Irán en los 100 primeros días de Biden y Harris. ¿Una ventana de oportunidad?

Atalayar_Joe_Biden

En una arenga a sus partidarios, el militar romano Quinto Sertorio aseveró que  la perseverancia prevalece sobre  la violencia, y que muchas cosas que no se pueden conseguir cuando permanecen unidas, se consiguen cuando se obtienen paso a paso. No parece que a los ayatolás les resulte extraño este pensamiento, ni que desconozcan la idea del cambio de Heráclito, a juzgar por cómo la estrategia iraní se ha mantenido paciente, fluida y amorfa, sin responder a provocaciones ni visibilizar nada que hiciese al régimen vulnerable a una intervención militar americana. En cualquier caso, si el verdadero objetivo de Donald Trump al retirar a Estados Unidos del Plan de Acción Integral Conjunto –el acuerdo multilateral de 2015 con el que Irán aceptaba la restricción supervisada y el desmantelamiento gradual de su programa atómico, a cambio de obtener facilidades para su comercio exterior– era que Irán desistiese de su programa nuclear, las más recientes informaciones acerca de los progresos del programa de enriquecimiento de uranio testimonian el fracaso de los planes de la Administración Trump, algo que parece haber sido tácitamente reconocido con el ‘roadshow’ de portaaviones, bombarderos B-52, submarinos y otros activos militares en el Golfo poco antes del aniversario del asesinato del general Qassem Soleimani,  jefe de la Fuerza Quds.

Si por el contrario, la motivación real tuvo más que ver con avivar las tensiones en el Medio Oriente para cronificar la inestabilidad en la zona,  y socavar de paso la expansión comercial de China tanto en los países mediterráneos del Levante y la región circundante disuadiendo a Pekín de acometer más inversiones en Irán para desarrollar las infraestructuras ferroviarias necesarias para el corredor de la Nueva Ruta de la Seda, la estrategia de la Casa Blanca ha sido razonablemente fructífera, infligiendo enormes costes económicos y sociales a Irán, que, junto con los asesinatos de Qassem Soleimani y Mohsen Fajrizadeh, serán usados como moneda de cambio en las negociaciones con Biden para volver al cauce del Plan de Acción Integral Conjunto, del que, recordemos, China es un cosignatario con grandes intereses creados en reinstaurar el acuerdo.

Por una parte, Irán demandará participar en los multimillonarios proyectos de reconstrucción en Siria, así como el libre acceso a los mercados de bienes de consumo y suministro energético iraquíes, además de la explotación del trayecto ferroviario entre la ciudad de Shalamcheh en Irán con Basora en Irak, que integra los ferrocarriles iraníes con la extensa red ferroviaria iraquí, un elemento clave para facilitar el comercio iraní de tránsito a Siria y Líbano, algo que entra en conflicto con los intereses económicos de los aliados americanos en el Golfo, en un momento en el que el futuro de sus economías, dependientes del petróleo, está en entredicho. Esto es especialmente significativo en el caso de Arabia Saudí, cuyo eje diplomático central, desde la fundación del Consejo de Cooperación del Golfo en 1981, ha sido crear un frente árabe unido contra Irán, al que Qatar nunca se sumó, y que se ha metamorfoseado después de la normalización de relaciones con Israel muñida por el ya saliente presidente norteamericano.

Podemos, por consiguiente, prever que en las inevitables rondas de negociación con Irán veremos sombras como las de la alegoría de la caverna de Platón, mientras que las discusiones giran en torno a elementos fundamentalmente económicos, que requerirá el concurso oficioso de los países árabes e Israel. y que Irán usará el desarrollo de su programa nuclear más como fulcro para conseguir una cierta normalización que por interés real en disponer del mismo tipo de soberanía atómica de la que hipócritamente gozan Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido, los otros firmantes del tratado, y que Corea del Norte demostró que se puede conseguir pese a embargos y sanciones. Con todo, tan fácil es para Irán enriquecer uranio, como revertir el proceso, bajo las condiciones necesarias y teniendo los alicientes adecuados. 

