Indicios que alertan de una nueva Guerra Fría

Russian Foreign Minister Segei Lavrov and Chinese Foreign Minister Wang Yi

Las sanciones de la Unión Europea a China, respaldadas de inmediato por Estados Unidos y Reino Unido, y las inmediatas represalias de Pekín denotan que las relaciones euro-norteamericanas con el gigante asiático no pasan por el mejor momento. Si, en paralelo, China y Rusia refuerzan las suyas frente al bloque al que aún hoy llaman Occidente, podríamos estar ante los primeros trazos de una nueva Guerra Fría. 

Es evidente que Pekín no acepta la primacía norteamericana y busca quemar etapas en su ruta hacia su destino de superpotencia mundial. El reforzamiento de los lazos sino-rusos, escenificado con la visita a Pekín del astuto ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergéi Lavrov, confirma los deseos de ambos de sacudirse la dependencia, o cuando menos la tutela norteamericana en campos como el tecnológico y el fundamental de admitir al dólar como divisa mundial de referencia. El propio Lavrov, que ya le indicara claramente al jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, su falta de interés por mantener las mejores relaciones, ha vuelto a reafirmar en Pekín que prefiere que los idilios sean bilaterales a establecerlos institucionalmente con la UE. 

No menos importante es la petición conjunta de Lavrov y su colega chino Wang Yi de una conferencia cumbre de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, cuyo fin sería la actualización de los equilibrios internacionales. Lavrov no se anduvo por las ramas al urgir a la celebración de tal evento, una vez que “hemos constatado la naturaleza destructiva de las intenciones de Estados Unidos, que sigue confiando en las alianzas político-militares de la Guerra Fría”. 

Ambos mandatarios respondían así a las supuestas intenciones del presidente norteamericano, Joe Biden, de convocar una cumbre de los países considerados a su juicio como verdaderas democracias. Un planteamiento que dejaría fuera de entrada a los dos gigantes, Rusia y China, y del que previsiblemente serían excluidos los países incluidos en la lista de estados terroristas y otros sin empatía manifiesta con Estados Unidos. 

Recomposición de viejas alianzas

¿Y qué pinta la Unión Europea en este hipotético nuevo escenario? De momento, hay que alabar que al imponer las sanciones a China no fuera esta vez a remolque de Washington, que al secundar la iniciativa de Bruselas le hace un importante gesto de reconciliación tras el alejamiento que impuso Donald Trump. Además, la UE refuerza con ellas su firme adhesión a los derechos humanos, puesto que el motivo de las sanciones a Pekín es la violación de tales derechos contra la minoría uigur de la provincia de Xinjiang. Que Pekín haya respondido de inmediato, incluyendo en su lista negra a un nutrido grupo de eurodiputados, era lo esperable. Xi Jinping, el poderoso presidente chino, no ha querido, sin embargo, ir más lejos, y se ha abstenido, por ejemplo, de denunciar el tratado sobre inversiones, tan laboriosamente concluido con la UE, criticado por cierto por Estados Unidos. 

Por otra parte, la inesperada apuesta de Reino Unido por aumentar su arsenal de cabezas nucleares, y el espaldarazo del secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, a una OTAN que no acababa de redefinir su papel y sus nuevos objetivos, tienen su réplica tanto en China como en Rusia. La primera sigue la escalada de su rearme, incluyendo su incursión en las nuevas armas espaciales. En cuanto a los rusos, su último despliegue de submarinos y aviones en el mar Negro, en respuesta a las maniobras de la OTAN para defender una supuesta invasión de la soberanía de Rumanía, es también una señal de que no se van a dejar intimidar fácilmente. 

Ni que decir tiene que, tanto estos juegos de guerra como los que se celebran en las inmediaciones de los países bálticos, podrían ser el pretexto para activar a su ejército de hackers, los mismos que podrían estar detrás de los ataques a numerosos organismos públicos y empresas privadas españolas. 

En esta reconformación de viejas alianzas, tampoco pasa desapercibido el nuevo tono europeo y americano hacia la Turquía de Recep Tayyip Erdogan. La UE, preparando un nuevo desembolso para que Ankara renueve su acogida a los más de 4,5 millones de refugiados en su territorio; Estados Unidos, por boca de Blinken, enunciando el gran interés tanto de Washington como de la propia OTAN porque Turquía prosiga con su tradicional anclaje a la Alianza Atlántica. 

En definitiva, si todos estos acontecimientos no dibujan un clima de inminente Guerra Fría habría que reconocer que se le parece bastante.  

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