Imprescindible emancipación de Europa

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El mazazo, o “puñalada por la espalda”, que ha supuesto para Francia en particular y para toda la Unión Europea en general, el acuerdo trilateral AUKUS (acrónimo en inglés de Australia, Reino Unido y Estados Unidos), otorga la necesaria dosis masiva de realidad a una Europa que no acababa de admitir su inexorable reducción a un papel periférico y a una cierta irrelevancia en el nuevo orden mundial que se está conformando.

A fuerza de demonizar al anterior presidente norteamericano, Donald Trump, y de depositar, por contraposición, enormes esperanzas en el actual, Joe Biden, la UE no ha imprimido la gran celeridad a su inevitable proceso de transformación que la convulsión geopolítica mundial exige. Al menos habrá que reconocerle a Trump haber puesto más descarnadamente que ningún otro sobre la mesa el papel que Estados Unidos le reservaba a Europa, tras su contundente proclama de “America First”. Aparte de la cosmética, Joe Biden sigue la misma línea, de manera que ha dejado muy claro que su indiscutible prioridad es hacer frente a la meteórica emergencia china y a su expansión por todo el mundo, especialmente en la región del Indo-Pacífico, muy por encima de los intereses de Europa, a pesar de las primeras buenas palabras, tanto suyas como de su secretario de Estado, Antony Blinken .

En consecuencia, desde Washington se percibe ya a Europa como un aliado al que se puede ningunear puesto que está totalmente ganado para la causa, la suya. No concebirían un vuelco de la UE tan drástico como para renunciar a los valores comunes y de modelo de sociedad que ambos enarbolan, a pesar de los matices y diferencias. Pero, al mismo tiempo y por eso mismo, esa Europa ha quedado relegada a la periferia del nuevo orden, para cuya conformación Biden es ya notorio que prefiere otras alianzas.

Desencanto y tentación de desbandada 

Tras este desconcierto no hay que descartar que algún o algunos líderes de los Veintisiete se sientan tentados por ensayar la desbandada, sobre todo porque las presiones exteriores sobre los aturdidos miembros de la Unión Europea se van a acrecentar: por supuesto de China, pero también de Rusia, del exmiembro Reino Unido y sin duda alguna de buena parte del mundo árabe. Habrá que admitir con todas sus consecuencias que la actual crisis tiene como derivada inducida un debilitamiento de la UE, que, como en todas las grandes crisis, solo se superará con un mayor fortalecimiento de Europa.

¿Cómo? Ahí está el quid de la cuestión. Y lo primero que habrá de hacer es poner en práctica su propia emancipación. Como en el caso de los adolescentes que quieren convertirse en adultos, la emancipación no se pide; se ejecuta, eso sí con todas las consecuencias, incluida la de que te pagues tu propio alojamiento y manutención. Tampoco es la menor de tales consecuencias reconocer que habrá que asumir de una vez la defensa de los propios intereses, poner en práctica ya mismo la Europa de la Defensa empezando por la instauración de la Fuerza de Intervención Rápida con 5.000 efectivos, el minimo minimorum. Eso cuesta dinero, mucho dinero, por lo que es el momento de que tanto los dirigentes del Consejo Europeo como los de la Comisión y los integrantes de la Eurocámara de diputados afronten el trago de comunicar a sus ciudadanos que se ha acabado la fiesta, y que el inigualable modelo de sociedad avanzada europea de que disfrutan se puede ir al traste si no se afrontan los necesarios sacrificios. 

La OTAN, el escudo defensivo europeo surgido tras la Segunda Guerra Mundial, es sostenida en el 80% de su presupuesto por potencias que no son miembros de la UE: EEUU, Reino Unido y Canadá. Seguir con ella tal y como está equivaldría a la consagración para Europa de su dependencia perpetua de Washington, o sea a querer comer la sopa boba toda la vida. Un chollo que evidentemente no te da mucho derecho a opinar, y mucho menos a contradecir lo que ordene el patrón.

Hace falta por lo tanto cambiar de lenguaje, so pena de que no ganemos para llevarnos una sorpresa detrás de otra. Biden no avisó ni a Bruselas ni a Francia de que, con su nueva trilateral, le birlaba a la única potencia nuclear de la UE un contrato de 90.000 millones de dólares en submarinos nucleares con Australia. Un estacazo que, además de lo que supone en términos económicos y sociales, supone una transferencia de tecnología sensible de esta envergadura a un aliado, con la excepción de Israel. Tampoco avisó Biden a sus amigos y aliados europeos de sus planes finales de evacuación de Afganistán, cuyo caótico desastre tal vez pudo haberse evitado caso de consultar la opinión europea, pero cuya emigración masiva irrumpirá sin duda aporreando las puertas de la UE. 

Urge por lo tanto que la imprescindible emancipación de Europa se realice a toda velocidad, la que requiere el envite en juego. Es evidente que, con él habrán de acelerarse las reformas ya previstas en las instituciones comunitarias, conformar cuanto antes mecanismos de decisión instantánea, y sobre todo hacer conscientes a los ciudadanos de que entramos en un período decisivo  y determinantes para sus vidas. Quizá no sea una guerra tal como la conocemos o nos la imaginamos, pero se le parece bastante.     
 

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