesta no se reencauza

Apenas un mes después de la celebración del XX Congreso del Partido Comunista, que entronizó a Xi Jinping y su poder absoluto, las protestas parecen haber cogido de sorpresa al régimen, que al menos en los primeros momentos ha preferido actuar contenidamente y disuadir con la presencia masiva de la Policía en las calles los conatos de protesta. Hay que dar por supuesto que en el único país del mundo que tiene totalmente fichados y localizados a sus 1.400 millones de habitantes no va a producirse en ningún caso una rebelión exitosa contra el régimen. Este dispone de casi 100 millones de miembros del PCCh, que no sólo constituyen la élite, sino que también tienen el encargo imprescriptible de velar porque sea siempre así y aplastar cualquier intento de subvertir semejante orden.  

Sin embargo, el sufrido pueblo chino confiaba en que el pacto por el que aceptaba su sumisión tenía como contrapartida su propia prosperidad y consiguiente mejor vida. Los brutales confinamientos tienen como consecuencia el mucho tiempo de que se dispone para pensar y reflexionar, y muchos han empezado a cuestionarse si dos años largos de prisión, aunque se le denomine confinamiento, so pretexto de la COVID, sin poder atender a sus negocios ni proyectar su propio futuro no son en realidad otra cosa que una ruptura de dicho pacto. De ahí que las primeras protestas centradas en la crítica de las estrictas medidas sanitarias hayan derivado en las proclamas contra el régimen y  sus dirigentes.  

Sería iluso concluir que este incipiente movimiento de protesta pudiera conducir siquiera a una dulcificación del régimen. Lo más probable es que Xi Jinping relaje un poco su política de COVID Cero, pero solo como táctica. Su línea estratégica está perfectamente trazada, y si el movimiento de protesta lograra amplificarse la respuesta será la de una represión brutal. El presidente chino está convencido de protagonizar el destino histórico de la nación y no permitirá que unos pocos ciudadanos díscolos le desvíen de su trayectoria hasta convertir a China en la primera potencia mundial.