Atalayar_Hasan Rohaní, presidente de Irán

Esto, lejos de facilitar la tarea de Biden, la hace más ardua, porque, en su disputa con Teherán, Washington ha agotado la práctica totalidad de los resortes incruentos, en forma de la diplomacia coercitiva,  a su disposición, por lo que a la Administración Biden no le quedan más herramientas negociadoras que desandar el camino emprendido por Trump, lo que en términos prácticos se traduce en concesiones a Irán y compensaciones, y a los países del Golfo, no sólo materiales, sino también geoestratégicas; por ejemplo, obteniendo un compromiso iraní para que presionen a los hutíes para que se reincorporen al proceso político en Yemen, el pequeño Vietnam que Arabia Saudí tiene en su frontera sur, en el que impera la devastación y la hambruna. La decisión de Trump de designar a los hutíes de Yemen como grupo terrorista, que ha sido tildada por la ONU como una “acto de vandalismo político", va en la dirección opuesta, pero ofrece a Biden una oportunidad para hacer un gesto de buena voluntad para reconducir la situación

Pero la nueva administración norteamericana deberá actuar prontamente. Por un lado, hay una alta probabilidad de que un presidente de línea dura reemplace a Rohaní en las elecciones de este año, por lo que a EEUU y a sus aliados les interesa paliar lo antes posible la situación económica que atenaza a la población iraní en medio de la pandemia. El pueblo iraní recuerda que antes de la firma del Plan de Acción Integral Conjunto el país estaba sumido en una profunda recesión derivada de una brutal depreciación de su moneda y una inflación exorbitante, en buena medida como consecuencia de las sanciones a su sector energético. Tras el acuerdo, y el consiguiente levantamiento de las sanciones, la inflación se desaceleró, los tipos de cambio se estabilizaron y las exportaciones, especialmente de petróleo, productos agrícolas y artículos de lujo a la UE aumentaron notablemente. Esta mejora económica efímera colapsó abruptamente cuando EEUU se desdijo de lo firmado, y las nuevas sanciones empezaron a tener efectos tangibles en la población iraní.

Es, por lo tanto, imperativo que el equipo de Biden enmarque el problema en términos diplomáticos, antes que militares, algo que difícilmente podrá hacer sin el concurso de sus socios europeos. A China no le preocupa un ápice el bienestar de la población iraní, como denota el tipo de inversiones y los acuerdos de cooperación militar que Pekín ha establecido recientemente con Teherán, y lo mismo cabe decir de Moscú. Por lo tanto, un reparto de papeles entre EEUU y la UE, en el que los europeos se centren en mejorar las condiciones de vida del pueblo iraní, y lograr avances en la agenda de los derechos humanos, puede ayudar a Biden a decodificar los desequilibrios institucionales y las relaciones de poder en Irán, para resituar el escenario en la región sin convertirse en el único blanco del antagonismo en Washington. Al fin y al cabo, y por usar la fraseología de Robert Kagan, Europa no tiene otra alternativa que hacer de  Venus, porque, como bien sabe José Borrell, no podría hacer de Marte por más que quisiera.  

Consecuentemente, Bruselas ha de hacer virtud de la necesidad, abriendo el foco de la negociación para la vuelta de Irán y EEUU al tratado, introduciendo en las discusiones objetivos paralelos a aquellos centrados en la seguridad, para abordar así cuestiones sobre cooperación bilateral que permitan iniciar un diálogo en los ámbitos de lo político, de los derechos humanos y del rol de la mujer en la sociedad civil iraní, posiblemente por la vía de la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de la ONU. Sin dejar de lado, por descontado, los asuntos económicos, la ciencia, la educación y la cultura y, por supuesto, la agricultura y el medio ambiente, a la luz del Pacto Verde Europeo. 

Por supuesto, el carácter represivo y reaccionario del régimen iraní, así como la complicidad del impermeable entramado de autoridades y actores civiles  afines, hacen que este sea un difícil reto para la Unión Europea, especialmente dado que, al contrario del caso de los países de Europa del Este y de África del Norte, la UE carece de experiencia en el apoyo directo a la sociedad civil en Irán, por lo que su compresión de lo que ocurre en el seno de la sociedad iraní depende excesivamente de la información facilitada por los grupos de la sociedad civil en el exilio, por un lado, y de la retórica de confrontación que ha caracterizado la política del Departamento de Estado desde el triunfo de Donald Trump en 2016 hasta sus últimos días. Bruselas tiene no sólo que encontrar una voz propia –que armonice con la de Washington– sino elaborar urgentemente un plan de acción integral que permita escuchar las voces de las víctimas propiciatorias en las que se han convertido quienes están atrapados en Irán. 

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