Hemingway siempre vuelve

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Primera semana de julio. Alerta mundial. Llegan los Sanfermines. Esté donde esté- quizá a 7.118,60 kilómetros en Iowa -su pregonero mundial, papá Hemingway, siempre vuelve. El rito de la carrera entre el amor y la muerte ni se puede obviar, ni olvidar, ni cambiar. No hay quien se resista a madrugar un 7 de julio y enfrentarse a la carrera de la vida. Ni San Fermín, ni su patrón laico nos dejan abandonados. 

El drama es afilado y escueto. Como el verbo del Nobel. Cuando se reúnen todos los ingredientes de un buen guion: lucha de contrarios, acción progresiva y torrente de emociones, la atracción del espectador se alcanzará de forma infalible. Pongamos a los protagonistas entre la vida y la muerte, con un tiempo tasado y un escenario de road movie, con principio y fin. Y si la historia está condensada en una secuencia imparable de apenas tres minutos, se garantiza que será vista, una y otra vez, día tras día, año tras año, porque crea adicción.

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Así ha sido, es y será la retransmisión de los encierros de San Fermín que reúne ante el televisor a una legión de devotos tan apiñada como la de los mozos en el callejón. En la liga del zapping mundial, la secuencia reina, pasada en cada una de las televisiones del globo y en cada ventana de YouTube, es la que protagonizan los morlacos y los hombres de blanco y rojo por Estafeta bajo el ojo atento de las cámaras, que pocas veces tienen a tiro fijo un espectáculo tan breve como intenso.
           
Solo un acontecimiento peninsular tiene hueco seguro en las agendas televisivas del planeta, marcando a todo un país con las etiquetas de “fiesta”, “toro”, “locura” … Improvisadores de ilusiones, que decía Ciaran de los españoles, dispuestos a jugársela en unos minutos, para entrar en la lista de los que presumen de haber corrido la milla más peligrosa con prueba documental trasmitida a cada cofín. Y en el callejón los que protagonizan el selfie más desafiante del planeta.

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La mejor emisión se ofrece despojada de todo aditamento y de cualquier narración. La historia por sí misma. Está pasando, lo están viendo…y sintiendo. Después llegará el comentario, el zoom, la doble pantalla, la cámara lenta, la ampliación digital…. para ir desgranando cada detalle, estirando los tres minutos del drama a toda una hora para descubrir momentos de riesgos ocultos por la prisa. Los milagros sanfermineros detallados por la cámara. Servir el drama en directo marca el apogeo de la televisión. Siempre un récord de audiencia en España, amplificado a todo el mundo, que contempla estupefacto como la bravura de hombres y morlacos se pone a prueba sobre empedradas y estrechas calles de un circuito urbano.

Por unos días el baile ante las astas del bicho deja de ser una cuestión privativa del torero especialista. En el encierro somos todos -es un cualquiera- el que juega su partida con la vida y la muerte sin razón alguna, excepto la de querer probar fortuna con el calendario fijado para nuestras vidas por los dioses. En solo tres minutos pasará por delante de nuestros ojos la metáfora de la lucha por la vida. Los codazos por encontrar hueco, el enemigo implacable, el objetivo a conseguir con la vista hacia delante, la ilusión y el miedo a partes iguales. Todo contemplado por un ojo omnipotente, el de las cámaras.

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Como cada mañana, la carrera va. Para el corredor en espera la tensión creciente se amortigua a base de saltitos con el periódico en la mano zumbando al aire. Es tal la adrenalina que no se puede esperar más a que rompa el cohete y anuncie la salida. El estómago se ha subido casi a la boca, y la mente duda en si obligarte a salir despavorido hacia delante o auparte a las tablas y acabar con tanta zozobra. Así al menos lo he sentido yo en mis carreras de Sanfermines, en las que el deseo por la acción siempre pudo al miedo. Y sabes que es una locura. Pero la experiencia de vivir y vivirlo puede más. El toro está a punto de llegar.

Visto por televisión, tú-el espectador corres con todos. Te agobia más que a los del callejón la cantidad de mozos que tapan la calle. Y solo esperas que esto acabe y llegue el parte final de esta guerra con un esperanzador “solo contusionados sin gravedad, que se recuperan satisfactoriamente”. Pero hoy esta verdad edulcorada va a cambiar sus tornas. Hoy la carrera ha sido áspera y confusa. El toro ha encontrado sangre en la vereda. Ese chico que ha caído no se mueve. Se hará el muerto para que pase el tropel como mandan los cánones profesionales.

