Irak sigue atrapado en su bucle

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Casi veinte años después de su “liberación” y tres desde las grandes manifestaciones de una población exasperada, Irak sigue atrapado en un eterno bucle político que le impide salir del caos y del evidente deterioro en el que se va sumiendo progresivamente. El 1 de octubre se cumplían precisamente tres años de aquel levantamiento contra el inmovilismo político, la corrupción de las élites, la pésima administración y el mal funcionamiento de los servicios públicos, todo lo cual contribuye aún más a la exasperación de una población a la que no se le presenta un horizonte de salida a su evidente falta de esperanza. Aquel movimiento de protesta, que se extendió a toda la mitad sur del país, se saldó con 600 muertos y 30.000 heridos, fruto de una violenta represión sólo aplacada por el confinamiento decretado por la pandemia del coronavirus. 

Este aniversario, marcado con nuevas manifestaciones y disturbios, principalmente en Bagdad, casi coincidía en el tiempo con el vigésimo aniversario de la “liberación” de Irak. Así, entre comillas, lo titulaba el profesor Hayder al-Khoei, que inauguraba con su conferencia en la Casa Árabe de Madrid el nuevo ciclo anual del Aula Árabe Universitaria, en colaboración con varias facultades españolas. Al-Khoei se extendió sobre el trágico sino que se abate sobre “un país que con los vecinos que tiene no necesita enemigos”, en alusión a todos los que han intentado desde siempre mangonear la política y el destino de los iraquíes: Turquía, Irán, Siria y Arabia Saudí. Los dos primeros efectúan periódicamente bombardeos en las zonas ocupadas por los kurdos, so pretexto de limpiar sus enclaves de terroristas y anexionarse de hecho el control de sus regiones.

Ahora, como ya lo hicieran en 2019, gran parte de los 42 millones de iraquíes que se arriesgan a protestar, exigen la caída del régimen, que atrapado en ese bucle, es incapaz de nombrar un primer ministro un año después de la celebración de las últimas elecciones.

El creciente antagonismo entre sadristas y proiraníes

Desde la caída del régimen del suní Saddam Hussein, que había sojuzgado deliberadamente a la mayoría chií, esta había ido ganando preponderancia. Pronto emergió la figura de Moqtada al-Sadr, en torno al cual se fue conformando el conglomerado político más potente del país, al tiempo que se hizo cada vez más evidente su discrepancia con el Irán de los ayatolás, que pretendían y pretenden convertir a Irak en un protectorado de Teherán. Esas diferencias se han plasmado en la creación de una Alianza que agrupa a varias organizaciones chiíes proiraníes. La confrontación entre estas dos facciones del chiísmo parecen irreductibles: los partidarios de Moqtada al-Sadr exigen la inmediata disolución del Parlamento, después de asaltarlo y ocuparlo por dos veces, denunciar reiteradamente su incapacidad para elegir un gobierno, y acudir por lo tanto a un nuevo escrutinio electoral. Por su parte, la Alianza proiraní exige justamente lo contrario: elección previa de un gobierno, confiados en que tendrían en él el mayor peso, antes de acudir de nuevo a  las urnas. 

Dentro de este bando proiraní el jefe que más destaca es Hachd al-Chaabi, cuyas fuerzas paramilitares se han integrado en las filas del Ejército regular, al que en buena medida están abduciendo. Son estos paramilitares los que se enfrentaron a finales de agosto a los sadristas, que contabilizaron 30 muertos y más de un centenar de heridos. 

Si el panorama político mueve a la exasperación, el económico no es mejor: la persistente sequía, agravada por el cambio climático, la endémica corrupción y la paralización casi total de los proyectos de reconstrucción del país, llevan a que la mayoría de los jóvenes (casi 50% de ellos en el paro) no contemplen más salida que la emigración, legal o ilegal, poniendo los ojos una vez más en la Unión Europea. 

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