Opinión

Incendios

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Las llamas avanzan a una rapidez endemoniada. Es el movimiento de la rabia fuera de control. El ritual de la muerte. Una danza peligrosa que no mide sus pasos, que arrasa con lo que se le pone por delante. Desde las poblaciones más cercanas se divisan esos colores fuertes, tan vivos como la muerte que causan, tan hermosos como destructivos. El cielo pierde su radiante azul y se va ennegreciendo. El olor también lo lleva el viento. Esa mezcla de tantas cosas. Demasiadas. Todas en una pérdida.

Altas temperaturas que también traen un aire traicionero que parece que se compincha para hacer más difícil lo que ya es. No hay vuelta de hoja. No hay consuelo. Las lamentaciones no sirven para nada. Los más viejos, los que pasan horas en las entrañas de estos campos, saben que la amenaza del fuego existe, está, se asoma para dejarse ver… hasta que se cumple. Ellos, los que han crecido y entienden el lenguaje de las sierras, saben que el desastre no siempre es una sorpresa. Por eso, el dolor se mezcla con la impotencia.

Arden, nuestros bosques arden, en la región manchega, y en la extremeña, y en la gallega, y en la andaluza, y en la valenciana, en la otra región castellana, y en las islas… Arden dejando a su paso alfombras negras y soledades, historias personales que secaron hasta las lágrimas.

Cierta es la existencia de altas temperaturas, pero más cierto es la necesidad de cuidar nuestros montes. Ellos, los que con frío y con calor cuidan sus cultivos y sus animales, buscan el alimento, recorren los secretos de los bosques, conocen la tierra donde viven… son los que saben que no hay un solo culpable, que el calor quema, sí, pero también las cerillas que los hombres encienden. Los datos hablan de que en un 96% de los casos el hombre está detrás. Que siempre hubo pirómanos, que los hay y que seguirán. Que el fuego también habla, que los focos donde se producen delatan, que la mano esconde la palabra culpabilidad… Con conciencia, por negligencia.

Ellos, los que quieren sus campos limpios, saben también que no lo están. Que para evitar que las llamas sean sinónimas de grandes tragedias hay que invertir el dinero que, a veces, va destinado a grandes sinrazones. Que hay que desbrozar. Que el fuego no se extendería tan violentamente si en su camino encontrara un cortafuegos, esas franjas sin vegetación que darían cierto respiro. Que si los pueblos de la España rural se sienten abandonados… sus parajes también. El antes evitaría o calmaría un después.

Parece que se van controlando. Hasta el próximo. Pero pasará este caluroso verano y llegará el otoño con sus hermosos colores. Se olvidarán los incendios, los que murieron a causa de ellos, las hectáreas arrasadas, miles y miles, los animales convertidos en cenizas, las casas quemadas… Olvidaremos tantos futuros perdidos en aquel otro presente que ya será un pasado. Los incendios desaparecerán de las noticias mientras cada afectado luchará contra su nueva e invernal soledad.