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Los mozos ya están en la plaza, la televisión muestra un ruedo de improvisados toreros sin luces y a los toros dando los últimos cabezazos antes de entrar en toriles. Y ahí aparece de nuevo un signo de tragedia, con un asta alargada y picuda teñida en rojo sangre. Hay alguien empitonado. Y tú, que te tientas la ropa o te restriegas los ojos y te ves libre de heridas, empiezas de todos modos a sentir el dolor. Porque nos lo dijo papá Hemingway, “no preguntes por quién lloran las campanas, lloran por ti”, que eres parte de esa humanidad que corre por la vida, y no eres una isla en ti mismo, sino parte de la carrera en las que estamos todos. 

Ni local, ni nacional, la fiesta es patrimonio del mundo entero. Y de cada uno que la vive en directo. Ahora es la televisión, y más aún, internet, quienes propagan el escalofrío de la carrera de Sanfermines a los cuatro confines. En la era Gutenberg, su apóstol mayor fue Ernesto Hemingway. Peculiar carrera la de don Ernesto. Héroe periodístico para los republicanos en la Guerra Civil, volvió para ser coronado como adalid del toreo. Hoy quizá fuese declarado persona non grata por los animalistas. Pero en definitiva ha quedado como embajador perenne de un espectáculo sin igual, en el que la vida y la muerte corren en paralelo, cortejadas por mozos anónimos con la misma camiseta e idéntico pañuelo.

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Amigos peligrosos

Se esfuerzan ahora las cámaras en buscar el primer plano cuando el morlaco roza el muslo. Pero el mérito está en el conjunto, en la carrera de todos, mozos y toros revueltos, amigos o enemigos peligrosos de tres minutos de vuelo. Quien haya estado dando botes de miedo en Estafeta hasta que empieza la carrera, entenderá que se culpe al amigo que te llevó a tal extremo del mejor y el peor momento de tu vida. Se va de la angustia al éxtasis-de-haberlo-hecho en menos de tres minutos. Un borbotón de adrenalina. Eso no sale por la televisión. Los culpables de haber bebido del cáliz de la mayor adrenalina fueron en mi caso Josechu Sanz y Fernando Erviti, que me condujeron al callejón de la tortura para salir ileso y feliz. Y el gran incitador Manu Leguineche, que alentó el bautizo sanferminero y fue generoso para compartir la aventura que él adoraba por las calles de Pamplona. Amistad y riesgo.  Como le pasó a Hemingway y testifican sus 'amigos peligrosos'. Recuerdo ese título de las memorias de su compañero más cercano de correrías en España, el guionista americano Peter Viertel ('La reina de África'), que acabó sus días en Marbella, junto a Deborah Kerr. “Me di cuenta, con cierta alarma, que a medida que madurábamos había un rasgo destructor en su carácter”.

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Quizá Ernest debió seguir metido en esta carrera anual, llena de todo sentido y de ninguno, para estar apegado a la vida. Para vivificarse en el rito y fortalecerse en el esfuerzo. Eso es lo que nos da la carrera; y solo lo verá uno desde dentro si tiene la suerte de tener unos 'amigos peligrosos' que te cuenten el secreto. Aunque visto desde el hoy parece una locura, me enorgullece contarlo porque la suerte de superar el riesgo es como un empujón para seguir viviendo y tentando otras suertes. Hemingway no se dejó atrapar por el toro en Estafeta. Decidido por él mismo, que eran mucho su ego y su estatura. El fijo su propia cita con la muerte, desde de la gloria y los desengaños. San Fermín fue quien le abrió reamente la puerta grande la gloria con su primera novela ‘Fiesta/The sun also rises’. Cerró el ciclo literario entre la melancolía y el amor de senectud por otras calles estrechas y empedradas como las de Venecia. Allí escribió su testamento literario. Otro paseo entre el amor y la muerte. ‘Across the river, into the trees’.  Como ‘Papá Hem’ no puede faltar a la cita de la primera semana de julio, ya se anuncia que vuelve. Ahora, en forma de película. De nuevo: lucha de contrarios, acción progresiva y torrente de emociones. El guion está servido. 

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